Roma
Las claves de la carta sobre la fe
Un mundo sombrío, a falta de luz
«Deseo hablar precisamente de esta luz de la fe para que crezca e ilumine el presente, y llegue a convertirse en estrella que muestre el horizonte de nuestro camino en un tiempo en el que el hombre tiene especialmente necesidad de luz»
Francisco se plantea como el objetivo de esta encíclica presentar la fe, no como algo caduco que no tiene cabida para «un hombre adulto» y que, como señalaba Nietzsche, le «quita novedad y aventura a la vida». Así el Papa destierra la idea de que la fe sea un mero «sentimiento ciego», subjetivo. Todo lo contrario, nos permite «distinguir el bien del mal, la senda que lleva a la meta de aquella otra que nos hace dar vueltas y vueltas».
Buscar la verdad en todo
«Recuperar la conexión de la fe con la verdad es hoy aún más necesario, precisamente por la crisis de verdad en que nos encontramos. En la cultura contemporánea se tiende a menudo a aceptar como verdad sólo la verdad tecnológica»
Retomando el diálogo fe y razón que Juan Pablo II desarrolló, el Santo Padre recuerda que «el hombre tiene necesidad de conocimiento, tiene necesidad de verdad». De hecho defiende que «la fe, sin verdad, no salva», se queda en «una bella fábula». De la misma manera, lamenta que el hombre se quede sólo en considerar como verdadero «aquello que el hombre consigue construir y medir con su ciencia». De hecho, sentencia que «la fe no es un refugio para gente pusilánime, sino que ensancha la vida».
No al totalitarismo y al relativismo
«Es lógico que se pretenda deshacer la conexión de la religión con la verdad, porque este nexo estaría en la raíz del fanatismo, que intenta arrollar a quien no comparte las propias creencias»
En esa búsqueda de la verdad, el Papa reflexiona sobre dos extremos. El primero es el de los totalitarismos del siglo XX, abanderados por «una verdad que imponía su propia concepción global para aplastar la historia concreta del individuo». El segundo es el relativismo, denuncia constante de Benedicto XVI, que nace al considerar que tener una verdad «grande», por ejemplo Dios, implicaba negar a la persona, siendo origen del fanatismo. «Una verdad común nos da miedo, porque la identificamos con la imposición intransigente de los totalitarismos», subraya para defender que «la fe no es intransigente, sino que crece en la convivencia que respeta al otro. El creyente no es arrogante; al contrario, la verdad le hace humilde».
El amor no es un sentimiento pasajero
«El amor no se puede reducir a un sentimiento que va y viene (...) Sólo en cuanto está fundado en la verdad, el amor puede perdurar en el tiempo, superar la fugacidad del instante y permanecer firme»
Francisco rebate al filósofo Ludwig Wittgenstein, que considera «que creer sería algo parecido a una experiencia de enamoramiento, entendida como algo subjetivo, que no se puede proponer como verdad válida para todos». Frente a ello, plantea la fe como un vínculo en el que «amor y verdad no se pueden separar. Sin amor, la verdad se vuelve fría, impersonal, opresiva para la vida concreta de la persona».
La ciencia, con cabeza y corazón
«La fe despierta el sentido crítico, en cuanto que no permite que la investigación se conforme con sus fórmulas y la ayuda a darse cuenta de que la naturaleza no se reduce a ellas»
La encíclica también tira por tierra la idea de que la Religión limite los horizontes de la ciencia. Más bien, «la mirada de la ciencia se beneficia de la fe: ésta invita al científico a estar abierto a la realidad, en toda su riqueza inagotable». De esta manera, permite al investigador acercarse con criterio a la realidad en la que se mueve, «invitando a maravillarse ante el misterio de la creación, la fe ensancha los horizontes de la razón para iluminar mejor el mundo que se presenta a los estudios de la ciencia».
