Religion

No dejarte ahogar

Textos de oración ofrecidos por el sacerdote – vicario parroquial de la parroquia de La Asunción de Torrelodones, Madrid

Christian Díaz Yepes

Lectio divina del evangelio de este domingo XVI del tiempo ordinario (Mateo 13, 24-43)

Te enfrentas al mal. Porque es real, acuciante, presente en todo momento que intentas plantar una buena siembra. Entonces te preguntas por qué está ahí, de dónde ha venido, y la respuesta es que no solo es algo, sino que viene de alguien. Es uno que existe y te acecha; tantas veces se te adelanta para preparar la trampa; otras, va a tus espaldas para empujarte a caer o va a tu lado para asfixiarte. Y allí es donde te das cuenta del porqué de su existencia. Está allí para que crezcas y te hagas fuerte por medio del combate, ese que empieza dentro de ti.

Jesús propuso otra parábola a la gente: «El reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero, mientras la gente dormía, su enemigo fue y sembró cizaña en medio del trigo y se marchó. Cuando empezaba a verdear y se formaba la espiga apareció también la cizaña. Entonces fueron los criados a decirle al amo: “Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde sale la cizaña?” Él les dijo: “Un enemigo lo ha hecho.” Los criados le preguntaron: “¿Quieres que vayamos a arrancarla?” Pero él les respondió: “No, que, al arrancar la cizaña, podríais arrancar también el trigo. Dejadlos crecer juntos hasta la siega y, cuando llegue la siega, diré a los segadores: Arrancad primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo almacenadlo en mi granero.”» (…) Los discípulos se le acercaron a decirle: «Acláranos la parábola de la cizaña en el campo.» Él les contestó: «El que siembra la buena semilla es el Hijo del Hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los ciudadanos del reino; la cizaña son los partidarios del maligno; el enemigo que la siembra es el diablo; la cosecha es el fin del tiempo, y los segadores los ángeles. Lo mismo que se arranca la cizaña y se quema, así será el fin del tiempo: el Hijo del Hombre enviará sus ángeles y arrancarán de su reino a todos los corruptos y malvados y los arrojarán al horno encendido; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su padre.”.

Tú que has sido pequeña semilla, has de defender todo el potencial de vida contenido en ti para que puedas extender tus sarmientos y dar sombra; para que te multipliques en frutos y nuevas semillas. Dios, que te ha creado y sembrado en esta tierra, te ha dotado también de todo lo necesario para que lo puedas hacer. Recuerda: “sed fecundos y multiplicaos” es el mandamiento a la creación (Génesis 1, 28). Pero ya ves, tu crecimiento no es lineal ni del todo límpido. El maligno es un ser personal dañado y dañino que te cerca para ahogarte, es decir, apagar en ti el soplo del Espíritu. Aquí está el centro de la cuestión. Fíjate que Cristo nos habla de espigas ahogadas, es decir, de los que ya no respiran el aliento de Dios, que es su Espíritu. ¿Qué has de hacer, entonces? Primero, recordar que este Espíritu es también nuestro Defensor y está esperando que te abras a él para fortalecer todo lo que te hace crecer en lo verdadero. Por eso te pide dejar a un lado lo que te perjudica, tendiendo cada vez más hacia lo alto. Date cuenta, entonces, cómo y cuánto te daña seguir lo contrario a Cristo y a los que son de él: la fe y los que la han vivido auténticamente, que son los santos de siempre y esos del día a día que te han transmitido esa misma fe con sus palabras y con sus propias vidas. Porque así como las espigas crecen hacia lo alto unas junto a otras, sin ahogarse entre ellas, sino más bien como impulsándose mutuamente en una carrera de esperanza, alegría y vitalidad, también nosotros crecemos hacia el cielo alentados por otros. Los santos y los mártires nos muestran el fin gozoso de este impulso con su ejemplo y sus palabras; nuestros hermanos de fe en el presente nos apoyan y acompañan para no abandonar la carrera. Sigue su estela y sostente en ellos. Pide su ayuda y su consejo. Agradece a Dios que se te muestra desde estos rostros y manos humanas.

Deja entonces que la cizaña siga ahí, creyendo que crece y alcanza su objetivo, pero que se destruye a sí misma en su afán destructivo. Eso sí, no dejes de llamar las cosas por su nombre. El trigo es el trigo, y la cizaña, cizaña; la verdad y el amor, una única cosa; la mentira y el mal, obras del maligno. Por eso, renueva y mantén tu decisión de no dejarles espacio en ti, y recuerda que no luchas solo. Tu aliento de vida es el mismo Espíritu Defensor. Pídelo, llénate de él y que sus dones te impulsen: Sabiduría para vivir según el plan de Dios, Entendimiento para profundizar en sus misterios, Consejo para saber escuchar y orientar a otros, Ciencia para pensar según la mente de Cristo (1ª Corintios 2, 16), Fortaleza para mantenernos en el combate espiritual, Piedad para adorar a Dios como se merece y Santo Temor para querer agradarle en todo.