Oración
Avanzar siempre
Textos de oración ofrecidos por Christian Díaz Yepes, sacerdote de la archidiócesis de Madrid
Meditación para este III domingo de Pascua
El camino, el diálogo, el crepúsculo, la casa, la mesa, el pan. Signos tan humanos y, por eso mismo, amados y asumidos por Dios. Es lo que encontramos en el pasaje de los discípulos de Emaús, que meditamos como Iglesia este III domingo de Pascua (Lc 24, 13-35). Hoy especialmente consideramos que no podemos detenernos en el avanzar hacia Dios, porque es así como el Resucitado nos hace participar de su plenitud de la vida.
Cristo irrumpe en el camino de decepción y desánimo que están recorriendo sus discípulos luego de su muerte en la cruz. Parece que ellos avanzan, pero en verdad retroceden. No están volviendo a casa para llevar luz y vida a su morada, sino para replegarse en su frustración. Pero Cristo ha resucitado para salvarnos precisamente de esto, y no se cansa de salir a nuestro paso hasta que le reconozcamos. No solo vino para sufrir el dolor y la muerte como hombre, sino que vuelve a nuestro encuentro para sacarnos del aniquilamiento interior que podemos sufrir. Por eso acompaña el camino de los dos discípulos de Emaús para escucharles, acoger su pena, encender sus corazones con su palabra y, finalmente, revelarles la cercanía de su gloria al partir el pan. Este movimiento divino sigue aconteciendo hoy, porque Cristo sigue caminando a entre los suyos para darnos estas gracias. Nosotros procuremos corresponder en apertura a este don.
Ciertamente, avanzar no siempre es fácil. Somos falibles y nuestros ánimos varían. Pasamos de tener los objetivos muy claros a renunciar a ellos ante la primera contrariedad. Variamos del entusiasmo en nuestro compromiso al desánimo y la frustración. Porque hoy, como entonces, los discípulos de Jesús seguimos expuestos a las mismas tentaciones. Por eso nos vemos tan reflejados en el evangelio de este domingo. Porque para la vida del alma avanzar no significa que nos podamos mover de un sitio a otro. Avanzamos si crecemos, si hoy se fortalece nuestra fe, si nos abrimos más a la confianza hacia Dios y nos ganamos más la confianza de los demás. Avanzamos si construimos la paz dentro de nosotros mismos y a nuestro alrededor. Pongamos todo de nuestra parte para lograrlo y seguramente la luz de Cristo resucitado iluminará también nuestro propio camino.
Si algo te detiene, no es Dios.
Avanza siempre.
En la creación todo avanza, circula, se transforma.
Solo la muerte detiene todo.
Si nos detenemos, firmamos nuestra sentencia de muerte. Muerte a cuentagotas.
Agua que se detiene, se estanca. Agua estancada, muerte anunciada.
Porque hay tantos modos de estancarse, de morir. Paradoja del estancado que muere arrastrado por las corrientes de la muerte.
Se estanca el que se aferra al “siempre he sido así”, y no se aventura al siempre más. Muerte del que se negó a vivir.
Se estanca el que fija un rumbo tan estricto a su nave que pierde el gusto por navegar. Muerte por bitácora.
Se estanca el que no sueña por miedo a perder la razón. Muerte del insomne.
Se estanca el que no es creativo por aferrarse a la seguridad de lo lógico. Muerte por silogismo.
Se estanca el que se gloría de ser lo que cree ser. Muerte por momificación prematura.
Se estanca el que lleva una vida tan cómoda que en su final solo pide una muerte digna. Deshonrosa muerte.
Muere el que no descubre a los demás como un tesoro. Muerte autosuficiente.
Se estanca quien espera que todos actúen según sus reglas, incluso si muy justas. Amor de funcionario: papeles en regla, asunto resuelto. Muerte sellada.
Se estanca el que juzga, el que usa al otro para sus propios fines, el que espera el rédito por lo que da, el incapaz de perdonar.
Se detiene y muere solo.
Y si algo te detiene, no es Dios.
Se detiene el que se amolda a una imagen de Él o que amolda a Dios a sí mismo. Autoinmolación a un ídolo.
Se estanca el que no reconoce en cada encuentro con el otro una visita del cielo, y no ofrece posada al hijo de Dios que podía nacer en su casa. Muerte del pagano.
Se estanca el que no reconoce el paso de Dios en la propia historia y no responde con decisión y optimismo a lo nuevo.
Alma que no crece, muerte pusilánime.
Se estanca el que no siente el soplo de la inspiración. Muerte por asfixia existencial.
Se estanca el que no escucha el golpeteo de Dios a su puerta en cada latido del corazón. Muerte de microcardia.
Se estanca el que solo repite normas y fórmulas de fe sin descubrirlas como oportunidades nuevas, imprevisibles y desafiantes. Muerte del analfabeta espiritual.
Queda claro, si algo te detiene, no es Dios. Es idolatría, que es la muerte del alma.
Porque hay tantas formas de detenerse, de morir.
Tú no te detengas. Eres de Dios.
Debes crecer hasta llegar a Él mismo. Creced y sed fecundos es el mandamiento creatural.
Vívelo. Crece y multiplícate.
No entierres el talento de ti mismo. Sé quien eres, novedad incesante.
Supérate en cada paso de esta vida. Aspira siempre a más.
Y vive como hijo de Dios.
Pasa por este mundo dejando huella. Y la dejas solo si avanzas abriendo camino.
No temas nada. El destino en esta tierra está asegurado: la cruz. Si eres capaz de llevarla, no te importará cómo.
Avanzarás.
Y de tu corazón traspasado brotará vida fecunda. De tu último aliento, el Espíritu.
Y a uno que ha vivido así la muerte no lo puede eliminar. Vencerá la vida. La verdadera.
Entonces, correrás.
Con todos los que avanzan contigo.
En libertad.
En el movimiento incesante de ser cada vez más tú mismo y más nuevo con los otros y con Dios.
Dios que nunca se detiene.
Dios que siempre es más porque es libertad.
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