Coronavirus

Una cortina de humo para enmascarar el fracaso en la gestión de la pandemia

Sanidad dispara balas de fogueo contra el tabaco, las reuniones familiares o los botellones mientras aparca medidas fundamentales para afrontar una segunda ola

Comparecencia de Salvador Illa para informar de nuevas medidas frente al Covid-19
El ministro de Sanidad, Salvador IllaJesús HellínEuropa Press

Dos son las reglas de oro que, a juicio de todos los expertos, deben cumplir las políticas para ser efectivas frente a una crisis de Salud Pública: anticiparse a los problemas antes de que estallen y ser transparentes, con el fin de evitar incertidumbres y, sobre todo, aportar seguridad. Ni una ni otra han sido cumplidas por el Ministerio de Sanidad. Al igual que sucedió antes del 8-M, cuando el estallido de la pandemia de coronavirus sorprendió al Gobierno absolutamente desprevenido, el departamento que dirige Salvador Illa vuelve a actuar ahora al albur de los acontecimientos, en lugar de detectarlos y prevenirlos con antelación.

Dos meses después de la finalización del estado de alarma, el resultado de este insólito letargo es nuevamente desolador: España sigue a la cabeza de muertes por millón de habitantes si se toman como referencia las cifras reales de fallecimientos del Instituto Nacional de Estadística (INE) y de los registros civiles; además, registra más de 830 brotes activos en su territorio –es el estado con mayor número de toda Europa– y es considerado ya como un país apestado por la mayor parte del planeta, lo que ha hundido los ingresos por turismo y, con ello, la economía en su conjunto.

La gravedad de estos datos y, sobre todo, las críticas a su inacción llevaron el pasado viernes al Ministerio a despertar en medio de su sopor estival para anunciar a bombo y platillo un plan de choque que, en su mayor parte, no hace sino reflejar lo que ya estaban haciendo por su cuenta las comunidades sin autoridad central que las coordinara. Una recopilación de medidas, en definitiva, con más resonancia mediática que impacto previsible en la epidemiología, amplificadas por un Ministerio que aún niega la mayor, al rechazar que España se encuentre ante una segunda oleada de casos de Covid-19. Mala solución tiene un problema cuando no se reconoce que existe.

El ocio nocturno, ya acotado en muchas zonas, queda vetado, lo que equivale a culpar implícitamente de los rebrotes a los mismos jóvenes a los que se les dijo que España había salido más fuerte de la crisis. Otra de las iniciativas de impacto en la opinión pública consiste en la prohibición de fumar al aire libre cuando no haya distancia interpersonal suficiente. Novedosa, pero arcaica en el fondo, pues no ha habido Gobierno que no haya utilizado el cerco al tabaco como cortina de humo para disfrazar problemas mucho mas graves y acuciantes. Una cortina que ya habían desplegado, por cierto, otros feudos, entre ellos, dos del PP. ¿En qué países de Europa se aplica? En ninguno.

Las multas por botellón y el veto a las reuniones multitudinarias van en la misma línea: no hacen sino ratificar lo que ya prohíben la mayor parte de las regiones españolas en el ejercicio de sus competencias. ¿Por qué no va más allá Sanidad en la adopción de medidas para, por ejemplo, evitar que a partir de septiembre vuelvan a colapsarse los hospitales, como sucedió en marzo y abril? Porque el Ministerio va a remolque de los acontecimientos, no por delante de ellos, como ha venido sucediendo durante toda la crisis con los resultados fatales que todos conocen. ¿Qué medidas harían falta para impedirlo? Muchas, pero ninguna ha sido aprobada aún por el Gobierno. Harían bien, por ejemplo, Illa y su equipo, en hacer caso a Madrid de una vez por todas y redoblar los controles sobre los aeropuertos.

Si Alemania y decenas de países exigen PCR o cuarentenas a los viajeros procedentes de aquí, ¿por qué no se muestran más exigentes las autoridades sanitarias españolas para evitar las transmisiones importadas? ¿Por incompetencia o por estulticia? Otra medida deseable sería ayudar de forma efectiva a las comunidades que tienen dificultades para conseguir rastreadores, en lugar de ponerles trampas por ideología política. Tratándose de una crisis a escala planetaria, ¿tan malo es echar mano de los recursos privados o de los semipúblicos, como por ejemplo los que puedan aportar las mutuas de accidentes de trabajo, por escasos que sean? ¿Tiene acaso alguna alternativa Sanidad para nutrir de rastreadores públicos a los feudos que van más rezagados en su reclutamiento? Tampoco estaría mal que el Ministerio de Sanidad garantizara de una vez por todas la existencia de equipos de protección suficientes para proteger a los sanitarios, impidiendo que la historia se repita, como en la primera oleada.

A día de hoy, el Gobierno carece de una reserva estratégica de materiales contra el Covid-19, algo especialmente grave por haber transcurrido ya seis meses desde la declaración oficial de la pandemia. Y no la hay porque Illa sigue empecinado en sus errores: encomendó su creación al mismo organismo que no supo comprar en la primera oleada, el Ingesa, y porque encima dicho organismo se equivocó y tuvo que repetir el proceso. A día de hoy, sigue sin haber mascarillas, guantes y otros productos esenciales para afrontar una nueva avalancha. El Gobierno, en definitiva, sigue sin reconocer el riesgo, repite los fallos de los últimos meses, se limita a amplificar lo que ya hacen con tan malos resultados las autonomías y trata de enmascarar con fuegos de artificio una falta real de iniciativas que han llevado a España a liderar las cifras más negras de toda la pandemia. Un desastre en toda regla del que sólo podría salvarnos un virus debilitado, como el de este verano.