Antonio Cañizares
Un mundo de luz y paz
Frecuentemente vemos en los jóvenes una extraña tristeza o amargor, un conformismo bastante lejano del impulso juvenil hacia lo desconocido, hacia lo nuevo y auténtico; es como si se apoderase de ellos una honda tristeza producida por una falta de esperanza
Prosigo con mis reflexiones y ecos que siguen suscitándose en mí tras la Jornada Mundial de la Juventud en Cracovia. El acontecimiento del encuentro de tantos miles de jóvenes allí reunidos, venidos de todas las partes, peregrinos desde tierras de conflicto y desde las situaciones existenciales más diversas, algunas de dolor, de mucho dolor, y las palabras de tan grande ternura y de confianza del Papa dirigidas a los jóvenes, a los que apeló a su responsabilidad, y urgió a no contentarse con esta sociedad nuestra, ni a permanecer adormecidos o «atontados» cómodamente instalados en los sofás de la indiferencia a cuanto ocurre en el entorno, suscita una grandísima esperanza. Frecuentemente vemos en los jóvenes una extraña tristeza o amargor, un conformismo bastante lejano del impulso juvenil hacia lo desconocido, hacia lo nuevo y auténtico; es como si se apoderase de ellos una honda tristeza producida por una falta de esperanza grande y la dificultad, por no decir imposibilidad, de alcanzar un gran amor que se respira en el ambiente: todo lo que se puede esperar ya se conoce y todo amor desemboca por la finitud de un mundo de mero bienestar cuyos enormes sustitutos no son sino una mísera cobertura de una desesperación abismal que conduce a una cultura de muerte.
Pero, con todo lo que pueda parecer, y con lo que algunos, tal vez, piensen de los jóvenes de ahora, como vimos en Polonia y escuchamos al Papa hablando con tanto amor y con tanta confianza en los jóvenes, la vida no ha cerrado ni apagado anhelos muy profundos y nobles dentro de ellos. Buscan ser felices, llegar a ser libres; aman la vida y quieren vivir plenamente; anhelan que haya un futuro grande para ellos y para todos y que les llene de esperanza; tienen sed de verdad y les gustaría en lo más íntimo de ellos que los quieran, los comprendan –como el Papa Francisco–, y también querer a los demás; buscan la justicia, la autenticidad, la lealtad, el amor no interesado, la comunicación sincera; quieren la paz, y detestan la guerra y la violencia terrorista, el hambre y las injusticias tan graves que nos separan y desgarran. Buscan y quieren una sociedad nueva, una humanidad nueva, hecha de hombres y mujeres nuevos. Anhelan un estilo de vivir nuevo, lleno de sencillez, y que transparente misericordia. Buscan y quieren un mundo fraterno, de hermanos solidarios, buscan y esperan una nueva civilización del amor.
Detrás de todo esto, ¿qué buscan, en el fondo, sino a Dios? ¿En quién esperan y a quién buscan, a veces o casi siempre sin saberlo, sino a Jesucristo? Porque, miremos, lo saben muy bien tantísimos jóvenes, por eso estaban allí, en Cracovia en la Jornada Mundial de la Juventud convocada por el Papa Francisco y esperaban oír de sus labios lo que esperan: que sólo Jesucristo es la vida y al margen de Jesucristo no tenemos sino muerte. Sólo Él es el Camino, y al margen de Él andamos desorientados y perdidos; sólo Él es el camino que conduce a Dios, que nos lleva a los otros hombres. Sólo Él es la Verdad que nos hace libres y la luz que alumbra a todo hombre, y fuera de Él no encontramos sino oscuridad y carencia de libertad.
Viéndoles a aquellos centenares de miles de jóvenes, personalmente no pude ni puedo olvidar aquellas palabras del Papa San Juan Pablo II tan querido por los jóvenes. En el corazón de Asia, en Kazajistán, al día siguiente de la violencia terrorista desatada en Nueva York contra las simbólicas Torres Gemelas, el anciano Papa, sin fuerzas –pero lleno de fortaleza y coraje– salió al encuentro de jóvenes universitarios, musulmanes, ortodoxos y ateos y antes las grandes preguntas del hombre abatido, ante el drama de la humanidad les dijo cosas como éstas: «Mi respuesta, queridos jóvenes, sin dejar de ser sencilla, tiene un alcance enorme: mira, tú eres un pensamiento de Dios, tú eres un latido del corazón de Dios. Afirmar esto equivale a decir que tú tienes un valor en cierto sentido infinito, que cuentas a los ojos de Dios en tu irrepetible individualidad... Tenéis cada uno a vuestras espaldas distintos avatares, no exentos de sufrimientos. Estáis aquí sentados, uno al lado de otros y os sentís amigos, no por haber olvidado el mal que ha habido en vuestra historia, sino porque, justamente, os interesa más el bien que todos juntos podréis construir. Y es que toda reconciliación auténtica desemboca forzosamente en un compromiso común. Sed conscientes del valor único que cada uno de vosotros posee y sabed aceptaros en vuestras convicciones respectivas, sin dejar por ello de buscar la plenitud de la verdad. Vuestro país sufrió la violencia mortificante de la ideología. Que no os toque ahora a vosotros caer presas de la violencia –no menos destructiva– de la «nada». ¡Qué vacío asfixiante, cuando en la vida nada importa y en nada se cree! Es la nada la negación del infinito..., de ese infinito al que el hombre irresistiblemente aspira... El Papa de Roma ha venido a deciros precisamente esto: hay un Dios que os pensó y os dio la vida. Que os ama personalmente y os encomienda el mundo. Que suscita en vosotros la sed de libertad y el deseo de conocer. Permitidme confesar ante vosotros con humildad y orgullo la fe de los cristianos: Jesús de Nazaret, Hijo de Dios hecho hombre que vino a revelarnos esta verdad con su persona y su enseñanza» (San Juan Pablo II). Esto mismo que dijo San Juan Pablo II a los jóvenes de la república de Kazajistán, en el fondo, es lo que el Papa Francisco volvió a decirles ahora en Cracovia a otros jóvenes ahora y de ahora, de hoy, y -¿por qué no también?- a todos los hombres que quieran escuchar. Es lo que la Iglesia ofrece, no oro ni plata, ni placer efímero, ni sucedáneos alienantes, sólo su gran riqueza que los jóvenes –y todos- piden y anhelan, la que no se agota nunca, la verdadera alegría y la paz auténtica: Jesucristo, rostro humano de Dios, Dios-con-nosotros, que trae la paz, y es la gran esperanza de un mundo nuevo,-cielos nuevos y tierra nueva- un mundo de hombres y mujeres libres que creen en el amor, que creen en Dios que es Amor, con rostro humano, Jesucristo, único capaz de hacer nuevas todas las cosas, abrir caminos esperanza, de verdadera fraternidad, de paz. Tras esta Jornada Mundial se siente que Dios misericordioso, valiéndose de los jóvenes, de los que nos reunimos en Cracovia, del admirado y admirable pueblo de Polonia y sus santos –San Juan Pablo II, Santa Faustina Kowalska, S. Maximiliano Kolbe,..– y, particularmente del Papa Francisco, nos está llamando apremiantemente a proseguir nuestro camino, con la mirada puesta en Jesucristo, sin retirarnos. ¡Adelante!, alumbrará un nuevo día de paz y fraternidad en toda la tierra, se llenará el mundo de luz, la luz de la verdad que se realiza en el amor y la misericordia.
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