Coronavirus
La apuesta española ante el coronavirus: acierto o caos
El Gobierno español sigue apostando por la moderación contra el coronavirus. Los resultados de las medidas impuestas por China e Italia pueden ayudar a entender si hace bien o está cometiendo un lamentable error
El director ejecutivo de la Organización Mundial de la Salud, Mike Ryan, lo dijo alto y claro el viernes: «No existen medidas perfectas para atajar la expansión del coronavirus: cada país toma sus decisiones y el tiempo dirá cuáles son acertadas y cuáles no». Resulta descorazonador constatar que el grado de incertidumbre sobre la evolución de la pandemia es tan alto que combatirla se ha convertido en una suerte de lotería. ¿Medidas de contención extremas como en China? ¿Perfil bajo como en España? ¿Cerramos las fronteras? ¿Aislamos regiones enteras? Tomar la decisión correcta se convierte en lo más parecido a una apuesta. De un lado, el coste social y económico de los protocolos que pueden implantarse; del otro, el beneficio que se espera obtener de ellos. Lo malo es que el virus juega con cartas marcadas: no sabemos lo suficiente acerca de él.
Órdago a lo grande
Sobre el tablero, los jugadores ya han empezado a plantear sus posiciones: China fue la primera en apostar y optó por el órdago a la grande de aislar a millones de personas y establecer las medidas más férreas que jamás se han tomado en epidemiología. Corea del Sur eligió una estrategia de moderación con grandes esfuerzos en tratar de diagnosticar precozmente la mayor cantidad posible de casos. Italia comenzó viéndolas venir para pasar a la dureza de las medidas que hemos conocido esta semana. ¿Y España? Tras una primera fase en la que prácticamente todos los expertos coincidían en alabar las medidas moderadas del Ministerio de Sanidad, el ejemplo del vecino italiano, el aumento de los casos patrios y la impaciencia empiezan a causar las primeras dudas. La postura española, ejemplificada en el hombre tranquilo Fernando Simón, es apostar porque aún estamos a tiempo de contener el virus. A tenor de la liviandad de las medidas adoptadas, psrece que nuestras autoridades no encuentran datos objetivos suficientes para pensar lo contrario. La evolución de los contagios, el hecho de que en teoría la mayor parte de los focos sean fácilmente trazables, la mortalidad contenida… invitan a la moderación. Esa es nuestra apuesta. Si ganamos, Simón y el ministro Illa serán héroes en Europa. Si perdemos…
En medio de la aparente incertidumbre algunos estudios científicos podrían arrojar más leña al fuego. Cuatro investigadores de la Agencia de Salud Canadiense y la Universidad de Toronto han sugerido que los datos de la epidemia en Italia pueden ser mucho peores de lo que creemos. Lo han hecho en un artículo aún no publicado, a la espera de revisión, y que por lo tanto hay que observar con cautela. Su trabajo ha consistido en analizar los casos de infección en Europa entre el 25 y el 29 de febrero de personas que habían estado en Italia o en contacto con alguien procedente de allí. Utilizando estadísticas de la IATA (Asociación Internacional de Transporte Aéreo) y de la Organización Mundial de Turismo, se ha analizado el volumen estimado de pasajeros que pasan por Italia y visitan Europa inmediatamente después. Al cruzar esa información con el porcentaje de infecciones exportadas por el país transalpino los autores han encontrado un desfase. Para que esas exportaciones de la enfermedad tengan sentido, el número de contagiados reales en Italia debería ser tres veces superior al que se está considerando. Si este estudio es cierto, solo se está contabilizando un tercio de los contagios. Sería una razón más para entender que allí se empiecen a tomar medidas drásticas y para comprender a los países que limitan la circulación de viajeros italianos (España, de momento no va a hacerlo).
China, el laboratorio
Por suerte o por desgracia, China ha servido de laboratorio para muchas de las dudas que nos asaltan. Un trabajo pluridisciplinar de la Universidad de Huazhong evalúa el impacto de las draconianas medidas no farmacológicas tomada por el gobierno chino desde el comienzo de la crisis. Los datos son espectaculares. El azote del Covid-19 ha pasado en China por cuatro fases: antes del 11 de enero, entre el 11 y el 22, del 23 de enero al 1 de febrero y a posteriori. En términos globales la edad media de los afectados es de 57 años y, en contra de lo que se creía, afecta al mismo número de mujeres que de hombres. La crisis alcanzó su pico máximo en el tercer periodo (del 23 de enero al 1 de febrero). Luego ha declinado en prácticamente todas las regiones y grupos de edad excepto en menores de 20 años, entre los que los contagios siguen aumentando.
La cantidad de personas contagiadas por cada enfermo pasó de 3,86 al principio de la crisis a solo 0,32 al final. Eso significa que las medidas adoptadas detuvieron cerca del 94% de los posibles casos. De no haber actuado de esa manera, en China hoy habría el doble de contagiados. Lo más revelador es que se supone que el 59% de esos casos evitados podrían haber procedido de contagios de personas asintomáticas. Es decir, la medida de mantener a la población general en casa y no solo a los pacientes con síntomas ha permitido sofocar el avance del mal. Parece que China nos ha regalado tiempo con su sacrificio, con sus millones de personas encerradas, sus fábricas arruinadas y sus pérdidas económicas. ¿Aprovecharemos ese tiempo extra o lo vamos a desperdiciar? El problema es que ciertas medidas solo son pensables en un país no democrático. Puede que occidente esté condenado a desperdiciar el tiempo regalado.
En nuestra parte del mundo estamos obligados a actuar de otro modo. Pero podemos hacerlo mejor. La revista «The Lancet» acaba de publicar un comentario editorial muy esclarecedor sobre el efecto de las diferentes medidas nacionales en el desarrollo de la epidemia. La primera fase es tajante, «los gobiernos no pueden limitar el número de muertos y detener las consecuencias económicas de la epidemia al mismo tiempo. Tienen que elegir».Una de las medidas más dañinas para la economía es la limitación de la libre circulación y el aislamiento forzoso de miles de personas en una zona. Algo que es España se está haciendo con cuentagotas aún. ¿Tiene sentido? La clave para responder en el caso de la transmisión de Covid-19 está en el número de personas asintomáticas que puedan ser contagiosas. Si se demuestra como parece que en este caso hay muchas personas sin síntomas capaces de transmitir el mal, las medidas de distanciamiento o aislamiento social cobran todo el sentido. Según «The Lancet», sin medidas de aislamiento este virus puede llegar a su pico máximo de infección en 2,5 o 3,5 meses. Si se toman medidas de cuarentena, se retrasa en dos o tres meses y, además, el pico cuenta con menos de la mitad de contagiados que en el primer caso.
Es probable que fuera de China no sea tan fácil encerrar en casa a millones de ciudadanos. Pero el artículo ofrece una alternativa: «El comportamiento individual puede ser crucial. Las medidas personales más que las impuestas por el Gobierno, han de funcionar en las democracias occidentales. Enseñar a la población a detectar síntomas tempranos y concienciarla para que se quede en casa y pida ayuda médica remota. ¿Autoaislarse a tiempo por el bien de la comunidad? La apuesta es peliaguda. Los estados deben decidir con qué cartas juegan. Pero los buenos jugadores de mus conocen el valor de un buen órdago a tiempo y el poco rédito que, a la larga, da empeñarse en jugar a la «chica».
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