Brexit
Terror y Brexit
Se publicarán estas reflexiones cuando los colegios electorales del Reino Unido hayan abierto sus puertas. Y no pretendo influir en sus elecciones. Sí constato que lo que, en principio, iba a ser un refuerzo parlamentario a la política de Theresa May para facilitar el tránsito del Brexit se ha convertido en un examen a su política antiterrorista recordándole su anterior etapa como responsable durante seis años del Ministerio del Interior. Algo parecido se le reprochaba a Carlos Arias, cuando, siendo ministro de Gobernación, no pudo evitar el asesinato del almirante Carrero Blanco al que más tarde sucedería como presidente del Gobierno.
Las denuncias sobre recortes presupuestarios y consecuente ineficacia policial no se han hecho esperar. El más duro, el líder de la oposición laborista Jeremy Corbyn, al que pronto se ha sumado el propio alcalde de Londres, Sadiq Khan.
Los autores intelectuales de los atentados de Westminster, Manchester y London Bridge deben considerar que los objetivos se han cumplido: no sólo se ha hecho todo el daño posible a unos inocentes sin la menor responsabilidad política, sino que se ha hecho a costes mínimos, contando con fanáticos suicidas que no es necesario infiltrar a modo de comando, sino que se encuentran ya incrustados en la propia sociedad.
Y consiguen el doble efecto de paralizar a una sociedad e incluso transmitir un ambiente de miedo en forma de espantadas como se ha vivido estos días en Turín o en Nôtre Dâme de París. Todo, con la clara intención de desestabilizar a un Gobierno e incidir en el resultado de unas elecciones.
¡Más y más barato no se puede pedir! Por supuesto, cuando las cosas salen mal todo son fisuras: «No se hizo caso a Italia»; «estaban fichados desde 2008 y se les perdió la pista»; nadie estaba atento a las soflamas de tal página web. Y contestarán con lógica los servicios policiales: «Como estos tres, teníamos a otros 23.000»; ¿que quieren?, ¿otro Guantánamo?
Está claro que lo que buscan los terroristas es esto: colapsar, romper la cohesión de una sociedad. Conseguido esto, será más fácil manipularla; menos fuerza tendrá para afrontar otros frentes como los que se dilucidan en Siria o Irak.
No hace falta que justifique, querido lector, de qué trágicos momentos y circunstancias vividos en España me acuerdo estos días.
Un 11 de marzo de 2004, a tres días de unas elecciones generales, varias bombas destrozaron a cientos de personas que llegaban en tren a Atocha. Era una hora temprana en la que viajaban, precisamente, las gentes menos privilegiadas. ¡Mayor daño en el tejido social! ¿Qué entrañó aquella tragedia, a pesar de que ya nos pillaba «entrenados» por los asesinos de ETA? Lo mismo: confusión, agrias denuncias políticas, ruptura de la cohesión. Se confundió inicialmente incluso la propia autoría; falta de confianza en una Policía politizada; declaraciones inconexas; dudas constantes, que calaron en un «España no se merece un gobierno que le mienta», lo que llevaría a un radical cambio en las Instituciones.
Si hoy consultásemos a los españoles sobre la autoría intelectual del 11-M, imagino que sobrevolarían dudas e interrogantes: ¿servicios de inteligencia marroquíes?; ¿Perejil?; ¿Azores?; ¿fallos de nuestros propios servicios permitiendo libertad de acción a otros? Entraríamos en una nebulosa como la que envuelve a otros crímenes políticos. Incluso las propias víctimas estaban divididas; no digamos el resto de la sociedad. Como siempre se salvaron los servicios de emergencia, médicos y sanitarios, bomberos, hospitales, policías y muchos voluntarios anónimos. Nunca olvidaré el aspecto que ofrecía aquella mañana el patio del Palacio de Buenavista, sede del Cuartel General del Ejército, en el que se cobijaron con el fin de descongestionar servicios de urgencia mandos que viajaban en los trenes con heridas que podían ser tratadas en el buen botiquín del centro.
El Reino Unido, a pesar de que se enfrenta a un solo enemigo –dos teníamos nosotros entonces– , a pesar de que su Policía y su Justicia no han jugado como aquí a progresistas y conservadores, tiene una grave crisis sobre sus espaldas.
Pero conozco y respeto a parte de su sociedad. Trabajo codo con codo con muchos de ellos en proyectos sociales y se de su integridad y fuerza moral. Admiro su historia contemporánea, la solidez de sus principios democráticos y la lealtad a su monarquía y a su sistema parlamentario. El «sangre, sudor y lágrimas» no es sólo una expresión de Churchill pronunciada en momentos trágicos, sino que forma parte de su ADN cultural. Bien sé que sabrán dar respuesta. Pero sólo la cohesión podrá conseguir que el terrorismo no campe como pez en el agua. Hay que drenarle sus aguas.
Les diría que constaten cómo ha reaccionado Europa ante su dolor: hemos rezado por sus víctimas como si fuesen nuestras. Lo triste es que lo hagamos los mismos días en que ellos votan por reforzar los mecanismos de su escisión.
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