A pesar del...

«Las uvas de la ira»

La prosperidad dependerá de la gente, y de la confianza en su esfuerzo y en el futuro de la institución básica de la sociedad: la familia

John Ford llevó al cine la novela de Steinbeck en 1940. Le granjeó el segundo de sus cuatro Óscar.

El escenario de Las uvas de la ira es el duro período de sequías y tormentas de polvo –Dust Bowl– de la década de 1930, que empujó a cientos de miles de inmigrantes desde Oklahoma y otros estados del centro y el este de Estados Unidos hasta los campos frutales de California. Una de esas familias de Okies son los Joad, sobre los que gira esta historia de peregrinación hacia el oeste recorriendo la célebre Ruta 66. Pero no se trata solo del drama de la emigración interna sino de una denuncia económica y social. Los campesinos son expulsados de sus tierras. La película, pero sobre todo el libro, dejan claro que es algo injusto, fruto de la codicia de los terratenientes y la maldad suprema de los bancos.

No se termina de explicar que la expulsión era legal porque los campesinos eran arrendatarios. Los propietarios estaban endeudados con los bancos, y la única forma de saldar sus deudas era entregándoles las tierras o vendiéndolas a empresas más productivas –de ahí la imagen de los tractores, presentados como amenazas.

El mensaje es más optimista que el de la novela, seguramente porque Ford era un socialdemócrata, y no tan anticapitalista como Steinbeck. Hay esperanza tras un camino muy duro en el que tampoco Ford es amable con los empresarios, los políticos o los policías, sobre todo los guardias privados. Al final del camino se separan madre e hijo. Tom Joad seguirá la estela del predicador asesinado, con un mensaje socialista o sindicalista, pero con gran incertidumbre. En cambio, la clave de Ma Joad es el pragmatismo. Puede tener imágenes simplistas, absurdas o populistas como su famoso final, «We’re the people» –que, como recuerda Eduardo Torres-Dulce, ni siquiera rodó Ford. Pero la clave es la esperanza de la gente que sigue luchando por salir adelante a pesar de los pesares.

Esa es la solución, el deseo smithiano de mejorar la propia condición, y no el Estado. Nótese que el refugio público idílico donde terminan los Joad –Weedpatch– es cariñoso y civilizado, pero no resuelve su vida, porque no da empleo. La prosperidad dependerá de la gente, y de la confianza en su esfuerzo y en el futuro de la institución básica de la sociedad: la familia.