Religion

La grandeza de lo pequeño

Textos de oración ofrecidos por el sacerdote – vicario parroquial de la parroquia de La Asunción de Torrelodones, Madrid

Christian Díaz Yepes

Jesús nos presenta el reino de Dios desde la pequeñez de una semilla. Esta nos habla de lo silencioso, imperceptible, pero lleno de la potencia de la vida. Así nos revela al Dios pequeño, al Dios de lo pequeño y al Dios de los pequeños…

Dios pequeño porque es el Inmenso que se hace pequeña palabra, pequeño niño en el pesebre, pequeño pan en el altar, el último de los condenados que muere en una cruz. En él no cabe la prepotencia, sino que viene a nosotros desde la humildad en que hemos de ser capaces de reconocerlo. Desde allí nos hace dar el salto hasta el cielo.

Dios de lo pequeño porque para encontrarlo no tenemos que remontarnos más allá de los cielos ni emprender grandes proezas: Él está en lo cotidiano, en el hermano que pasa a nuestro lado, en lo escondido de nuestro corazón.

Y es el Dios de los pequeños porque se resiste a los soberbios para dejarse encontrar por los sencillos. Es el Resucitado que se aparece al pequeño germen de los apóstoles para hacer nacer desde ellos el gran árbol de la Iglesia. Es el que hoy susurra a tu corazón y te comunica esta buena noticia.

Son las cosas de Jesús, para quien lo más grande es lo más sencillo. Los pequeños detalles, los que importan porque revelan la profundidad del corazón. Es el único que podía señalar el comienzo de lo eterno apenas en la pequeñez de una semilla. La vida de cada día como un salto hasta lo eterno.

El vuelo del águila va tan alto, tan alto

es su anhelo por tocar

el rumor de las lámparas del cenit.

Los abismos dejan de ser sombra,

aletean

más que auroras.

¿Qué encuentra el ave en este vuelo?

¿Hasta dónde

la conduce el viento como aliento?

¿Se alzará más allá del valle si aquel soplo

la levanta más adentro?

Un grito hace vuelo y se sumerge

con placer de océano hasta las costas lejanas.

Descubre

un surco abierto por el río que apacienta

su correr hasta el mar eterno, mar adentro.

Como vino que se ofrece para amar

el caudal trae piedras, hojas

y trae la semilla como carbón para la hoguera.

El fruto de plata y fuego y oro para brillar,

cristal para mostrar

y para morder marfil.

Fruto insospechado,

anhelo,

inesperable joya hijo del viento sol

y de la tierra expectante,

virgen y madre.

Como la viña que del verde estalla

en racimos escarlata y exulta,

borbotea

el fruto contenido

en los ramos que se abrazan

y se pierden en el verde, negro, escarlata y el águila

venida de lo alto.

Arriba sigue soplando el viento.