Opinión

El maldito cortisol

Un niño da un "abrazo en la distancia" a la abuela en una plaza de Las Palmas de Gran Canaria este domingo
“Más allá de cuánto nos ha tocado la salud el coronavirus, lo que nos ha dañado el ánimo ha sido tener que mantener en la distancia a los seres queridos”Elvira Urquijo A.Agencia EFE

El día del Premio Planeta coincidí en la mesa con una mujer excepcional a la que conocí de niña y con lazos en la cabeza, cuando yo era una jovenzuela que dirigía y presentaba A vivir que son dos días, en La Ser, y su madre, Isabel Estapé, era una contertulia en el programa. Aquella pequeña Marián Roja Estapé es ahora una psiquiatra reconocidísima y también una autora bestseller con dos libros (“Cómo hacer que te pasen cosas buenas” y “Encuentra a tu persona vitamina”), que nos dejó los que aún no los habíamos leído deseando hacerlo, al hablarnos del cortisol y la oxitocina y explicarnos cómo esas dos hormonas son capaces de generarnos, la primera una inmensa ansiedad y malestar y la segunda exactamente lo contrario.

Las que hemos sido mamás relacionamos la oxitocina con los partos, pero lo que desconocemos es que, además, también se genera con el contacto y, en definitiva, con el amor que se desprende en él. Marian nos contó que, en este año difícil de pandemia, no fue la extraña sensación que nos produjo el encierro o la impotencia de no saber cómo luchar con un virus lo que nos sobrepasó, sino que fue la prohibición de tocarnos lo que nos multiplicó la angustia. Cuando tenemos miedo y alguien a quien queremos nos abraza, lo más pavoroso deja de parecerlo tanto y tener que erradicar los besos y los abrazos por prescripción facultativa, nos empujó al barranco de los pánicos a todos y a aquellos que se sintieron más solos que nunca, al precipicio de la desesperación.

Más allá de cuánto nos ha tocado la salud el coronavirus, lo que nos ha dañado el ánimo ha sido tener que mantener en la distancia a los seres queridos. Lo cierto es que unos hemos sido más afortunados que otros, porque aún sin poder achuchar a buena parte de la familia y a los amigos adorados, al ser muchos en la convivencia diaria hemos gozado de mimos con piel, por poco recomendables que fueran. Es imposible no besar a los hijos aunque sean posibles contagiadores cuando se vive con ellos. Y hasta diría que casi es preferible arriesgarse que quedarse sin sus besos durante demasiado tiempo.

Ahora que pensábamos recuperar el tiempo perdido en los afectos resulta que la Covid nos vuelve a poner a prueba. Y no es precisamente el mejor regalo de Navidad. Por eso, yo no es que recomiende saltarse las normas, pero si insto dar todo el amor del mundo a través de las palabras a quien no se pueda estrujar y muy especialmente a hacerlo con los que están más solos, más asustados, sin nada de oxitocina y superados por el maldito cortisol.