José Luis Requero

Sorprende

La Razón
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Refresquemos la memoria: ¿cómo hemos llegado hasta aquí? Me refiero a la aparición de partidos populistas, como eufemísticamente se denomina a los nuevos comunistas. Habrá que recordar que la crisis económica trajo pérdida de bienestar, paro, recortes, etc., y coincidió con el afloramiento de casos de corrupción, luego si el que lo está pasando muy mal se topa con el latrocinio desde el poder, la consecuencia es la desafección hacia el sistema político. Ese sistema entra en crisis y afloran planteamientos antisistema revestidos de regeneracionismo.

Esa corrupción se concretará en lo judicial en casos aislados –no queda otro remedio–, pero la suma de ellos hace intuir su generalización, sospecha que no es temeraria precisamente porque tenemos las condiciones jurídicas, urbanísticas, regulatorias, administrativas, burocráticas, etc. para que así sea. Y en la base, el deterioro de la solvencia y calidad moral de muchos dirigentes, lo que no deja de ser un reflejo del estado moral de nuestra sociedad.

Que hubiese reacción era preciso y saludable, pero sorprende –es trágico– que el deseo por regenerar un sistema político muy deteriorado, pero que ha garantizado libertad y prosperidad, acabe confiándose a quienes repudian el sentido de la libertad y de la prosperidad tal y como se conciben en las democracias occidentales. ¿Qué ha pasado? Hace semanas di mi opinión: el huevo que empezó a resquebrajarse con el movimiento del 15M, ha roto finalmente y ha salido el bicho. Ese huevo se vino incubando desde décadas atrás, de la mano de un sistema educativo pensado para acuñar un tipo de ciudadano manipulable, estatista y añádanse una opinión pública y un ambiente cultural tradicionalmente dominados por dogmas socializantes que han fluido con naturalidad en un país con una historia deficitaria en términos de mentalidad, tradición y cultura democráticas y liberales.

Se ha ido abonando así un terreno social receptivo a ideas que fomentan el desmembramiento o que ridiculizan valores que deberían ser comunes (patria, España, nación, familia) y a partir de ahí se suplanta la historia. Que el líder de Podemos inventase un hecho histórico político como el referéndum de autodeterminación en Andalucía pudo ser un ejemplo más de su ignorancia –¡en un profesor de la Facultad de Ciencias Políticas!–, pero fue eficaz como desvergonzada e interesada manipulación de la historia.

Sorprende así que la rebelión por la perdida de calidad de vida, asociada a Estado del bienestar, lleve a confiar en quienes son incapaces de crear riqueza, odian la economía productiva, tienen por modelo a países arruinados y no entienden que es imposible el Estado del bienestar sin una economía próspera. Más que bienestar general –léase, clase media–, buscan garantizar un semillero de adeptos a base de políticas proletarizantes.

Sorprende que se vean como regeneracionistas a quienes, apelando a la igualdad, fomentan el rencor, la envidia como instrumentos de movilización o precisan crear enemigos para presentarlos como responsables de todos los males. Así se ha lanzado la especie de que el sistema político de 1978 responde a los intereses aglutinados en lo político por dos grandes partidos, y entretejido con los intereses de los grupos financieros, industriales o empresariales y mediáticos. Habría llegado ya la hora de la auténtica transición a la verdadera democracia, eliminando a esos ogros depredadores.

Sorprende una ciudadanía que tiene ante sus ojos unas ciudades cada vez más deterioradas pero que entrega el gobierno municipal, del que dependen los servicios más cotidianos y necesarios, a quienes los conciben no para servir, sino para inyectar ideología y resentimiento. Habrá que recordar que el espectáculo de algunas cabalgatas de estas navidades es algo más que una charlotada criticables desde el sentido del gusto: responden al propósito cierto de ridiculizar tradiciones de raíz religiosa; están en la órbita de la lógica de esas exposiciones sacrílegas auspiciadas por algún ayuntamiento «radical».

Sorprende que una ciudadanía que clama por un sistema político limpio no haga ascos a ciertos manejos postelectorales y admita que la voluntad democrática mayoritaria plasmada en las urnas quede en manos de una minoría liberticida. Y, desgraciadamente, no sorprende que la ambición de poder de alguno le lleve a dar bazas a quienes desean la desmembración de España, el enfrentamiento y el empobrecimiento colectivo. Eso sí, todo presentado –manipulación del lenguaje mediante– como opción progresista.