Religión

Humildad heroica

Textos de oración ofrecidos por Christian Díaz Yepes, sacerdote de la archidiócesis de Madrid

Peregrinación Nuestra Señora de la Cristiandad a Covadonga
Peregrinación Nuestra Señora de la Cristiandad a CovadongaLa Razón

En la solemnidad de la Santísima Trinidad nos asomamos al misterio de un Dios que es comunión viviente: tres Personas distintas, inseparables en amor. Esta fiesta es la llamada a encarnar en nuestra propia realidad esa comunión que sana, ilumina y aviva la fe. Y en esta encrucijada de gracia, un fenómeno resonó con especial fuerza este fin de semana de Pentecostés: la peregrinación de París a Chartres, en su 43º edición, que congregó a casi veinte mil jóvenes en torno a la liturgia tradicional de la Iglesia y un compromiso firme con su fe y moral inmutables.

El rito romano tradicional, celebrado en procesión, canto y rosario a lo largo de los 100 km que separan la capital francesa de la emblemática catedral gótica, no es un acto de nostalgia, sino de obediencia filial. Este año se alcanzó un récord histórico: más de 19 000 inscritos, con más de 2 000 en lista de espera. Jóvenes, camino, silencio, devoción. Muchos de ellos ya casados, empujando los cochecitos de sus niños o cargándoles. Tantos que han respondido a la vida sacerdotal o religiosa y lucían con dignidad sus santos hábitos, testimonios de un legado de amor y entrega. Y tantos otros signos de contradicción ante la “cultura líquida”, como manifestación palpable de la fe vivida en la Santísima Trinidad. Todos estos jóvenes son la respuesta más contundente al llamado a “arremangarse”, a sacrificar sus fuerzas, su comodidad y su propia voz, que ha pedido el Papa León XIV a los jóvenes en sus primeros días de pontificado.

Y no fue nada fácil. Este peregrinaje se dio en un contexto de restricciones y sospechas. Se debatía quién podía ofrecer la misa, en qué diócesis, con qué libro litúrgico. Pero la peregrinación avanzó, con 450 capítulos, más de 450 sacerdotes, cantos, penitencias y una clara fidelidad. Caminaron y rezaron juntos, conscientes de formar un solo pueblo dispuesto a mantener el legado inmemorial de la Iglesia.

¿Qué nos dice esto en la fiesta trinitaria de este domingo? Primero, que la comunión no se reduce a teoría, ni la liturgia a acto estético. Ambos son acontecimientos que transforman. A imagen del Padre que ama, del Hijo que se entrega y del Espíritu que vivifica, esos jóvenes ofrecieron su cuerpo al camino, al dormir al raso, levantarse muy pronto y no comer tan bien, unidos en el amor, fidelidad y resistencia frente a un mundo que confunde la libertad con relativismo y la oración con aislamiento.

Segundo, responder al “arremangaos” del Papa León XIV implica romper esquemas. No solo en la plegaria interna, sino en la “carne” de la misión y el dar ejemplo. 100km a pie, vigilias de adoración, misas en latín. Todo como resistencia serena ante el relativismo religioso, una respuesta para cimentar la fe en bases sólidas. Es lo que testimonian cada uno de sus pasos y actos de devoción y penitencia.

Tercero, la fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo la mejor respuesta al silencio o la indiferencia que priva a tantos de la fe clara. Allí, en comunidad, con la el Santo Sacrificio de la misa celebrado según el rito milenario de la Iglesia. Así, paso a paso, desde Chartres resonó una fuerte convicción: la Trinidad no es una idea, es una multitud de jóvenes que avanzan juntos, dan testimonio y desafían con gozo las estructuras de pecado para abrir este mundo así al Misterio de Dios.

Todo ello nos hace preguntarnos: ¿Nuestra fe trinitaria nos pone en movimiento, con alegre disposición a la oración y el sacrificio? ¿Nuestras comunidades cristianas están dando señales vivas de lealtad, resistencia y testimonio gozoso, como este peregrinar? No podemos celebrar la Trinidad con conceptos sin arremangarnos y arriesgarnos en el camino. No podemos proclamar “te adoro, Dios mío” si no nos sacrificamos en testimonio.

Que el ejemplo de estos veinte mil —tan jóvenes en edad, tan maduros en fe— nos ilumine. Recordemos que la Trinidad es la casa de la comunión, y si queremos entrar, debemos amar como ellos: con gratuidad, entrega y verdad. Respondamos a la llamada de León XIV a “arremangarnos”, asumiendo sus riesgos, no solo con buenos sentimientos. Que nuestras comunidades y parroquias se dejen interpelar por quienes peregrinan en pos de una fe sólida y la verdad desafiante. Que nos dispongamos a cimentar esto en cada rincón del orbe cristiano.

Pidamos al Padre que fortalezca nuestra fe; al Hijo que nos renueve en el don que nos ofrece; al Espíritu que nos ayude a testimoniar que lo católico no se disimula ni pide perdones por ser lo que es. Porque en la Trinidad descubrimos que la auténtica vida cristiana es peregrinación de héroes humildes… que son legión.