Tribuna

Ucrania: la contraofensiva

Putin permite la extenuación y desmoralización de sus hombres, porque no se atreve a recurrir a nuevas movilizaciones, a pesar de su enorme superioridad demográfica

Ucrania: la contraofensiva
Ucrania: la contraofensivaBarrio

El 17 de agosto el Washington Post publicaba un artículo según el cual «la comunidad de inteligencia americana» –vulgo espionaje– había llegado a la conclusión de que la contraofensiva ucraniana hacia el sur no sería capaz de llegar hasta Melitópol, vital encrucijada de caminos hacia Crimea, en dirección SO, y al SE hacia Berdianks, importante puerto en el mar de Azov, por tanto en pleno «puente terrestre», vía de comunicación indispensable entre Rusia y el N de Crimea, paralelo a la costa, objetivo primordial de la contraofensiva. El pesimismo de la inteligencia americana no era tan negativo como podrían indicar los titulares, porque preveía que el avance ucraniano podría alcanzar hasta pocos kilómetros de la apetecida ciudad y por tanto el ejército de Kiev podría tenerla al alcance de su artillería, no digamos misiles de precisión aunque de limitado alcance y de drones, teniendo la posibilidad de interrumpir las comunicaciones de las que depende el frente ruso.

Como adelantándose a la publicación del WP, el día anterior, 16, Khodakovski, antiguo oficial del ejército ucraniano, procedente del Donbás, pasado a Rusia desde la protoinvasión del 2014, donde manda un batallón de paisanos suyos, y es personaje influyente en los medios de comunicación de su nuevo país, hizo pública su opinión de que los últimos avances ucranianos pueden «debilitar de manera significativa la confianza en la defensa rusa», por lo cual aboga por la «congelación» de la guerra, debido a las elevadas bajas y la extenuación de las fuerzas defensivas. Siguiendo el salto hacia atrás, el día anterior 15 de agosto, Blinken, el secretario de Estado americano –ministro de Exteriores–, manifestó que las perspectivas ucranianas de ganancias estratégicas no se aclararán hasta por lo menos dentro de un mes.

Lo que para bastantes en Occidente resultan unos avances desesperadamente lentos y pequeños, y por tanto decepcionantes, para un responsable ruso, relativamente independiente, amenazan con la desmoralización de sus fuerzas, por lo que más vale «congelar» la guerra, mientras que para el ministro del ramo, del gobierno de Biden, hacen falta unas cuantas semanas más para ver por dónde van las cosas. Así suele suceder con lo que concierne al incierto futuro, siempre especialmente incierto en caso de guerra.

La contraofensiva comenzó a principios de junio con un fracaso estrepitoso del intento de estrenar los medios acorazados de reciente donación occidental, lanzándolos contra el «formidable» sistema defensivo ruso creado a lo largo de ocho meses de paciente y bien dirigido trabajo, en un frente de unos mil kilómetros, sin contar con los que, por si acaso, continúan al otro lado de la frontera rusa hasta Belgorod. El ataque se produjo en la zona de mayor profundidad y densidad de medios defensivos, precisamente por ser la de mayor importancia estratégica. En el fracasado estreno, Ucrania perdió varios de los flamantes tanques Leopard alemanes y de los Bradleys americanos, transportes blindados de tropas. Muchos comentaristas lo atribuyeron a que la instrucción de OTAN a las tropas ucranianas sobre la «guerra de maniobra» y las «operaciones de armas combinadas» había sido insuficiente. Unas pocas semanas para lo que a los militares americanos les lleva en torno a un año, con toda clase de medios.

Las fuentes de información –y de desalentadora crítica– habían sido anónimos «officials», palabra de difícil traducción, digamos «responsables de cierto nivel», de Exteriores, Inteligencia y fuerzas armadas. Frente a ellos se levantó un clamor de generales –o almirantes– de cuatro estrellas, retirados y por tanto con mayor libertad de expresión, varios de ellos antiguos «saceurs» –jefes militares supremos de OTAN– así como también algunos prestigiosos profesores universitarios de «estudios de guerra» o «strategic studies», protestando por la ligereza de los comentarios.

Para empezar, las grandes ofensivas nunca se han resuelto en unas pocas semanas ni con los limitados medios que se han proporcionado a los ucranianos, instrumentos usados con mucho éxito en las fases precedentes, pero muy escasos para la nueva tarea de romper el frente ruso. A penas sí han recibido medios de ingeniería militar para desminar las franjas de minas, con frecuencia de anchuras kilométricas. Los helicópteros de ataque ruso cuentan con misiles aire-tierra que duplican el alcance de los en su día excelentes «stinger» tierra-aire, que en manos afganas le dieron la vuelta a la guerra contra los soviéticos. Los ucranianos siguen suspirando por los prometidos ATACMS, misiles tierra-tierra, de alta precisión y alcance que supera los 300 km, que pondrían Crimea a su merced y les proporcionarían el necesario fuego contra los medios artilleros enemigos, que los barren mientras reptan por un campo de minas, buscándolas pinchando artesanalmente en la tierra. Y para colmo, los F-16, la «navaja suiza» del aire, que acabaría con la muy dañina superioridad aérea rusa, suplantándola por una ucraniana, más completa y eficaz. ¡Washington los promete para finales del 2024. Y del correspondiente adiestramiento, ni se habla.

Y a pesar de todas las superioridades rusas, éstos tienen que defender una línea de mil kilómetros que sus enemigos pueden atacar en cualquier punto o en varios, y, lo que es más importante, los ucranianos siguen manteniendo una reserva estratégica para emplearla en el punto que pueda resultar más decisivo, mientras que Putin permite la extenuación y desmoralización de sus hombres, porque no se atreve a recurrir a nuevas movilizaciones, a pesar de su enorme superioridad demográfica. Cualquier refuerzo, o casi, tiene que hacerse mediante transferencias laterales.

Manuel Comaes profesor (jub.) de Mundo Actual. UNED. GEES.