Historia

Historia

La necesaria regeneración

La Razón
La RazónLa Razón

No sería la primera vez en que nuestra sociedad busca regenerarse porque necesita nuevos horizontes e ilusiones, porque quiere salir de una crisis profunda.

Muchos latidos de nuestra vida parecen necesitar tratamiento de urgencia vistos ciertos síntomas realmente preocupantes que se extreman en periodos electorales.

Observamos cómo pierde fuelle un partido de centro izquierda que ha sido factor de convivencia política durante décadas; cómo otro es blanco de iras y vetos casi viscerales, dirigidos principalmente contra su líder; y cómo otros , llegados al calor de la incertidumbre, de la indignación y de los errores, prometen el cielo con buenas palabras y mejores técnicas publicitarias en boca de personas que nunca han superado siquiera la prueba de llevar una concejalía en el ayuntamiento de su pueblo. Del dicho al hecho, dice nuestro refranero...

Tiempo de desayunos mañaneros en hoteles de lujo y de programas nocturnos en todas las cadenas que compiten por ser la primera, la más agresiva, la mas comprometedora. En casi todas es difícil distinguir si necesita mas protagonismo el entrevistado o el entrevistador. Y siempre a merced de la reacción de las redes, verdaderas jueces de nuestro tiempo.

Ciertamente estamos a mitad de 2016, rodeados de un mundo injusto que revienta por varios flancos en crueles guerras. Venimos de un diciembre de 2015 en que no encontramos formas de intentar dar solución a nuestros desarreglos políticos y sociales. Y buscamos horizontes para 2020 pensando que todo se ciñe a estas fechas. No. Nuestros males no son de ahora. Llevamos décadas incubándolos.

Las razones habría que buscarlas en un mal cierre de nuestra Guerra Civil del que no somos únicos responsables. El estallido de la Segunda Guerra Mundial y la confrontación ideológica de bloques que la siguió no ayudaron a restañar heridas. Aun hoy vemos con frecuencia ondear las banderas de una República que llegó con aires de ilusionada regeneración, libertad y progreso, que malversó con odios sociales en pocas fechas.

Coincidimos casi todos en que la Transición quiso cerrar heridas y proyectar nuestro futuro. Toda una generación se empeñó con sacrificio en el intento. Respiramos aires de libertad que nos parecieron definitivos, pero trajo, en busca de amplio consenso, unas formas políticas que a día de hoy no dan respuesta a lo que deberíamos ser como antigua y gran nación.

Si tuviese que citar el mayor error diría que ha sido el tema de la educación. Se abandonó una línea común que integrase nuestra cultura histórica con nuestras particularidades y que hiciese de la suma de muchos riqueza de todos. En realidad se ha dado cancha a la división, a los nacionalismos excluyentes, al olvido de los valores que nos llevaron precisamente a hacer posible aquella Transición: los del sacrificio, el esfuerzo, la generosidad, el perdón y el patriotismo. He llegado a un punto en el que cada vez que escribo la palabra España o la palabra Patria debo atrincherarme esperando criticas, cuando sólo me refiero a un concepto que es de todos; en que todos debemos sentir y querer la tierra de nuestros padres.

Por supuesto estos sentimientos siguen ahí. Quizás confundidos o soterrados. Pero están. Son los que hay que regenerar.

¿Por qué nos sorprende que unos okupas se enfrenten abiertamente a todo tipo de orden, a todo derecho de sus conciudadanos, ya sea el constitucional de la propiedad privada o al más cercano de la tranquilidad en la vía publica? ¿Por qué nos sorprende que unos salvajes fanatizados la emprendan a golpes contra dos azafatas que animan unas competiciones deportivas en las que participa una selección española?

¿De dónde proceden estos odios que se asemejan mucho a los desatados en los años 30? Indiscutiblemente de nuestro propio cuerpo social. De los abusos, de las corrupciones, de los desequilibrios. Por supuesto de un fracaso de nuestras políticas educativas. Pero por supuesto también de particulares frustraciones personales, labradas durante décadas en ámbitos familiares rotos o permisivos. Ya vemos cuál es el resultado final.

Ante esta situación, tenemos dos posibilidades. Abandonarnos a nuestra suerte y dejar que la «calle» decida por nosotros -el test de muestra se puede valorar en Barcelona- o buscar la regeneración de nuestro modelo de vida política y social en base a unir esfuerzos honestos, aprender de los errores y recuperar aires de libertad, perdida en ámbitos de ciertas comunidades autónomas en las que la enseñanza, la lengua o la forma de repartir fondos comunitarios, se han convertido en claras formas de opresión social. Bien sabe el que no comulga con el sistema establecido lo que le puede pasar. Pregúntenselo al ciudadano sevillano dueño de un restaurante que denunció los ERE.

Es más sencillo ondeando banderas de colores, gritar libertad, que hacer de ella instrumento de respeto a los otros.

Está en nuestras manos recuperarla. Para ello hace falta una auténtica regeneración.