Siria
El sirio con los huesos destrozados que no pudo ver al Papa
Nihab tiene una pierna destrozada Teme que le detengan y le deporten a Turquía. No sobreviviría.
Nihab tiene una pierna destrozada Teme que le detengan y le deporten a Turquía. No sobreviviría.
Escondida detrás de la puerta, Anwaar espera impaciente que entremos en la habitación. Esta mujer siria de 32 años lleva 32 días con su marido escondida en un hotel de la isla griega de Lesbos. Ellos no han podido disfrutar de la visita del Pontífice, y mucho menos contarle su historia para solicitar ayuda. La necesitan con urgencia.
Su marido Nihad está postrado en la cama desde que llegaran a la isla helénica. Su rostro refleja el dolor de los huesos rotos consecuencia de la guerra en su país, Siria. Hace un mes que pisaron suelo europeo. Desde entonces no han salido del refugio en el que están, cerca de Mytilene. Su lancha llegó a la costa sin que los guardacostas griegos o Frontex los detectaran antes y acudieran en su búsqueda. De no haber sido así, hoy estarían en el centro penitenciario de Moria.
Nihad está gravemente enfermo. «La situación de mi marido es muy mala. Tiene muchos huesos rotos. La guerra en Siria nos ha destrozado la vida por completo. Y encima huimos de las bombas y la metralla y nos encontramos con una cárcel como recibimiento aquí», denuncia Anwaar mientras acaricia la pierna de su marido. Hace nueve meses sufrió un ataque bomba en Quneitra, capital, en gran parte destruida y abandonada, de la gobernación homónima al suroeste de Siria. Tiene sus huesos destrozados. La pierna y el hombro fracturados por varias partes. A esto hay que añadirle una complicación, la infección que padece en la actualidad y que pone más en riesgo su salud. «Ya no puedo más. Apenas puedo hablar del dolor que tengo. La guerra en Siria nos ha destrozado la vida. Soy joven pero ya he perdido la ilusión y la esperanza por vivir. Además, aquí metidos nos ahogamos. Pedimos por favor que alguien nos ayude», dice susurrando con un hilo de voz que denota su dolor.
La historia no acaba aquí. Después del ataque bomba que destrozó los huesos de su marido, Anwaar perdió a sus tres hermanos en la misma ciudad. Ataques aéreos destrozaron su casa y su vida. Acabaron con su familia. «Sólo me queda mi madre. Fue ella la que dijo que teníamos que huir, aunque nosotros ya nos lo habíamos planteado. Nihad necesita urgentemente varias operaciones. Además todo ha empeorado desde que tiene una infección» relata ella con lágrimas en los ojos. La desesperación de este matrimonio va en aumento. Más aún con la firma del Acuerdo entre Ankara y la Unión Europea, que permite la detención de los que llegan a territorio europeo. «Mi marido no aguantaría estar en una prisión. Todavía menos con las condiciones de vida de esa prisión. Él no puede estar allí. Necesitamos ayuda».
Fue el Ejército Libre sirio el que les ayudó a cruzar la frontera entre Siria y Turquía. De allí siguieron camino hasta la ciudad turca de Izmir, cuna de las mafias («smugglers») que se enriquecen cruzando en bote a los refugiados que acuden a la plaza Basmane. Es allí donde negocian las lanchas.
Nihad necesita una intervención con urgencia. Desde España, una periodista española ha intentado contactar con el director del Servicio de Traumatología del Hospital Vall D’Hebron. El objetivo es poder llevarlo a España u otro país europeo donde puedan tratarle. «Desde aquí pedimos por favor que alguien nos escuche. Mi marido no puede seguir aquí enfermo. Salimos huyendo de la muerte en Siria y no queremos encontrarla en el camino», dice Anwaar.
El tiempo corre en su contra y el estado de salud de Nihad empeora cada día que pasa en su escondite. Nos mira con los ojos entumecidos y nos pide que mandemos un mensaje a toda Europa: «Sólo pedimos que nos dejen vivir en un lugar seguro, alejado de las bombas y la metralla. Por favor, que alguien nos atienda y nos ayude. Tenemos miedo de salir y que nos arresten».
No son los únicos que no han podido ver al Papa en su visita. Decenas de refugiados, gran parte sirios, están escondidos en la isla por miedo a ser detenidos y posteriormente deportados a Turquía.
Nour es otro ejemplo. Ella llegó aquí con su hermana Lina hace tres semanas. Sortearon el centro de Moria, pero ahora andan perdidas. «El dinero con el que vinimos se nos acaba. Nuestros primos están atrapados en Idomeni. Nos cuentan que la situación allí también es terrible. Queremos juntarnos con ellos pero, ¿qué podemos hacer?», nos dice en voz bajita sentada en un banco de piedra, cerca del puerto de Mytilene.
«Mi hermana tiene a su marido en Alemania. No entendemos nada de lo que está ocurriendo. La canciller alemana, Angela Merkel, nos invitó a venir en busca de un lugar seguro a Europa y ahora nos cierran las fronteras y nos detienen como si fuéramos criminales. Es injusto».
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