Joaquín Marco

¿Pod(r)emos?

La Razón
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No sé si los dirigentes del primer «Podemos» en el Vistalegre I tenían en su subconsciente el antiguo dicho de «querer es poder». En todo caso, ni siquiera en su acepción más vulgar, llega a cumplirse. La mayoría quiere, pero no logra cumplir sus deseos y tampoco resulta fácil alcanzar el poder. El pasado domingo, ya tan lejano, dos de las principales formaciones políticas mayoritarias en el Parlamento celebraron congresos de muy diverso signo, aunque tan sólo el PP fue capaz de exhibir músculo y seguir en lo que está desde hace cinco años. La presidenta de la comunidad andaluza, Susana Díaz, dio otro paso y celebró un fervoroso cónclave con alcaldes y concejales afines y hasta se asomó, no sin cierta frivolidad, a su más que posible candidatura con la coquetería del «me encanta ganar». Se especula que su salto al ruedo se celebrará tras el Día de Andalucía y ya serán tres a competir por el liderazgo de un encogido PSOE que ni Pablo Iglesias ni Mariano Rajoy se dignaron mencionar en sus intervenciones. A los populares les va de perlas una radicalización en Podemos que deja a Pedro Sánchez descolocado y a Patxi López en tierra de nadie. Llegó el tiempo de la moderada Susana que gobierna Andalucía –y a gusto– con el apoyo de «Ciudadanos», formación engullida, pese a los pactos, por un PP todopoderoso en el que impera un Mariano Rajoy que asegura que no va a convocar elecciones en tanto que sus gafas virtuales otean otro mandato. Pero el vértigo con el que se precipita todo en estos tiempos oscuros no permite augurios, acosados por las elecciones de algunos países que son socios de referencia y un imprevisible o, por desgracia, previsible Trump que, de momento, sigue siendo aplaudido por su partido republicano, pese a considerarlo verso suelto.

Tendrán razón quienes apuntaron que el nacimiento de Podemos en las aulas de la facultad madrileña hasta convertirse en el partido de la oposición española, según se autoproclaman, aunque tercero en número de escaños en el Congreso, sería objeto de sesudos estudios en las facultades de la utópica ciencia política. No era poco lo que se debatía en su Congreso de Vistalegre II, mucho más que un «OK Corral» entre Iglesias y Errejón. La victoria del primero en todos los frentes era previsible, del mismo modo que Errejón y sus huestes minoritarias deducirían pasar al incruento sacrificio. Iglesias, sin embrago, tuvo que luchar al todo o nada para alcanzar su victoria aplastante que sitúa al novísimo partido, casi en su niñez, en el conjunto de la Unión Europea a la izquierda de las izquierdas, próximo a Miguel Urban y sus huestes anticapitalistas y más allá del que fuera IU en cuyo seno reposa el antiguo partido comunista, hoy ya invisible por sus pecados eurocomunistas de antaño. Pablo Iglesias, con su radicalismo, un pie en el Congreso y otro en la calle, le hace de momento un favor al PP y se proclama oposición (cabe saber si leal) a la que denuestan como pecadora Triple Alianza. Pero Podemos deberá pactar, no sin dificultades, con otras alianzas: las Mareas, Compromís, Barcelona en Comú, que, entre otros socios, demandarán recorrer sus caminos, no siempre coincidentes con la besucona formación madrileña, pese a que el morado, color de penitencia y enseña propia de la Semana Santa, les cobije de momento. Dada la movilidad del suelo y subsuelo de Podemos, juvenil en su mayoría, resulta difícil pronosticar su futuro y el éxito en su declarado objetivo, el gobierno de España. De lo que no cabe duda es de que las bases de esta reciente y casi ensoñada formación irán envejeciendo, al tiempo que las diversas corrientes que bullen en su seno acabarán enfrentándose, porque en la izquierda las exclusiones parecen inevitables. Y ya Iglesias apunta a una mayor representatividad femenina en los órganos más visibles del partido. No sería de extrañar que el nuevo «Consejo Ciudadano» limitara la visibilidad de Íñigo Errejón, un perdedor que sostiene su táctica en una unidad más deseada que real. Los gritos que se lanzaron en Vistalegre II no fueron tanto los de «Sí se puede» del anterior Congreso, como los de «unidad» (se reclama lo que no se tiene), que un caldeado ambiente echaba de menos.

No faltaron abrazos en un acto que olía casi a refundación, porque estos jóvenes amigos supieron entender que el 15M podía sobrevivir convertido en partido político. Pero todas las formaciones, no importa la edad, sufren de parecidos males si no disfrutan de las mieles del poder. Pablo Iglesias logró un 60% de votos. E Iñigo reclama su parcela que ha de concedérsele, o no, mañana en el Consejo, porque las revoluciones fructificaron en pasados siglos. Y, aunque el líder proclamara antes que «el cielo se toma por asalto», ahora reclama generosidad y humildad, porque el camino hacia el poder tiene tiempos y servidumbres. Pocos hubieran apostado hace pocos años por un «marianismo» tan duradero y que aquella crisis económica que devoró la izquierda tradicional ya no volvería al punto de partida. Pero la globalización, mal que le pese a Trump, se ha consolidado y las diferencias sociales no han dejado de crecer. El Papa Francisco ya advirtió del peligro de buscar un salvador en tiempos de crisis. Los líderes carismáticos, cuidado, pueden producir efectos perniciosos. Los jóvenes podemitas deberían reflexionarlo: palabra de Papa.