Secuelas
Alertan de que abusar del porno provoca daño neurológico grave
Los expertos advierten del peligro que supone el consumo abusivo de la pornografía, sobre todo cuando se realiza a edades tempranas
Detrás de la cortina de la intimidad personal de cada uno se esconde una realidad incómoda. Una verdad que permanece oculta a ojos de los demás, pero que está socavando la salud física y mental de un porcentaje cada vez más elevado de españoles. El consumo de la pornografía en nuestro país crece año tras año y, lo que es más grave, cada vez se inicia a edades más tempranas, lo que dispara el riesgo de caer en un uso adictivo de estos contenidos que distorsionan el sexo.
Los datos asustan: «La prevalencia general del uso problemático de pornografía se encuentra entre un 3-8% de la población adulta de nuestro país», asegura Alejandro Villena, psicólogo general sanitario y sexólogo clínico, autor del libro «¿POR qué NO?». Pero el problema está infradiagnosticado, según todos los expertos consultados, ya que «aunque cada vez nos encontramos con más casos de consumo compulsivo en las consultas, está infradiagnosticado porque sigue siendo un tema tabú que se esconde de puertas para adentro. En muchas ocasiones se intenta justificar para no reconocer el problema y solo cuando ya sobrepasa un límite alarmante de adicción, con muchas horas de consumo y pérdida de control, se acude a un especialista», lamenta Ricardo Hodann, experto en adicciones comportamentales y miembro de la Sociedad Española de Psicología Clínica (Anpir).
El drama de la edad
Si el consumo de pornografía en adultos ya resulta alarmante, más aún lo es en menores. Según el informe de Save the children de 2021 titulado «(Des)información sexual: pornografía y adolescencia», los adolescentes que ven pornografía lo hacen por primera vez de media a los doce años, y casi siete de cada diez (el 68%) la consume de forma frecuente y con gran potencial adictivo», advierte Miguel Ángel Martínez-González, catedrático de salud pública y epidemiólogo, autor del libro «Salmones, hormonas y pantallas» en el que hace un descarnado análisis de la situación.
La edad media general de ese primer contacto que atisba Save the children cae en picado en nuestro país, ya que «algunos estudios apuntan a que se encuentra entre los nueve y los 11 años. De hecho, en España uno de cada diez niños tiene su primer contacto con la pornografía a los ocho años», afirma Villena. En este contexto, «sabemos que en el 70% de los casos, ese primer contacto tan precoz suele ser por algo accidental, es decir, un niño de esa edad no busca por sí solo pornografía, sino que le puede aparecer a través de un anuncio, viendo una película pirata, en un chat de las videoconsolas o porque algún conocido se lo muestra... Por curiosidad pueden pinchar o después de haber escuchado la palabra porno lo buscan en internet y ahí se abre un camino muy peligroso, ya que son muy vulnerables a poder caer en un problema de consumo problemático a medio y largo plazo», advierte Mafer Parada, médico residente del Departamento de Psiquiatría de la Clínica Universidad de Navarra.
Y así lo confirma Pedro Javier Rodríguez, presidente de la Sociedad de Psiquiatría Infantil de la Asociación Española de Pediatría (SPI-AEP), quien insiste en la «necesidad de supervisar los contenidos que los niños hacen de internet y de las redes sociales. La mayoría de padres ni se imagina que a esas edades tan tempranas sus hijos puedan haber visto ya pornografía, pero la realidad nos está demostrando que así es, por lo que lo más importante es anticiparse a ello y hablar con los menores sobre su existencia para que puedan saber reaccionar adecuadamente ante ese primer impacto». Por ello, desde la AEP se ha desarrollado el Plan Digital Familiar con una guía gratuita para las familias que incluye consejos para anticiparse a este problema.
Prueba de ese riesgo es que, en una investigación que Villena publicará próximamente, ya se confirma que «el 70% de los chicos y chicas de 16 años, de media, ha recibido pornografía durante la adolescencia. También el 50% ya la ha visto de forma intencional (siendo más del doble el acceso de ellos que el de ellas)». Se demuestra así que, tal y como lamenta Martínez-González, «el consumo de pornografía, debido a la excesiva exposición de los jóvenes a las pantallas, se ha convertido en un problema de salud pública muy grave. De cada 500 adolescentes a los que sus padres les regalan el teléfono móvil, solo habrá menos de 10 que no acaben consumiendo pornografía, y más de la mitad de quienes la consumen acabarán con problemas».
