La renuncia de Benedicto XVI

Promovió el mayor debate entre laicos y creyentes

En 2004 mantuvo un encuentro con el filósofo Jürgen Habermas. Supuso un acercamiento sincero y llegaron a una gran conclusión: la religión y la razón deben mirarse y compenetrarse como dos partes de vida de los hombres

Habermas y Ratzinger, el 19 de enero de 2004, día del debate en Múnich
Habermas y Ratzinger, el 19 de enero de 2004, día del debate en Múnichlarazon

atzinger nunca ha rehuido el debate con el mundo laico. Es más, hay un solo mundo que no diferencia entre religión y razón. Esa dictomía es la que guió el encuentro que mantuvo el 19 de enero de 2004 con el filósofo Jünger Habermas en la Academia Católica de Baviera, en Múnich. Ambos son de la misma generación y comparten las mismas vivencias políticas: la ascensión de Hitler al poder (fueron por obligación miembros de las juventudes nazis), la guerra, el desmoronamiento de Alemania, los años de silencio, el Muro de Berlín y su caída. Ambos también plantearon la cuestión central de que la religión y la razón se necesitaban mutuamente y actúan como una forma de control en las sociedades altamente secularizadas.

El encuentro se produjo en un contexto político muy especial que favorecía la coincidencia en muchas cuestiones: Juan Pablo II se había referido a una nueva versión del capitalismo globalizado que había olvidado su compromiso social (siguiendo la doctrina social de la Iglesia) y había criticado la guerra de Irak, tomando así partido con una buena parte de la opinión pública internacional.

El entonces cardenal Ratzinger era prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe y no tuvo miedo en plantear un tema especialmente de actualidad: el terrorismo islamista. El terrorismo unido a una fe concreta. Si el terrorismo está también alimentado por el fanatismo religioso, dijo, ¿es la religión un poder que salva, o más bien un poder arcaico y peligroso? «¿No habrá entonces que poner a la religión bajo la tutela de la razón e imponerle cuidadosos y estrictos límites?», se preguntaba.

Por su parte, Habermas llamaba la atención sobre las sociedades secularizadas y la pérdida de un sentido de lo colectivo, de valores como la compasión o la solidarildad. En tanto que el orden liberal depende de la solidaridad de sus ciudadanos, dijo, «esas fuentes podrían secarse a causa de una "descarrilada"securalización de la sociedad».

Pero también pedía al hombre religioso comprender la razón laica y que no considerase –sobre todo el «hombre religioso culto», recalcaba– que su creencia le concede una autoridad moral por encima de los no creyentes. «En lugar de eso voy a proponer entender la secularización cultural y social como un doble proceso que obliga tanto a las tradiciones de la Ilustración como a las doctrinas religiosas a reflexionar sobre sus respectivos límites», añadió el filósofo.

El convencimiento de Ratzinger sobre el papel de la razón en la religión es claro: «Hay patologías en la religión que son altamente peligrosas y que hacen necesario conservar la luz divina que representa la razón, por así decir, como un órgano de control». Esta idea «purificadora», afirmaba Benedicto XVI, era la idea de los Padres de la Iglesia.

Habermas apostaba por ese diálogo entre fe y razón como forma de control mutuo, sobre todo en las «sociedades articuladas por una constitución liberal». Y pide algo más a los laicos, pues no se puede entender el desarrollo de Europa, su historia y sus conquistas sin la aportación del cristianismo: en una cultura política liberal, el no creyente debe ayudar «a traducir el lenguaje religioso a un lenguaje públicamente accesible». Bendicto XVI alabó la ponencia de Habermas y que la cultura secular y la fe cristiana «determinan la actual situación mundial».