Salamanca
El don de la claridad y la belleza
El Santo Padre comenzaba su ministerio diciendo que era un humilde obrero de la viña del Señor (19 de abril 2005). Además, su lema episcopal, también como Papa, es «cooperador de la Verdad» (3 Jn. 1,8). Ambas palabras han sido muy significativas en su amplia y diversa vida y trayectoria. Nos detenemos en esta última. En la tercera Carta de S. Juan, el autor de la misma pide al «amigo Gayo» (3 Jn. 1, 1) que acoja en la comunidad a los apóstoles itinerantes que anuncian el Evangelio. Le solicita que los «provea para el viaje como Dios se merece; pues ellos se pusieron en camino para trabajar por Él sin aceptar nada de los paganos» (3 Jn.1, 7); y les recuerda que haciendo esta obra de caridad para con los evangelizadores, por los caminos del mundo, es así «cooperador de la Verdad» (3 Jn. 1,8). Benedicto XVI, con el estudio de la Teología, su servicio ministerial y apostólico, y su Magisterio ha sido y es un «cooperador de la Verdad». Es admirable. Es lo contrario a la crítica que se le ha hecho, llamándole incluso «cancerbero de la ortodoxia». Es al revés. Con su estudio, su bella y lúcida Teología, su luminosa palabra en las Encíclicas y Exhortaciones, todo ello puesto al servicio de la Palabra de Dios, ha estado y está ayudando a los misioneros y misioneras que, a lo largo de la iglesia extendida por todos los continentes, anuncian el Evangelio del Señor como en la primera hora. Esa es su cooperación a la Verdad, una cooperación a la evangelización realizada en la verdad del mensaje de salvación. Ciertamente lo ha hecho con una humildad, sabiduría, claridad y belleza grandes. Es para dar gracias al Señor por ello, por el don de su vida y su ministerio. Y es de agradecer su gesto de renuncia. ¿Qué son las diversas tareas de servicio a la Iglesia, si no un dejar pasar al Señor y su obra de Redención, sin apoyarnos en nosotros mismos y sin creernos exclusivos y necesarios? Recuerda el gesto de Juan Bautista, que señaló a Jesús y desapareció, pues él «no era la luz, sino un testigo de la Luz» (Jn. 1, 8). Todo un ejemplo de humildad y sabiduría evangélica tan necesario hoy en la vida eclesial y de nuestra sociedad.