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Dos papas santos

Wojtyla, lección del buen enfermo

Rodolfo Proietti, jefe del equipo médico que atendió a Juan. Pablo II, recuerda su gran fuerza física y capacidad de sufrimiento; también que el Pontífice no era un paciente fácil

Juan Pablo II, instantes después del atentado que sufrió en el Vaticano el 13 de mayo de 1981
Juan Pablo II, instantes después del atentado que sufrió en el Vaticano el 13 de mayo de 1981larazon

Cuenta el cardenal Stalislaw Dziwisz, secretario personal de Juan Pablo II durante 39 años que para Karol Wojtyla «el sufrimiento tenía sentido». «Nos decía que la vida del hombre tiene que ser un preparativo para la muerte. Es la tarea más importante que tiene. Él sufrió mucho durante toda su vida, pero nunca se lamentaba. Se miraba en Cristo, que salvó al mundo a través de la cruz. Así se iba preparando para la muerte, a la que dio dignidad», asegura el hombre que más de cerca conoció al nuevo santo.

Conociendo la postura del Papa Wojtyla ante el sufrimiento y la muerte se entiende mejor su comportamiento como enfermo. Lo recuerda bien Rodolfo Proietti, director del departamento de emergencias del Policlínico Gemelli de Roma y responsable del equipo médico que trató al Pontífice durante sus ingresos hospitalarios. «Yo nunca he tenido un paciente así. Tenía una gran fuerza física y una enorme resistencia al dolor y al sufrimiento».

Pese a que nunca se quejaba, Juan Pablo II no era un paciente fácil. «Le gustaba saber todo lo referente a su salud y tener siempre la última palabra sobre lo que había que hacer. Casi siempre seguía nuestros consejos, aunque en ocasiones hacía lo que le daba la gana. Tras el atentado de 1981, los miembros del equipo médico que yo coordinaba nos reuníamos y decidíamos qué hacer. Luego yo le explicaba todo. En aquellos días no queríamos darle el alta, porque temíamos que empeorara su salud y le pasara algo, así que íbamos retrasando la fecha para que volviera al Vaticano. Al final un día entró sin llamar a la puerta a la sala donde estábamos reunidos y dijo que decidía él cuándo se daba el alta. Al día siguiente volvió al Palacio Apostólico. No veía la hora de volver a ejercer como pastor, necesitaba seguir comunicando con la gente», recuerda el doctor Proietti en un encuentro con periodistas organizado por la Pontificia Universidad de la Santa Cruz.

El Papa Wojtyla nunca terminó de fiarse completamente de los médicos. «Siempre que nos veía a nosotros decía: "Me pongo en manos de su competencia y de la Divina Providencia". De hecho, cuando estaba consciente durante sus convalecencias, no paraba de rezarle a la Virgen». Esa estrecha relación con Dios a través de la oración impresionó al galeno, quien no acaba de explicarse cómo consiguió salvarse tras ser tiroteado por Ali Agca en la plaza de San Pedro. «Fue un pequeño milagro que aquella bala no le tocara la arteria aorta ni la vena cava. Estuvo muy cerca», asegura.

Además de la ayuda divina que muchos católicos creen que recibió, Juan Pablo II también salvó la vida gracias a las medidas tomadas por la Santa Sede tras la repentina muerte de su antecesor, Juan Pablo I, el 28 de septiembre de 1978, sólo 33 días después de su elección como Pontífice. «Se decidió tener de forma continua una ambulancia con una unidad de reanimación en la plaza de San Pedro. Fue una medida que valió la pena tomar, pues después de ser tiroteado, el Papa Wojtyla sólo tardó ocho minutos en llegar al Gemelli», cuenta Proietti.

Recuerda con emoción cómo en sus últimos meses de vida hacía esfuerzos terribles para saludar o bendecir a los fieles. «Le decíamos que se quedara en la cama, descansando, pero no quería. Se daba al prójimo de manera absoluta. Tenía una dedicación hacia las otras personas que yo jamás me he encontrado en otro ser humano», asegura. Ofrece el médico un testimonio que muestra cómo Juan Pablo II se mantuvo lúcido hasta casi el final de su vida: «Cuando decidimos que necesitaba una traqueotomía, le comentamos que era una operación sencilla. Él nos contestó que sería sencillo para los médicos, pero no para él. Le resultó muy duro, pues perdía su principal instrumento de trabajo, la voz».

«Siempre quería llegar a la cima»

Al doctor Rodolfo Proietti le tocaba vigilar la salud de Juan Pablo II tanto en el Vaticano como en la montaña en verano. En los Alpes, Karol Wojtyla se oxigenaba del ambiente romano, pero no descansaba. Amante del alpinismo, mientras su cuerpo se lo permitió nunca dejó de practicar el senderismo. «Tras el atentado de Ali Agca, consiguió recuperar la salud completamente. Volvió a la montaña, donde hacía ascensiones que duraban entre seis y ocho horas. Siempre quería llegar a la cima. Yo lo pasaba mucho peor que él, tanto por mi menor fortaleza como porque temía que le fallase un pie y se cayera. En los últimos 100 metros antes de llegar a la cima, siempre caminaba angustiado pensando en qué íbamos a hacer si le ocurría algo allí arriba».