Secuelas cerebrales
Martínez-González es contundente: «La nueva droga masiva se llama pornografía». Y, tal y como ocurre con cualquier otra droga, no resulta inocua para el organismo. «Hay ya decenas de estudios serios de neurociencia (que usan resonancia magnética funcional y otras técnicas de imagen, electroencefalogramas y biomarcadores hormonales) que sustentan el modelo de plasticidad cerebral en la adicción a la pornografía y el daño a estructuras cerebrales. Por ejemplo, el consumo de porno constituye, según el premio nobel Nikolaas Tinbergen, un estímulo supranormal que propicia la inducción del factor de transcripción DeltaFosB y esto conlleva cambios morfológicos, al determinar qué partes del material genético se activarán y cuáles se silenciarán. Cuando se mantienen los niveles de actividad sexual propios de la exposición repetida a la pornografía se provoca un aumento repetido del neurotransmisor dopamina en el cerebro. Estos picos de dopamina hacen que el DeltaFosB se acumule gradualmente en áreas cerebrales clave. Como DeltaFosB es un factor de transcripción, al alterar las respuestas de los genes hace que se provoquen cambios físicos medibles en el cerebro que producen una sensibilización, es decir, la hiperreactividad del circuito de recompensa del cerebro, pero solo en respuesta a las señales extremas que se asocian con la adicción específica que los ha provocado». De hecho, «hay estudios que ya muestran en resonancia magnética determinadas áreas cerebrales con la amígdala atrofiada. Hay que seguir estudiándolo, pero desde luego el peligro del consumo abusivo es evidente», alerta Ángel Luis Montejo, portavoz de la Sociedad Española de Psiquiatría y Salud Mental (Sepsm) y presidente de la Asociación Española de Sexualidad y Salud Mental.
El impacto en el desarrollo neurológico es claro y los expertos están de acuerdo en que «consumir pornografía puede generar deterioro cognitivo en la memoria, la atención y dificultar los niveles de sueño adecuados, además de afectar a nivel neurobiológico, condicionando los sistemas de recompensa, de forma similar a otras adicciones a sustancia y comportamentales», explica Villena. Y a edades tempranas la gravedad es mayor, pues «el cerebro es muy plástico y puede producir afectación del desarrollo emocional. En la consulta vemos problemas de sueño, síntomas psicosomáticos de dolor de cabeza, alteraciones de la alimentación... Resulta inaceptable cualquier consumo de pornografía en menores, pero ya estamos viendo las consecuencias en la consulta», reconoce el presidente de la SPI-AEP.
Secuelas físicas y psicológicas
A las secuelas neurológicas se suman, además, otras físicas y psicológicas que no hay que pasar por alto. «Se ha estudiado el impacto que tiene en la disminución del deseo sexual y de la satisfacción, así como la alteración de la respuesta sexual, en hombres, con problemas de erección y de eyaculación, mientras que en la mujer aparece dificultad de la lubricación y del orgasmo», asegura Villena. Todo ello desencadena, además, «alteraciones de autoestima, por la incapacidad de llegar a representar las situaciones vistas en la pantalla, ansiedad o depresión. Vemos pacientes que vienen a la consulta porque no son capaces de aguantar una erección durante al menos dos o tres horas, porque creen que eso es lo normal, ya que toda la educación sexual que han recibido ha sido a través del porno», lamenta Montejo.
Esa nefasta educación sexual, basada en algo ficticio, «puede estar detrás del aumento de la violencia sexual entre jóvenes, pues reproducen lo que ven porque normalizan esas conductas exageradas y violentas en las que se cosifica a la mujer, sin empatía», apunta Rodríguez. , apunta Rodríguez.
Si no se actúa a tiempo, la normalización del consumo de porno esconde un grave peligro, que es el de caer en la adicción. «El cerebro te pide dedicarle cada vez más tiempo y contenidos más fuertes, hasta llegar a perder el control, generando ansiedad y dependencia. Los datos de consumo actual nos llevan a intuir que lo peor está por llegar», augura Hoddann.
No hay visualización segura
La pornografía es una de las industrias más potentes de la economía mundial, por lo que resulta muy difícil escapar a sus afiladas garras. Por ello, los expertos coinciden en afirmar que lo más saludable es el «consumo cero». «De ningún modo se puede hablar de una pornografía “razonable” o “ética”, asegura Martínez-González. Y es que, según Villena, «no hay pornografía sin consecuencias. Podemos hablar de consumo de bajo riesgo, pero nunca de riesgo nulo. Eso no significa que toda persona desarrolle una adicción o sufra en su vida sexual por el porno. Sin embargo, un primer vídeo siempre es un gran daño en potencia». Más incluso a edades tempranas, donde «no hay ningún consumo seguro ni aceptable, sobre todo en adolescentes y menos aún en niños, porque son imágenes que, una vez vistas, quedan grabadas y condicionan el desarrollo y el comportamiento», insiste Parada.
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