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El Papa implora a Europa «una respuesta digna»

Francisco arropó ayer a los refugiados de Lesbos: «No estáis solos. Hablaré en vuestro nombre. No perdáis la esperanza»

El Papa Francisco en el campo de refugiados de Moria
El Papa Francisco en el campo de refugiados de Morialarazon

En el avión de vuelta a Roma afirmó que «cerrar las fronteras no resuelve nada» y pidió políticas de acogida e integración.

«No podemos más», le dijo llorando al Papa Francisco una mujer siria arrodillándose en pleno campo de Moria. La levantó y le respondió: «No estáis solos». Quizás sea éste uno de los momentos más emotivos de la visita papal a la isla griega de Lesbos acompañado por el Patriarca de Constantinopla, Bartolomé, y por el arzobispo de Atenas y Grecia, Jerónimo II. El Pontífice pidió en todas sus intervenciones «una respuesta digna» a tanta desolación y desesperación. Ya en el avión anunciaba a los periodistas que viajaban con él que se trataba de un «viaje triste», porque «es la catástrofe humanitaria más grande desde la Segunda Guerra Mundial». El Pontífice ponía así el acento de nuevo en el drama humano de los refugiados.

«La opinión mundial no puede ignorar la colosal crisis humanitaria originada por la propagación de la violencia y del conflicto armado, por la persecución y el desplazamiento de minorías religiosas y étnicas, como también por despojar a familias de sus hogares, violando su dignidad humana, sus libertades y derechos humanos fundamentales», rezaba el texto que el Papa Francisco junto a sus dos acompañantes dieron a conocer en el centro de detención de Moria, hasta hace unas semanas lugar de acogida humanitaria.

Antes de su despedida, en el puerto de Mytilene, hizo un llamamiento a la humanidad, tuvo un recuerdo con los voluntarios y miembros de organizaciones humanitarias, y también, a la población de Lesbos.

«La visita de Francisco a Lesbos ha servido para mostrar al mundo que los migrantes, antes que un número, son personas con una historia, sueños y nombres», apunta a LA RAZÓN Leone Kiskinis, el único párroco católico presente en la isla griega.

Frente a las aguas del mar Egeo recordó que Europa había sido siempre una tierra de asilo y recordó a todos los muertos en el mar a los que antes de despedirse lanzó flores en las aguas del puerto de Mitilene. Para el Papa es imprescindible construir puentes y criticó de nuevo, muy contundentemente, la compra venta de armas. «Hay que ser solidarios con los que han tenido que huir de la guerra, pero no se trata solo de una solidaridad momentánea, sino a largo plazo», y añadía «hay que dejar sin apoyos a todos los que conciben proyectos de odio y de violencia». Del mismo modo, recordó al mundo que los migrantes «antes que números, son personas, rostros, nombres, historias».

Quizá la intervención más dura fue la del arzobispo de Atenas y Grecia, Jerónimo II, que dirigió sus palabras a la Unión Europea: «No necesitamos decir muchas palabras. Sólo aquellos que ven los ojos de estas pequeñas criaturas que hemos conocido en los campos de refugiados serán capaces de reconocer inmediatamente, en su totalidad, la ‘‘bancarrota’’ humana y solidaria que Europa ha mostrado en los últimos años hacia éstas».

Ante a una multitud de personas, la mayoría autoridades encabezadas por el presidente Alexis Tsipras y teniendo como fondo barcazas de miembros de la policía, el Papa hizo referencia a la humillación que viven estas personas, a su desesperación. «Muchos de los refugiados que se encuentran en esta isla y en otras partes de Grecia están viviendo en unas condiciones críticas, en un clima de ansiedad y miedo, a veces de desesperación, por las dificultades materiales y la incertidumbre del futuro».

La visita comenzó por la mañana, con la llegada del Pontífice a la isla griega de Lesbos. Allí le esperaba Alexis Tsipras, Bartolomé, y Jerónimo II. Al ritmo de una banda militar, la Iglesia católica y la Ortodoxa se fundían en un abrazo. La primera cita era con Tsripas, donde ambos pudieron intercambiar su visión de la situación actual de los refugiados e inmigrantes. A continuación, emprendieron viaje al centro de Moria, hoy una cárcel, donde malviven unas tres mil quinientas personasen una situación deplorable. A la puertas, le esperan los refugiados. Algunos portaban pancartas improvisadas en cartones, en sábanas y en folios: «El Papa es nuestra esperanza», «Help me» o «Bienvenido, Papa Francisco».

Gestos de ternura, cariño y comprensión inundaron el lugar. Decenas de niños habían preparado dibujos para su Santidad que narran la guerra, la huida, los botes en los que se juegan la vida al tratar de cruzar el Egeo en busca de un lugar seguro. También ha recibido un rosario por parte de un refugiado cristiano. Luego, en el avión de vuelta a Roma, Francisco compartió con los periodistas las creaciones de los más pequeños: «Después de lo que he visto, de lo que ustedes han visto, en ese campo de refugiados, daban ganas de llorar. Traje unos dibujos para mostrárselos. ¿Qué quieren estos niños? Paz. Es cierto que en el campo no tienen cursos de educación, pero, ¿qué han visto estos niños? Este es un dibujo en el que se ve a un niño que se ahoga. Esto lo tienen en el corazón; de verdad, daban ganas de llorar. Recuerden esto. Uno dibujó al sol llorando. Pero si el sol es capaz de llorar, también a nosotros nos hará bien una lágrima».

También ante los periodistas confesó que comprende que los pueblos tengan miedo, pero apeló a la responsabilidad en la acogida y en la integación: «Debemos hacer puentes, pero los puentes se hacen inteligentemente, con el diálogo, la integración. Cerrar las fronteras no resuelve nada».

En el avión, con el Papa, el personal del Vaticano y los periodistas también viajaron 12 refugiados han sido los afortunados en subir al avión con el Papá, seis de ellos menores de edad. Según ha ratificado la Santa Sede, se trata de tres familias musulmanas, una de Deir Ezzor, territorio invadido por el grupo terrorista Daesh, y las otras dos de Damasco.

Otras familias no han tenido la misma suerte: «No hemos podido decirle todo lo que queríamos. Necesitamos que Europa nos escuche y ésta era nuestra oportunidad”, cuenta a LA RAZÓN Ahlam,una refugiada.