Antonio Cañizares
Francisco, «amoris Laetitia»
Acaba de hacerse pública –el viernes pasado– la Exhortación Apostólica postsinodal del Papa Francisco, «Amoris Laetitia», sobre la Familia.
Es una Exhortación Apostólica del Papa que recoge las reflexiones, experiencia, gran riqueza de lo aportado por los dos últimos Sínodos de los Obispos que han versado sobre la Familia y que han sido ocasión de tantos comentarios en los diferentes foros y medios comunicación social de todo el mundo y en la opinión pública mundial y eclesial. No es un tema que deja indiferentes y no es para menos dado que la realidad de la familia es realidad de máxima y primerísima importancia para el hombre y la sociedad, la institución más universal, o mejor, la que es verdaderamente universal y está en todos los pueblos y culturas, en todas las religiones y credos, porque es lo más profundamente humano, y es lo más apreciado y querido por todos, al menos eso señalan las encuestas.
El título de la Exhortación ya nos da idea de cual es el enfoque que le da este Papa: muy suyo, «alegría y amor». La familia es eso: gozo, alegría de esa comunidad originada en el amor, obra del amor, edificación del amor de cuantos la forman, portadora del amor que construye el gran proyecto, gozoso y esperanzador, que Dios ha encomendado al hombre: hacer de todos una unidad establecida por el amor donde reine el amor.
Se trata de una Exhortación que recoge fielmente la gran Tradición de la Iglesia sobre la familia, basada en el amor, fiel y para siempre, de esposo y esposa, que se prolonga en la generación, mantenimiento, educación de los hijos, base de toda relación personal e interpersonal y de toda convivencia. No hay por eso aportaciones nuevas a la doctrina de siempre: hay un enfoque muy pastoral, de misericordia y verdad ensambladas sobre esa doctrina de siempre.
Pero tiene una gran particularidad, el realismo con que se aborda el tema. Se tienen en cuenta las múltiples y variadas situaciones de las familias, los gozos y esperanzas, los sufrimientos y penas, las dificultades y las alegrías de las familias actuales; toca el tema muy pegado a la realidad, con pocas concesiones a teorías, abstracciones o idealismos. Baja a la arena, y como se dice vulgarmente, se compromete, se «moja». Se moja también con las heridas que hieren actualmente a las familias. No escamotea esas heridas.
Está escrita con un grandísimo amor a la familia y a las familias, con las que comparte sus sufrimientos, sus trabajos, sus alegrías, sus logros, sus problemas, sus esperanzas. Las asume y las hace suyas. Las comprende. Está escrita con gran comprensión y compasión, con misericordia, rasgo característico de este Papa.
Es una Exhortación que con ese realismo propio no es en absoluto pesimista; tampoco es optimista. Es, sencillamente, esperanzada y esperanzadora. Un texto para la esperanza: no puede ser de otra manera cuando todo arranca de la alegría del amor y se mueve en ese horizonte. Un texto que les invito a leer, a pesar de su extensión, a leerlo con calma y sosiego, con atención y apertura, –tómense el tiempo que necesiten, ganarán mucho con su lectura– y verán que ahí, en la familia, en la familia nueva y renovada por la alegría del amor se abre el camino de futuro para la humanidad que tanto lo necesita: la necesitamos todos, adultos y jóvenes, niños y ancianos, sociedad e Iglesia, todos, porque es un don de Dios, de Dios que es amor y ha puesto ese amor en el corazón del hombre y de la mujer, de los padres y de los hijos, de los abuelos y de los tíos que formamos esos millones de familias a lo largo de la historia y de todos los pueblos que constituyen la urdimbre de la humanidad.
Lean, y difundan esta Exhortación en su integridad, no parcialmente ni buscando aquella cosa que pueda ser más llamativa y picante o que se preste a avivar polémicas o críticas estériles. Léanla y difúndanla con el mismo espíritu y talante con el que ha sido escrita: Con amor a la familia y gozo por ella, con solidaridad para con las familias en particular las que lo pasan malo por trances difíciles, con agradecimiento a la familia, y con la responsabilidad ante la familia y por ella. y también con el discernimiento que tantas veces en este texto el Papa recomienda y hace suyo.
La Iglesia, por su parte, se ve confirmada en su fe y en la verdad de la familia, confortada plenamente por sus enseñanzas, y con la alta y gozosa responsabilidad pastoral sobre las familias y difundir la buena noticia, el Evangelio de la Familia, que lo hará en las formas más convenientes y con los mejores medios a su alcance. En la Diócesis de Valencia pondremos todo nuestro empeño y entusiasmo en su difusión y aplicación; lo haremos con la Delegación Diocesana de Familia, el Instituto Juan Pablo II de la Familia en la Universidad católica, las parroquias, los movimientos familiares, los Centros de orientación Familiar, y, por supuesto, las familias mismas tratarán de asimilar su rico contenido y sus ricas sugerencias y tratarán de impulsar con renovado vigor la tarea pastoral con las Familias. Se merece todos los esfuerzos y trabajos, porque la enseñanza del Papa, en este como en otros puntos, es espléndida, reconfortante, renovadora y esperanzadora. Del futuro de la familia, depende, como decía aquí mismo el miércoles pasado, el futuro de la humanidad, la renovación de la humanidad, el surgimiento vigoroso de la humanidad nueva y renovada, una nueva civilización del amor en la que reinen el amor, la convivencia, la solidaridad y la paz. Y ¿por qué no decirlo? España lo necesita, España necesita de la alegría del amor, es decir de la familia, de la verdad de la familia, que es la que en estos momentos la está salvando, y la salvará siempre y más todavía, y sin embargo está siendo tan olvidada, por no decir la gran olvidada, en los programas políticos que se nos ofrecen. Proteger la familia y la vida es avanzar por el verdadero progreso y hacia el futuro lleno de novedad y esperanza. Es lo que nos ofrece el Papa Francisco con tanta ternura, justicia, verdad, razón, esperanza, fe y amo, amor de padre que se vuelca sobre los hijos, la gran familia que formamos todos, hijos del padre de los cielos.
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