El canto del cuco
Vamos al cole
Este trasiego, característico de las ciudades, ya ha alcanzado también a la España despoblada
En la periferia de la ciudad donde vivo, arranca el curso, en estos días apacibles de septiembre, con revuelo de palomas torcaces, cada vez más domesticadas, y bandadas de niños, con su pequeña mochila a la espalda, camino de los numerosos colegios de la zona. A unos se les ve con cara de sueño y hastío y otros caminan animosos con la ilusión del reencuentro con los antiguos compañeros o la curiosidad por los nuevos. Los más pequeños llegan, la mayoría, acompañados por sus padres hasta la puerta del cole. Los coches aparcan momentáneamente en doble fila o invaden las aceras, amparados por los policías municipales. Otros llegan en autobuses que viven del negocio escolar.
Este trasiego, característico de las ciudades, ya ha alcanzado también a la España despoblada. Mi nieto Lope, de tres años y medio, tiene que esperar al rayar el día en la plaza de Valdeavellano con su mochililla de colores la llegada del microbús –la ruta lo llaman– que le lleve a la escuela de Almarza, donde se concentran los escasos niños de la comarca. El contraste escolar con la ciudad es un hecho digno de estudio.
Acompañados de sus padres han llegado, por primera vez, al colegio de «Los Peñascales», aquí cerca, los tres hijos de Pablo Iglesias e Irene Montero. Como era de esperar, a los conocidos políticos de Podemos les han llovido inmediatamente las críticas por elegir un colegio privado para la educación de sus hijos, después de haber enarbolado, como bandera de la izquierda, la defensa de la escuela pública. A la hora de la verdad ha prevalecido el bien de sus hijos sobre la ideología.
La contradicción entre lo que se defiende y lo que se hace produce escándalo, hastío y repulsa popular. Es una de las razones del descrédito actual de la política. Pasa especialmente ahora con el ostentoso enriquecimiento de los dirigentes socialistas y el cúmulo de corrupciones que los envuelven. La gente comprueba que una cosa es predicar y otra dar trigo.
En descargo de Iglesias y Montero tengo que aclarar que «Los Peñascales» no está, como se ha dicho, en una zona exclusiva ni es un colegio carísimo y superselecto. Es un buen centro privado, laico, gestionado por una cooperativa de profesores. Cuesta entre 100 y 300 euros por alumno sin comedor, transporte y otros servicios opcionales. Lo conozco bien. En este colegio de «Los Peñascales» se han educado mis seis hijos, con buenos resultados. Creo que los podemitas han hecho una buena elección, aunque contradiga sus principios, algo natural en la izquierda.