Restringido
Que vienen los monstruos «vintage»
Guillermo del Toro presenta la espectacular «Pacific Rim»
El mundo está en peligro y hay que salvarlo. ¿Les suena el argumento? Pues así hasta el final. Guillermo del Toro es un gran director con un corazón de niño y en «Pacific Rim» no se ha molestado en disimularlo para nada. ¿Para qué? Ahí está toda la ingenuidad y pasión propias de un adolescente al que se le ha dado una generosa cantidad de dinero para revivir los personajes que amamantaron su juventud. El realizador creció, como tantos otros, con esa mitología nipona de enormes monstruos prehistóricos que surgen de profundidades abisales y que alcanzan la tierra con el único ánimo de destruirla. La humanidad, para combatir, estos engendros oceánicos, construye robots con los que defenderse de este inesperado apocalipsis. Y de aquí nace una de las frases que han servido de promoción para este filme: «Para luchar contra monstruos, contruimos monstruos». Total.
200 millones de presupuesto
Este universo visual proviene de un género japonés: el de «mechas» (robots tripulados) y «kaijus» (monstruos gigantes), que no es más que una versión oriental de los duelos de titanes, pero en plan sofisticado. Por supuesto, como esta cultura nace en pleno siglo XX tiene su propia variación posmoderna y lo que late detrás es un pulso entre lo que el hombre es capaz de hacer con la tecnología y lo que la naturaleza podría hacer al hombre con su fuerza devastadora (quizá un poco alterada por los hombres, como sucede con el adorable lagarto Godzilla,¿recuerdan? Ese otro gran animalito que, por cierto, resucitará en las pantallas próximamente). Esta vez, en «Pacific Rim» hay una leve variación –que empeora más que mejora las cosas– y los depredadores marinos no son más que unos burdos seres manipulados por una inteligencia alienígena que pretende... ¿adivinan? Pues, eso arrasar la Tierra.
El combate establecido entre las bestias mecánicas (también conocidos como «jaegers») y las de carne y hueso es terrible, por supuesto. Por lo menos lo suficientemente arrollador y dramático para permitir un presupuesto de 200 millones de dólares. Un dinero que le ha permitido a Del Toro simular que estos titanes (tanto unos como otros) cuentan con la misma altura que un rascacielos de veinticinco plantas (fascinante, ¿no?).
Del Toro, que es un director que siempre hay que tener en cuenta y que ha cultivado en sus trabajos una fantasía transversal que va desde «Hellboy» hasta «Mimic» pasando por «El laberinto del fauno», se ha sumergido en esta producción que tiene bastante poco de ciencia-ficción (a pesar de su reiterado interés, a lo largo de la cinta, por explicarnos los más mínimos detalles sobre cómo funcionan los robots). Aunque este filme, eminentemente visual, de «colores saturados», y de múltiples «escenas nocturnas», conserva parte de ese realismo que consiste en una tecnología futurista, usada, rota, con golpes y sucia.
El director introduce el elemento humano a través de los pilotos de los «jaegers». Para que funcionen estos androides de desorbitado tamaño, se requiere la ayuda de dos personas al mando que estén conectadas neuronalmente. Aquí entran en acción dos de los protagonistas, interpretados por Charlie Hunnam y la actriz Rinko Kikuchi. El primero da vida a Raleigh Becket, un antiguo piloto retirado y que, por supuesto, es la última esperanza en un momento agónico; y, la segunda, a Mako Mori, que, está traumatizada por unos hechos sucedidos en el pasado y que se evocaran con el correspondiente dolor y teatralidad. «Es un gran espectáculo, divertido, con humor, algo que no se espera de esta clase de títulos. Y, además, cuenta una historia humana, tiene un sentido humano», ha declarado el director de la película, que ya está escribiendo una secuela, lo que anticipa su éxito arrollador antes de hacer caja por medio planeta. Como todo «blockbuster», «Pacific Rim» tiende a llegar al gran público de una manera masiva y contundente. Vamos, a dar el golpe en la taquilla. Y todo está prefigurado con esta intención, probablemente hasta las toneladas de palomitas que se van a consumir en sus más de de dos horas de duración. «Es una cinta familiar. Para esa clase de público», confiesa el realizador. Y, por eso, los robots imponen, pero no amedrantan, y los monstruos son horribles, muy feos, pero no tantos como para que no puedan entrar en la sala niños de doce o trece años.
Al gusto del espectador
La cinta, que tardó en rodarse 103 días, encantará a los seguidores de «Transformers» –ese parque temático de coloridos efectos especiales que Michael Bay se sacó de la manga a partir de unos simples juguetes para niños–. Pero, para ser justos, la propuesta de Del Toro se distancia bastante de ella. De hecho, introduce elementos que hacen que el resultado, con todo, sea bastante superior, tanto en intenciones, como en factura y argumento (y eso que los diálogos no están firmados precisamente por Faulkner). Es lo que menos se espera cuando alguien se enfrasca en una idea, como es este caso, durante tres años. Guillermo del Toro dijo en una de las ruedas de prensa de promoción de este filme una frase certera: «Dirigir es saber manejar la adversidad». Y él, por lo visto la ha dirigido bastante bien en esta producción que ha abordado con toda la pasión de un chaval, pero con el hacer de un director adulto, forjado en mil batallas y reveses, como es él (de hecho, ha colaborado en el guión de «El hobbitt», laprecuela de «El señor de los anillos» que ha pasado por tantos altibajos que podría filmarse una película sólo sobre sus percances y retrasos).
Del Toro, con la película, espera resucitar esta cultura nipona que a muchos le traerá a la cabeza aquel encantador robot pop que era Mazinger Z. Y es de esta tradición que ha nacido, nutrido y desarrollo en la cultura popular que han generado los mangas y las series de televisión. «Me he divertido mucho haciéndola. Estoy muy feliz», ha confesado el director, que ha intentado recuperar una mitología pero sin ninguna nostalgia, sólo con esa esperanza que muchas veces impulsan los proyectos de los directores, saldar una deuda con su juventud (como Spielberg con Tintín). Quería revivir esas impresiones y ofrecer diversión. Y en verano eso es lo que se pide. Pues ya está.
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