Reivindicar los sacramentos y la unidad de la Iglesia
«La fe necesita un ámbito en el que se pueda testimoniar y comunicar, un ámbito adecuado y proporcionado a lo que se comunica (...). Este medio son los sacramentos, celebrados en la liturgia de la Iglesia»
En un tiempo en el que la vivencia cotidiana de la fe parece debilitarse entre muchos cristianos, que no participan de forma activa en la Iglesia, Francisco reivindica el papel de los sacramentos para vivir esa fe, «su tradición viva». Por eso, no es «suficiente un libro» porque no se trata de «asentir a un conjunto de verdades abstractas», sino que subraya el papel que juegan tanto el bautismo como la eucaristía. Aun siendo conscientes de que hay «algunos puntos de la fe más fáciles o difíciles de aceptar». Subraya la necesidad de trabajar por la unidad de la Iglesia: «Quitar algo a la fe es quitar algo a la verdad de la comunión».
La familia, unión de un hombre y una mujer
«El primer ámbito que la fe ilumina en la ciudad de los hombres es la familia. Pienso sobre todo en el matrimonio, como unión estable de un hombre y una mujer»
Francisco ve en la familia esa Iglesia doméstica en la que cuidar que la fe crezca. De ahí que reivindique el matrimonio, como la unión entre un hombre y una mujer, «signo y presencia del amor de Dios», y ponga en valor el «reconocimiento y la aceptación de la bondad de la diferenciación sexual, que permite a los cónyuges unirse en una sola carne (cf. Gn 2,24) y ser capaces de engendrar una vida nueva». Recuerda el papel de los padres durante la infancia y la adolescencia, y aprovecha para aplaudir cómo las Jornadas Mundiales de la Juventud «manifiestan la alegría de la fe, el compromiso de vivir una fe cada vez más sólida y generosa».
La indiscutible dignidad de la persona
«Gracias a la fe hemos descubierto la dignidad de cada persona, que no era tan evidente en el mundo antiguo (...) Cuando se oscurece esta realidad, falta el criterio para distinguir lo que hace preciosa y única la vida del hombre»
La encíclica reivindica las raíces cristianas de la sociedad actual y cómo es Jesús quien plantea la idea de la fraternidad, tomando a Dios como Padre, y viendo al otro como el hermano. Considerar al que tengo al lado como prójimo se genera la igualdad «para que todos sean uno». El Obispo de Roma alerta de que, cuando el hombre pierde este horizonte, «renunciando a su responsabilidad moral, o bien pretende ser árbitro absoluto», se atribuye «un poder de manipulación sin límites».
Un desarrollo sostenible y gobiernos justos
«La fe, además, revelándonos el amor de Dios, nos hace respetar más la naturaleza, pues nos hace reconocer en ella una gramática escrita por él y una morada que nos ha confiado para cultivarla y salvaguardarla»
La apuesta por una ecología humana y un desarrollo que apuntaló Benedicto XVI también tiene presencia en la carta firmada por Francisco. Así, la fe «nos invita a buscar modelos de desarrollo que no se basen sólo en la utilidad y el provecho, sino que consideren la creación como un don del que todos somos deudores; nos enseña a identificar formas de gobierno justas» que permanezcan «al servicio del bien común».
Una luz ante el sufrimiento humano
«Al hombre que sufre, Dios no le da un razonamiento que explique todo, sino que le responde con una presencia que le acompaña»
Poniendo a Francisco de Asís y a Teresa de Calcuta como ejemplo de aquellos que han sabido captar «el misterio del sufrimiento», el Papa recuerda que «no les han quitado todos sus sufrimientos, ni han podido dar razón cumplida de todos los males que los aquejan». Reconoce que «la luz de la fe no disipa todas nuestras tinieblas, sino que, como una lámpara, guía nuestros pasos en la noche, y esto basta para caminar». Incluso en el momento de la muerte, ponerse en las manos de Dios «con la confianza de que nos sostendrá incluso en el paso definitivo».
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