Tribuna
Ucrania: esperando las ofensivas
La apuesta de Putin por una guerra larga se basa manifiestamente en el cálculo de que sus reservas humanas son inagotables
Desde noviembre, las especulaciones sobre Ucrania y el futuro de la guerra se centran en la estrategia putiniana de la larga duración y en las ofensivas de primavera de ambas partes mientras que la realidad de los combates ha tenido un punto central muy concreto, la pequeña ciudad de Bakhmut y zonas próximas, sobre la línea de frente que parte más o menos por la mitad la provincia de Donetsk, en el Donbás. En los mapas ucranianos aparece con el nombre de Artemivsk y tenía antes de la guerra 73.000 habitantes. Tras medio año de incesantes y, numéricamente millonarios bombardeos, es hoy una pura ruina que puede haber costado unas pocas decenas de miles de vidas a las fuerzas enfrentadas, sumando ambos bandos, aproximadamente el doble del lado ruso que del ucraniano. El único éxito ruso en todo el país en ese tiempo ha sido la reciente conquista de Soledar, un poco al norte de Bakhmut, de 10.000 habitantes antes de la guerra. En el propio Bakhmut los rusos avanzan unos metros cada día, con un alto coste, y controlan el norte, este y sur mientras las tropas ucranianas se aferran al oeste, preservando el acceso a una carretera por donde reciben sus aprovisionamientos.
Las razones estratégicas de esa obstinada sangría mutua son discutibles y discutidas y por tanto no del todo claras, pero reveladoras de los planteamientos bélicos del conflicto. Por más que se hable de la «importancia» estratégica de esa ciudad, o ya más bien mero punto geográfico, esa importancia es muy relativa. Todos los puntos, áreas o accidentes son estratégicos respecto a sus alrededores, pero si estos no lo son, la importancia se viene abajo. Ciertamente en Bakhmut se cruzan dos carreteras de interés para esa zona del frente, pero a su vez esa zona tiene un interés militar limitado. ¿Entonces? Entonces hay que recurrir al valor simbólico y a las repercusiones indirectas en áreas alejadas de combate.
Para los rusos, para el Kremlin, una nueva pérdida, otro retroceso más es otro golpe difícil de vender a lo que pueda, con escasa propiedad, llamarse opinión pública, cuando cualquier crítica a la guerra es un delito grave, muy duramente castigado. Sin embargo, paradójicamente, no puede ocultarse al público, y a los observadores internacionales, las censuras al poder, por la dirección de la guerra, de blogueros militares con audiencias millonarias. Su inmunidad consiste en que son más implacablemente belicistas y ultranacionalistas que el propio Putin y algunos de ellos, en fechas recientes, han empezado a mostrarse inquietos, no ya por lo que consideran errores que critican, sino por las cada vez más obscuras perspectivas de la idolatrada madre patria en esta «operación militar especial», que ellos no tienen empacho en llamar guerra con todas las letras y en propugnar esa denominación, contra una de las ficciones, y dogma, esenciales de la propaganda oficial del Kremlin.
Desde un punto de vista más práctico, esas costosas operaciones tienen la virtud de inmovilizar y sangrar a unas tropas enemigas, siempre numéricamente muy inferiores a las propias, cuyo sacrificio, sus dirigentes, consideran que es algo que se les debe. La apuesta de Putin por una guerra larga se basa manifiestamente en el cálculo de que sus reservas humanas son inagotables. Sin embargo, la realidad es que la primera movilización de 300.000 combatientes, iniciada en septiembre, no parece haber servido más que para aumentar las bajas de ambas partes, siempre con la esperanza de que el agotamiento le llegue antes al enemigo. Sobre la segunda, a punto de comenzar, ya veremos. No está claro que sin ellos pueda haber ofensiva rusa. Para Kiev se trata de lo mismo, pero al revés: El cálculo que está detrás de su obstinación por algo de valor estratégico tan limitado como Bakhmut es negarle a Rusia un éxito que necesita desesperadamente e, igualmente, inmovilizar y sangrar tropas enemigas que podrían ser más peligrosas en otros puntos de un frente que se extiende a lo largo de unos 1.000 km. Algunos altos militares ucranianos no ven con claridad que el coste valga la pena y Miley, el jefe de jefes americano, no se ha privado de expresarse en los mismos términos. Zelensky se ha declarado dispuesto a retirarse si la situación se empeora más, pero de momento resiste, con el apoyo de su alto mando. Mientras tanto se prepara para su contraofensiva con el esfuerzo supremo de organizar tres cuerpos de ejército que suman 50 nuevos combatientes, tratando de que lleguen al frente con mayor y mejor instrucción que muchos de los bisoños sacrificados en la numantina defensa de las ruinas de Bakhmut, y dando tiempo a que vayan llegando las indispensables y tan rápidamente consumibles municiones de artillería y las muy avanzadas nuevas armas prometidas por los amigos occidentales que simultáneamente instruyen a sus próximos usuarios en los países de los donantes.
Manuel Comaes profesor (jub.) de Mundo Actual. UNED. GEES.
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