Estados Unidos

Una estrategia integral para Mali

Francia hoy debe insistir en abordar la cuestión del uso de la fuerza como un prerrequisito para cualquier negociación sobre la integración política de Europa

En Mali, Francia no intenta reclamar recursos, exportar democracia o extender una «Françafrique» en la que ya no cree. En términos más prosaicos, Francia busca estabilizar un país castigado por fuerzas violentas que no siempre están lideradas por malienses, y que probablemente afecten a toda la subregión a la vez que amenazan a Europa.

Segundo, la intervención, una vez más, resalta la insignificancia estratégica de la Unión Europea, que promueve una «estrategia integral» para Mali y para toda la región para evitar el interrogante crucial: ¿bajo qué condiciones Europa usará la fuerza?

El punto final tiene que ver con la naturaleza de la participación estadounidense en el conflicto. Estados Unidos sigue siendo el aliado estratégico más valioso de Francia en este esfuerzo, pero los términos han cambiado. De hecho, después de una década de intervenciones militares, cuando menos, infructíferas, las crecientes limitaciones presupuestarias han llevado a la Administración del presidente Barack Obama a sacrificar algunas fuerzas terrestres para mantener intactas sus capacidades aéreas y navales sustanciales, con el aparente propósito de contener a China.

El cambio de estrategia de Obama ha acentuado el giro realista en la política exterior norteamericana, según la cual Estados Unidos hoy está dispuesto a intervenir sólo cuando sus intereses inmediatos están en juego. En otros casos, los aliados de Estados Unidos tendrán que demostrar su compromiso para recibir un respaldo condicional.

Esta nueva estrategia se aplicó en Libia, donde se dijo de Estados Unidos que es como si «liderara desde atrás». Pero este concepto es inapropiado, porque implica que, en definitiva, Estados Unidos es el líder. Claramente, no lo es. De no haber existido el empuje inicial de Francia y Gran Bretaña, Estados Unidos muy probablemente habría conservado una actitud pasiva, que fue lo que aconsejaron los departamentos de Estado y de Defensa. (El Departamento de Estado incluso llegó a advertir a Francia y Gran Bretaña que no votaran a favor de la Resolución 1973 de Naciones Unidas, que autorizaba la intervención).

Obama finalmente descartó la posición de sus burócratas y propuso una fuerte intervención militar, sin tropas terrestres, por un período muy limitado. Al final, Estados Unidos suministró el 75% de la inteligencia, vigilancia y reconocimiento (ISR por sus siglas en inglés), el 75% del reabastecimiento aéreo de combustible y el 90% de la inteligencia estratégica –un aporte indiscutiblemente significativo–. Sin embargo, Libia marcó el inicio de un concepto –aplicable hoy a Mali– que podría definirse como «acompañamiento desde arriba».

En otras palabras, Estados Unidos les está transmitiendo a sus aliados que ya no intervendrá en áreas de baja prioridad a menos que ellos se comprometan antes, como si fuera un inversor que espera que el promotor pague un anticipo. Como en Libia, Francia tuvo que tomar la iniciativa en Mali. Y, como en Libia, el respaldo estadounidense fue crucial en las cuatro áreas donde Francia y otros países europeos son deficientes: reconocimiento, transporte y reabastecimiento aéreo, y estrategia.

A diferencia de Libia, sin embargo, en Mali, Estados Unidos dio un paso sin precedentes en la historia de las relaciones transatlánticas cuando consideró la posibilidad de que Francia pagase por alquilar aviones de transporte de tropas. Si bien esta propuesta terminó descartándose, revela tanto la erosión del respaldo estadounidense como la determinación de Estados Unidos de dejar en claro su no asistencia a los europeos que corren riesgos.

Es más, existen desacuerdos reales dentro de la burocracia estadounidense cuando se trata de evaluar la amenaza que Al Qaeda en Mali plantea para los intereses de Estados Unidos. Acompañar desde arriba, por ende, tiene una importancia operativa y simbólica. En términos operativos, está limitada a tareas de ISR y no involucra tropas terrestres. En términos simbólicos, implica respaldar los esfuerzos iniciales y significativos emprendidos por otros.

Para Europa, esta situación es preocupante por dos motivos. En primer lugar, ilustra la dinámica cambiante que afianza la política estadounidense, que puede oscilar –en apenas cinco años– entre un expansionismo perturbador y un aislamiento del mundo igualmente preocupante. Ciertamente, un régimen yihadista en Mali no representaría una amenaza directa para Estados Unidos, o por lo menos no tanto como para Europa. ¿Pero tiene sentido apegarse a un análisis tan simple después de lo que pasó el 11 de septiembre de 2001?

En segundo lugar, Europa insiste en ignorar la necesidad de determinar bajo qué condiciones puede y debe usar la fuerza, no para misiones de paz sino para combatir con fuerzas potencialmente hostiles. La aversión a la guerra es uno de los riesgos más serios a los que se enfrenta Europa actualmente.

Para los franceses, la postura de Estados Unidos obligará a una reevaluación de la importancia de África en la estrategia global de Francia, dado que el informe blanco sobre defensa de 2008 del Gobierno claramente minimizaba la importancia del continente, muy probablemente para justificar una reducción de las fuerzas terrestres francesas. Es más, alentará a Francia a abordar el tema de la fuerza militar con sus aliados europeos.

Se sabe que la canciller alemana, Angela Merkel, critica a Francia por no ser tan entusiasta frente a la Unión Política Europea. La cuestión es cómo construir a Europa con Estados que esconden la cabeza en la arena ante la mención del uso de la fuerza, a la vez que admiten cínicamente que Francia está defendiendo a toda Europa en Mali.

Francia hoy debe insistir en abordar la cuestión del uso de la fuerza como un prerrequisito para cualquier negociación sobre la integración política de Europa. Al demostrarle a Europa que está acompañando sus acciones desde arriba, Estados Unidos una vez más obligará a los europeos a despertar de su sopor político y su mediocridad estratégica. El interrogante sigue siendo si los europeos estarán dispuestos a hacerlo.