Salud
Naturaleza muerta: la basura de la vergüenza
En solo 15 días, Madrid gestionó más residuos sanitarios que en todo 2019. la gran preocupación de la sociedad es la estirilidad y avanzamos hacia la del plástico duro (mamparas de metacrilato) y el plástico fino (protecciones desechables) impulsados por una carrera ciega de generación de basura
Me llamarán pesimista, pero lo acontecido con el coronavirus sigue el patrón de cualquier suceso humano. ¿Qué nos va a quedar cuando esto pase, aparte del dolor, el esfuerzo y el ruido? Un montón de basura. En las últimas ocho semanas, una fiebre productora se ha apoderado de todos los recursos del planeta: todo para el abastecimiento masivo de guantes, mascarillas y batas de un solo uso. Viseras y gafas protectoras hechas de plástico, botes de gel hidroalcohólico y toallitas desinfectantes consumidos con la compulsión del miedo. ¿Y adónde va todo eso? En el mejor de los casos, al mágico contenedor de la basura que lo traga todo como por sortilegio. Pero también a las aceras, alcantarillas y a los ríos, las autopistas de plástico hacia el mar. Por el suelo de las grandes ciudades ya esquivamos arrugadas las preciadas protecciones que antes escaseaban como el testigo de una batalla ganada pero quizá el de otra que podemos perder.
En Madrid y Cataluña, las dos regiones más afectadas, sólo los residuos del circuito sanitario aumentaron un 300 y 350%. La basura Covid aumentó entre mediados de marzo y mediados de abril, el peor mes de la pandemia a 1.200 toneladas en Cataluña. En solo 15 días de 2020, Madrid gestionó más residuos biosanitarios que en todo 2019: la mayor parte, incinerados en Valdemingómez. Si vamos a ser más de 47 millones de personas consumiendo desechables, más nos vale que pensemos en algo. En nuestras calles, en vez de latas de cerveza y bolsas de Doritos en las aceras, parece que en cada esquina ha ocurrido un accidente. Guantes y mascarillas abandonados como si se acabase de levantar un hospital de campaña.
El virus nos atenaza y lo queremos todo estéril. Vemos peligro en los botones del ascensor, en los pomos de las puertas, en la barra del autobús, en la mera presencia humana. Millones de mascarillas vienen en avión, otras tantas se fabrican de urgencia en plantas españolas. Las repartiremos gratuitamente, serán obligatorias. Son también el espejo de nuestras contradicciones. Antes las llorábamos y ahora las tiramos sin contemplaciones, quién sabe si haciendo de ellas un terrible foco de infección. Eran armaduras y ahora son basura. La sobreabundancia mató el aura de la mascarilla. Las desechamos tan rápido como cambiamos de opinión acerca de la pandemia, sus riesgos, sus víctimas y los culpables. No deja de ser sorprendente que los mismos ciudadanos que la llevan y la exigen a los demás con mirada escrutadora se retiren la protección y la abandonen de cualquier manera. Esos mismos que en conversación informal te presentan al virus como una mezcla entre Alien y Bruce Willis, imposible de detectar, duro de matar, letal y a la vuelta de cualquier esquina, esos que se limpian las suelas de los zapatos con lejía, son tan cenutrios de ponerse una mascarilla y unos guantes por miedo al contagio y arrojar el kit de protección al suelo. Parece ser que guantes y mascarillas han llegado para quedarse en nuestra apariencia. ¿Serán la cara b del paisaje urbano? Nuestra conciencia social abarca hasta el límite de la autoprotección.
¿Adónde van los residuos del covid?
Es muy significativo que nos hayan explicado hasta cuántos segundos debe durar una maniobra de enjuague de las manos pero nadie se pregunte adónde van las mascarillas muertas. Lo importante es que haya muchas en el supermercado. El abastecimiento. Producción, reproducción, residuos y muerte. Ese es el planteamiento, nudo y desenlace de la gran narración de la Humanidad. Los desperdicios de las residencias de ancianos, por ejemplo, terminan en el contenedor «resto». Y esa es la única recomendación para todos los hogares con enfermos de Coronavirus o en cuarentena, emitida por Sanidad el 19 de marzo y válida para hoy: hacer una doble bolsa con los desechos y, todo junto, al cubo de «indeterminados». Ni siquiera le ponemos nombre. Pero no deben ser residuos normales después de todo, porque, hoy en día, en las plantas no pueden ser separados y reciclados por el riego de contagio. Son incinerados masivamente.
Todo al contenedor de «resto»
Ninguna sociedad en la historia ha producido basura hasta el punto de que ésta pueda ser una amenaza para sí misma. La actual sí, y no solo durante la pandemia. La basura es el patio trasero de nuestra conciencia, donde están nuestros pecados y nuestras vergüenzas. Y pensamos que los problemas se resuelven en el cubo de «resto de residuos». No queremos ni reconocerla. Por eso cuando la bajamos al contenedor el gesto universal es mirar a izquierda y derecha. Sentimos una secreta vergüenza, y no digamos ya si la bolsa chorrea. Y, sin embargo, estamos rodeados de basura. La sociedad del trabajo basura y la comida basura. Está la telebasura y yo conozco unas cuantas viviendas en mi barrio que no deberían tener categoría en Idealista. Hay hasta un bono basura en economía y no hablemos de la política y de sus ideas de vertedero. Los detritus domésticos son algo que consideramos ajeno a nosotros, de lo que nos desentendemos al soltar la bolsa del problema. Después leemos que hay un vertedero que se ha derrumbado y otros que quintuplican su capacidad.
Avanzamos hacia un entorno de plástico, un paisaje rodeados de metacrilato, de plástico duro; y del usar y tirar, el plástico fino. La producción de plástico se ha cuadruplicado en los últimos 40 años y su actividad fabril será responsable de un 15 por ciento de los gases de efecto invernadero en 30 años. A gran escala, los plásticos del mar forman una isla en el Océano Índico de más de 400 millones de objetos. A media escala, los plásticos han sido extraídos de los estómagos de todo tipo de animales, de ballenas a tortugas o pájaros. Y a escala microscópica, los plásticos se están introduciendo en nuestra cadena alimentaria, forman parte de nuestro organismo. En la costa de Hong Kong, una ciudad donde no es habitual encontrar basura por el suelo, la organización Asian Ocean ha alertado de la proliferación de mascarillas que son un cepo para la fauna y de guantes de látex que, confundidas por medusas, acaban en el estómago de los delfines, causándoles la muerte.
Confiamos en el plástico y sus variantes (mejor si es látex, esa especie de evolución de la especie) de una forma ciega. Los expertos recomiendan el simple y mundano gesto de lavarse las manos. Pero en la sociedad confiamos en el plástico. Y resulta que es peor el remedio que la enfermedad: el virus puede sobrevivir en él hasta dos o tres días. España fabrica 10 millones de mascarillas al mes. Italia estima que necesita 90 millones cada 30 días. Según los datos de Sanidad, desde que se aprobó el estado de alarma, el 14 de marzo, se han repartido 115 millones de artículos de plástico o desechables en España entre mascarillas (60 millones), guantes (27), gafas de protección y el resto de equipos de protección. Esperemos que las nuevas naturalezas muertas que enmarcan nuestras aceras no sean la muerte de la naturaleza.
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