Dos papas santos
El triunfo de Cristo
Amenazaba lluvia, pero la proclamación de los nuevos santos disipó las nubes e hizo salir el sol, con una capa de nubes altas que nos servía de toldo. Día espléndido en la plaza de San Pedro y en todo el orbe católico. Día lleno de esperanza para la humanidad, porque dos de sus mejores hijos reciben la gloria de Dios y el aplauso de los hombres, acabada su peregrinación en la tierra, donde han tenido que vencer las dificultades, las tentaciones, la cruz y la muerte. Es el triunfo de Cristo resucitado en dos de sus mejores hijos, que han sido envueltos en la divina misericordia a lo largo de su peregrinación por la tierra. «El Papa de la docilidad al Espíritu Santo» ha calificado Francisco a san Juan XXIII, que convocó el Concilio Vaticano II, el acontecimiento más importante de la Iglesia en el último siglo. El Papa bueno y sencillo, que se ganó desde el primer momento el corazón de toda persona de buena voluntad. «El Papa de la familia», así describió a san Juan Pablo II, que podría ser calificado bajo tantos otros aspectos. Y al enunciarlo así, las familias han prorrumpido en un aplauso, porque ellos son fruto del pontificado de san Juan Pablo II, de sus jornadas mundiales de la juventud, de su impulso misionero, de su «no tengáis miedo», porque vuestro corazón está lleno de la esperanza que viene de Jesucristo y de su Espíritu. «Las llagas gloriosas de Cristo resucitado son un escándalo para la fe, pero son también la comprobación de la fe. Esas llagas son el signo permanente del amor de Dios por nosotros» nos ha enseñado Francisco. Humedecidos los ojos por la emoción, hemos vivido una jornada histórica, en la que la Iglesia quiere servir a la humanidad, presentando la belleza de Cristo y de la vida cristiana. «Que ambos santos nos enseñen a no escandalizarnos de las llagas de Cristo, a adentrarnos en el misterio de la misericordia divina que siempre espera, siempre perdona, porque siempre ama».
* Obispo de Córdoba
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