Coronavirus

Pobreza o muerte

El populismo juega con que puede más el miedo inmediato que la esperanza de una gratificación aplazada»

Fátima es divorciada con 4 hijos menores y vive gracias a las ayudas de Cáritas y demás subvenciones
Fátima es divorciada con 4 hijos menores y vive gracias a las ayudas de Cáritas y demás subvencionesCipriano Pastrano DelgadoLa Razón

El populismo gusta de las decisiones salomónicas: Cristo o Barrabás, partir un niño a medias para repartirlo, etc. Ahora, vuelve al ataque intentando instaurar en la opinión pública uno de sus habituales plebiscitos capciosos. O muertos, o parados. ¿Qué prefieren? ¿Vivir pobres y confinados o morir posiblemente de infección? Como si fueran las dos únicas posibles alternativas. No se crean ese planteamiento drástico y primario. Hay muchas otras posibles líneas de acción. El inconveniente que tienen es que son intermedias y que exigen mucho trabajo, mucha preparación y mucha responsabilidad.

Hay que abordar de frente la cuestión de que, en nuestro país, el populismo llegó hace ya mucho tiempo a campos como el de la sanidad y la educación. El caciquismo, esa versión local del populismo de nuestro Estado de las Autonomías, empezó hace bastante a reflejar en su gestión ese plazo corto de su clientelismo habitual. Los alcaldes de pequeñas capitales prometían universidades y hospitales propios para conseguir réditos electorales aunque no tuviera ningún sentido práctico desde el punto de vista de una correcta planificación educativa o sanitaria.

Los partidos políticos han patrimonializado la sanidad y la educación para hacerlas armas ideológicas en las elecciones, independientemente de que esas ideas fueran verdad o que esas ideas se pudieran aplicar más matizadamente sin problemas, cediendo consensuadamente de una manera práctica. El entorno administrativo de la sanidad ofrece miles de puestos de trabajo para afiliados a los partidos del gobierno y la oposición (tengan experiencia en ello o no: véase el caso Salvador Illa), y esa administración les devuelve el favor generosamente a los partidos con contratos y conciertos de financiación amañados muy parecidos a los de otros campos de gestión.

El populismo juega con que, entre los humanos, puede siempre más el miedo inmediato que la esperanza de una gratificación aplazada. Al populismo no le interesa razonar o deliberar, porque el mero hecho de ponerse a hacerlo despeja la mente del votante. Lo que le conviene al populismo es que el público se dedique a atender exclusivamente el flujo de sus experiencias sensoriales inmediatas. Si esas sensaciones son el rencor y el miedo, mucho mejor para él. Al populismo lo que le gusta es hacer llegar a la población mensajes reiterados de lo mucho que se preocupan los poderes públicos por la salud de los ciudadanos, proponiéndoles muchas veces campañas de diagnósticos precoces sin resultados tangibles ni base científica o estadística.

Dado que le cunde tenernos asustados, hace pasar esos placebos contra el miedo colectivo como si fuera medicina preventiva. Pero la medicina preventiva es otra cosa, una cosa más sorda, monótona y aburrida. Es procurar estilos sanos de vida nada sensacionalistas, buena alimentación, no tener que elegir nunca entre paro o muerte, etc. Jamás existirán hospitales sin dolor, ni inmortalidad tecnomédica, por muchos libros que venda Yuhal Noah Harari. Pero eso son las cosas que nunca oirás recordar al populismo porque lo que busca siempre es halagar a nuestros miedos.

Cuando nuestros miedos estén suficientemente alimentados, vendrá el populismo paternalista a decirnos que él nos puede salvar si comulgamos con las ruedas de molino que nos propone. Cualquier ser humano con la cabeza sobre los hombros se negaría, como protesta, a elegir entre paro o muerte. Hay un montón de medidas intermedias, de ralentizaciones, de cesiones de soberanía, de planificaciones a largo plazo que quizá nos harán vivir una vida más austera pero lejos de los apocalipsis.

Los bienintencionados de familia de mucho bolsillo siempre piensan que la humanidad no tiene futuro si no se le promete continuadamente un horizonte de progreso y mejora. Pero los que provenimos de barrios desfavorecidos sabemos perfectamente –porque tenemos más experiencia con la rutina de las adversidades– que en esto de mejorar hay momentos para ganar casillas y otros en los que no perder del todo ya es una victoria. Por eso volver a usar las palabras básicas como «propaganda» en lugar de «relato», o «comercio» y «codicia» en lugar de «capitalismo», nos vendrían muy bien para precavernos de dicotomías populistas entre paro o muerte. Además, cualquiera sabe que ninguna dicotomía drástica ni medida de este tipo parará al virus si llega a la puerta de su casa.

La mejor medicina preventiva es almacenar pruebas lo suficientemente sensibles como para tener, si se diera el caso, a casi toda la población monitorizada de su posible contagio al virus pensando en el próximo otoño. Esa labor no se hizo cuando tocaba y así nos ha ido. La gente está muy quemada y yo no recomendaría a nadie que insistiera en plantearnos elegir entre parados y muertos. Porque podría suceder que reaccionaran contestando: lo que me estás reconociendo implícitamente es que los caminos de gestión que tú emprendiste solo conducían al abismo de matarme de hambre o matarme de gripe. Y recordarán entonces el viejo y precavido consejo del barrio que decía: «Cuando alguien venga a recordarte que este mundo es una jungla, no dudes que, sin darse cuenta, te está reconociendo que piensa devorarte en cuanto pueda a las primeras de cambio».