Presidencia del Gobierno

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La Razón
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Tras muchas cábalas y presagios, hoy conoceremos al nuevo Gobierno de España tras casi un año de incertidumbres e intentos frustrados. El consecuente cansancio que lleva parejo cierto desencanto hacia nuestra clase política, no debe llevarnos a desatender algo vital para nuestras vidas. Tengo claro que tanto por parte de quien lo designa como por quienes aceptan formar parte de él, debe presidir un amplio concepto de la responsabilidad, si todos tienen claro que gobernar –mandar– es servir.

La Real Academia de la Lengua da a la palabra de raíces griegas «gobierno» nueve acepciones: acción de gobernar, órgano superior de la administración, tiempo de duración, incluso nombre de edificios. Pero hay dos últimas definiciones muy significativas. Una, la «docilidad de la nave al timón», es decir manejo con pulso firme, pero a la vez capaz de esquivar escollos. Otra, la última, tiene su miga: «manta hecha de retazos de tela retorcidos y entretejidos con hilo». Me vino a la cabeza enseguida una reflexión preocupante: hemos estado a punto de optar por esta definición y no por las anteriores.

Una sociedad adulta y madura merece ser gobernada en consonancia, con timoneles que sepan navegar y esquivar los escollos del momento. Aunque el Gobierno se diferencie del Estado hay comunes instrumentos de poder que deben imbricarse, pero sobre todo deben buscar conjuntamente en el concepto «estado» políticas superiores a medio y largo plazo que integren y coordinen esfuerzos de diferentes formaciones políticas. Pueden llamarse pactos –ya hay ejemplos, Moncloa y Toledo–, pueden llamarse acuerdos o compromisos. Lo que es importante es que haya una firme voluntad de afrontar problemas reales de nuestra sociedad más que debatidos y conocidos en esta larga noche de reflexión de casi un año, en que hemos vivido sin gobierno.

Todo apunta a que habrá más ministerios que los restringidos por la crisis económica de 2011. Hay que afrontar reformas de calado como la del Senado, hay que priorizar asuntos sociales, enseñanza y cultura, hay que canalizar de una vez las tentaciones de ciertas comunidades autónomas más propensas al peligrosísimo juego de la escisión que a la necesaria solidaridad entre todos los españoles recordando aquella conocida reflexión que distinguía claramente el número de lenguas habladas en una comunidad del número de bocas a alimentar en otras. Quizás no sea mala solución la de los ministros adjuntos para temas específicos. Ya los hubo: para las Regiones (Clavero, 1977-1979); para Relaciones con las Cortes (Camuñas en 1977 y Arias Salgado 1979-1980); para las Comunidades Europeas (Calvo Sotelo,1978-80 y Punset, 1980-81); para Administraciones Públicas (Martin Retortillo 1980-81); para Coordinación Legislativa (Ortega Díaz-Ambrona, 1980). Fueron de corta duración pero específicos para buscar soluciones en un momento determinado. Tampoco conviene despreciar sus experiencias.

Todos exigimos a los ministros, capacidades técnicas, talante, imagen, comunicación, cuando hay otros valores básicos, en mi opinión mas importantes, como la disciplina y la lealtad, algo de difícil valoración en las redes y declaraciones públicas. Por supuesto no necesitamos «ministros estrella». Bastante daño nos han causado ya los fulgores mediáticos.

El lector me permitirá una salida en este sentido, con un punto de vista deportivo. Nadie duda de las aptitudes de una estrella del fútbol, personaje regado con 17 millones de euros anuales por nosotros mismos, los que seguimos atados a ligas, copas y «champions». Pero en actitudes, en mi opinión, es más que discutible. Obsesionado con estadísticas y colecciones de botas doradas, es incapaz de «ceder» el lanzamiento de dos penaltis ante el Alavés a los jóvenes de la cantera, los que tienen el futuro de su equipo en su corazón y en sus botas . Es más: su ambición le traiciona y marra el segundo. Su actitud en el campo es la cómoda: «que los otros nueve defiendan y peleen; yo estoy para misiones superiores; incluso invado los territorios de otros para tener más opciones de gol».

Por alta que sea su nota en aptitudes, pobre queda en actitudes. Lo malo es que domina la escena, se temen sus reacciones. Difícilmente se enfrentan a sustituirle aunque esté ausente del campo. Su soberbia no admite discusión.

Reitero disculpas –querido lector– por desviarme. Pero el mensaje es válido para los nuevos ministros. He hablado de aptitudes y actitudes de forma clara; he hablado de las ilusiones de las nuevas generaciones; he hablado de egoísmos de soberbias y de ambiciones; valoro el equipo por encima de las individualidades por brillantes que sean.

La agencia Fitch nos advierte del riesgo de una legislatura fallida. Es la que cree que viviremos unos tiempos en que unas formaciones se disputen quién hace más oposición, quién se opone más rotundamente, a fin de preparar su futuro. No es cuestión de apoyar los pronósticos de Fitch por el bien de todos.

«A falta de fuerza, destreza» sentenciaría hoy un sabio Baltasar Gracián.