Sociedad
Revoluciones de colores
Las «revoluciones de colores» son un claro ejemplo de desestabilización de los países que necesitan para avanzar en su proyecto globalizador
Tacharle a uno de «conspiranoico» equivale a aplicarle el sufijo «fobo» como descalificación en la dictadura de lo «políticamente correcto»; algo que habría que agradecer porque con un paso más entras ya en la categoría penal del delito de odio.
Esto fue muy astutamente diseñado por los ideólogos e integrantes del movimiento feminista y LGTBI, llegando incluso a conseguir una Ley de Violencia de Género que afirma lo contrario de la igualdad entre varón y mujer proclamada en el artículo 14 CE. Traigo a colación esta reflexión con motivo de la surrealista situación que vivimos en Cataluña, y que nos ha llevado al culmen de presenciar al candidato a ser investido presidente del Gobierno, suplicando el apoyo de los traidores a España.
Es increíble que estos se atrevan a chantajear públicamente a una institución del Estado como pago por adelantado para avanzar en su «Procés de colores», nada «conspiranoico», por cierto. Es evidente que los Estados-Nación son un obstáculo para la globalización, que pretende un mercado mundial sin fronteras, sometido a unas reglas dictadas por un poder en la sombra, que no rinde cuentas a ningún parlamento, ni instancia ciudadana alguna.
Las «revoluciones de colores» –nacidas en Ucrania y que ahora vemos actuar coordinadamente en Iberoamérica– son un claro ejemplo de desestabilización de los países que necesitan para avanzar en su proyecto globalizador. Lo grave en España es que esos «ideólogos de colores» ahora pretendan acceder a controlar el Gobierno.
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