
A pesar del...
Vivienda digna y sostenible ¡ya!
Tanto el análisis teórico como la evidencia empírica sugieren que si el odiado mercado donde se entablan los pérfidos negocios es suprimido, ello no es beneficioso para el pueblo, sino muy dañino, y desde luego no es gratuito, sino sumamente oneroso
Hace un tiempo vi en X una convocatoria a una manifestación con este lema: «Vivienda digna y sostenible ¡ya!». Todos queremos una vivienda digna y sostenible. Y, por supuesto, la queremos ahora, no dentro de una década. Sin embargo, algo no cuadraba en la convocatoria. Me ocupé entonces de profundizar en quién animaba a los ciudadanos a protestar por la crisis de la vivienda y a demandar «medidas urgentes». Se trataba de la Plataforma Hábitat24, y proponía muchas medidas, por ejemplo: controlar los precios de los alquileres, obligar a que en toda construcción se reserve el 30 % del total a vivienda pública, un plan «suficientemente dotado» para rehabilitar viviendas, prohibir los desalojos «sin alternativa habitacional», suspender las licencias de pisos turísticos, adecuar los barrios al cambio climático, y hasta restablecer el suministro eléctrico en la Cañada Real. Para lograr todo eso, Hábitat24 tenía la receta y la consigna: «¡Solo organizándonos, podremos conquistar nuestros derechos! ¡La vivienda es un derecho, no un negocio!».
Todo esto resultaba muy extraño, porque bastaba con preguntarse por el coste de esas medidas para comprender que apuntaban a un masivo quebrantamiento del derecho de propiedad y del derecho a contratar voluntariamente con la propiedad, que son dos fundamentos imprescindibles de una sociedad de mujeres y hombres libres. Cualquier repaso, por somero que sea, a las dictaduras de todo tipo y condición que han asolado la tierra es ilustrativo al respecto, porque todas ellas violaron en mayor o menor medida dichos fundamentos. «Organizarse» para acometer dicha violación es cualquier cosa menos «conquistar derechos».
Asimismo, la convocatoria incurría en una antigua falacia del pensamiento antiliberal de izquierdas y de derechas, que consiste en pensar que si las cosas no son «un negocio», entonces los derechos de las personas quedan salvaguardados –véase: «Una niña y Serrat», aquí: https://bit.ly/4iHLpW8.
Tanto el análisis teórico como la evidencia empírica sugieren que si el odiado mercado donde se entablan los pérfidos negocios es suprimido, ello no es beneficioso para el pueblo, sino muy dañino, y desde luego no es gratuito, sino sumamente oneroso. Una muestra de ello es, precisamente, el elevado precio de la vivienda que ha resultado de la intervención pública.
Por fin, y por volver al lema de la manifestación, toda la propuesta que la animaba resultaba, paradójicamente, ser lo menos digno que imaginarse pueda.
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