Joaquín Marco

La senda de los elefantes

La Razón
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Pongo un programa de noticias en mi televisor y como es habitual aparece la imagen de Pablo Iglesias (su nombre nos lleva inevitablemente a evocar la figura del fundador del Partido Socialista español), pero junto a ella surge, como un sueño o pesadilla del pasado, Julio Anguita. Ambos se abrazan e Iglesias, partidario de lo emocional (véase el corazón de su partido), suelta unas lágrimas, mientras el jubilado político le susurra al oído: 1977. Sí, parece que hayamos regresado a otra época mientras resuena el viejo lema: «Programa, programa, programa», entiéndase la pinza contra el PSOE de Felipe González de quien, sin entrar en campaña, su sombra sigue siendo alargada, como su cal según Iglesias. Otras informaciones aluden a Clinton ¿He regresado al ayer? No, es la esposa de Bill, Hillary, que acaba ya de lograr los votos para cabalgar a lomos del partido demócrata. En la política nacional e internacional hay nombres que se repiten como si los partidos fueran cosa de unas pocas familias. Sé muy bien que el dictador peruano Alberto Fujimori sigue encarcelado tras haberse demostrado que perpetró graves delitos, pero en aquel Perú, que no se sabe cuándo se jodió, la mitad de los 23 millones de votantes optaron por otra Fujimori, Keiko, su hija, una populista que con el 37% de los votos dominará un Congreso de 130 diputados, arrinconando a «Peruanos por el Kambio», con 18 congresistas y el Frente Amplio, de izquierda, con 20. Según se dice, el viejo Fujimori dirige, desde su encierro, una táctica que favorece a Keiko, frente a su hermano Kenji, que ni siquiera fue a votar y se encuentra a la espera de que su padre permita sucederla.

La naturaleza y los procedimientos del populismo difieren de un país a otro: no hay fórmulas comunes. El problema fundamental peruano es el de la inseguridad, la pobreza rural y urbana y la droga (el secretario general fujimorista está siendo investigado por la DEA). Y sobre tales ejes basó Keiko un programa que el lunes anterior a las elecciones se situaba un 11% sobre el del liberal Pedro Pablo Kuczynski (PPK), mientras que poco antes de la cita electoral la diferencia se había reducido a un 0,5% y la presidencia se dirime en torno a 65.000 votos, los enviados por correo y las 247 actas que se han impugnado. La consecuencia es que el país, desde el punto de vista político, aparece quebrado. En los últimos días, ante la anunciada victoria del fujimorismo, la izquierda apoyó al candidato liberal. Pero la capital, aquella «Lima la horrible», como la calificara Salazar Bondy en su libro, ha organizado patrullas vecinales contra el robo y hasta en los restaurantes, bajo las sillas se han instalado cadenas para sujetar bolsos. Hay calles que se cierran por la noche hasta para los peatones, pero la inmigración y el abandono del campo se mantiene.

Nuestra única referencia internacional en el debate electoral no puede reducirse a Venezuela. ¿Es que países como Argentina, México o Brasil con una considerable presencia española no merecen nuestro máximo interés, si nos movemos en el ámbito iberoamericano? Pero más cerca de nosotros, en el mismo club, se encuentra Gran Bretaña, cuya salida podría pasarnos una cara factura y hasta destruir lo que hoy entendemos por UE. Tampoco nos preocupa Portugal, pese a que la Unión nos sitúe en el mismo saco y, no digamos, Marruecos, vecino mal nos pese, del Sur.

Las reflexiones sobre política internacional que sobrevuelan ante estas nuevas elecciones son casi tan mediocres como los escasos debates, aunque a cara de perro, que se vienen produciendo incluso en aquellos partidos que decían sustituir la vieja política por otra más fresca. Tal vez el precipitado calor que ya estamos soportando haya calentado los ánimos. Pero no pueden bastar el nuevo ritmo del himno del PP o los videos electorales de uno y otro signo. La nueva socialdemocracia, según apunta Iglesias, ha absorbido a una IU que abandona sus credenciales históricas. Marx y Engels (siglo XIX) fueron, según el líder de Podemos, socialdemócratas –tal vez también nuevos– y no los autores de un «Manifiesto Comunista» que recorrió aquella antigua Europa. Pero este nuevo partido fulmina la historia y, si es así, mal se entienden las lágrimas derramadas en el hombro del ya venerable Julio Anguita. El mundo de las redes casi se colapsó con el nuevo ritmo pepero, aprovechado por IU para mofarse de Pedro Sánchez y el PSC de Miquel Iceta, que acaba de vender su sede barcelonesa de la calle Nicaragua para pagar parte de una deuda de 12 millones de euros que viene arrastrando, como antes hiciera Convergencia. En este «Juego de Tronos» que ha pretendido diseñar como gran novedad Podemos no desaparecen las dinastías: perduran en la senda de los elefantes. Se repiten apellidos y poderes más o menos en la sombra, juegan sus intereses en un complejo ajedrez del que los votantes son únicamente una de las piezas. Pero vendrá el presidente Obama, ya pato cojo, para entrevistarse con el Rey y con un presidente Rajoy en funciones. Antes, sin embargo, sabremos que ocurre en Gran Bretaña –y tal vez en Gibraltar– y los españoles habrán votado otra vez, aunque seguiremos sin saber dónde estamos hasta la canícula o más allá. Y, como era previsible, la CUP ha enseñado su patita en la desconcertada Cataluña.