Lotería de Navidad
José Antonio García ganó 800.000 euros en 2016. Este dueño de dos fruterías en Madrid se vio de pronto con que tenía el resto de la vida asegurada, que no tendría que preocuparse más por el futuro. Cualquiera pensaría que empezó una nueva etapa radicalmente distinta, pero esto no ocurrió. En conversación telefónica con este periódico, este pequeño empresario recuerda que “el día que gané el Gordo seguí despachando hasta que tocó la hora de cerrar. La gente que pasaba por delante me miraba alucinada”.
Hubo incluso quien le miró con mala cara por seguir trabajando el día que se hizo millonario. Pura envidia. El único gran cambio que hizo José Antonio, de 55 años, fue cerrar una de las dos tiendas y quedarse solo al frente de una. También se compró una casa y dio a cada una de sus dos hijas una pequeña suma de dinero como regalo. Poco más. De hecho, una de ellas trabaja para pagarse la carrera.
Además de la seguridad que dan tantos millones, que te “dejan dormir mucho más tranquilo”, asegura que el dinero le ha hecho “perder muchísimos amigos”. La gente que antes le llamaba para charlar ahora ya no lo hace, dice que “nadie me mira igual”. Solo los bancos se le han acercado en estos años: “Los mismos que antes pasaban de largo ahora se paran a saludar, me dicen que vaya a su sucursal a verlos, son unos falsos”. Él tiene muy claro que “el dinero te ayuda, pero no compra la felicidad”. Tantos cientos de miles de euros no lograron evitar que su mujer padeciera un cáncer de colón o que este año él y sus tres de familia contrajeran la Covid-19. “La vida te da una de cal y una de arena”, resume el afortunado mientras se aparta del auricular para responder a una clienta que “esos pimientos están a 50 céntimos”.
A Joaquín le cayó un décimo premiado hace dos años. Había comprado una serie pero la repartió entre sus amigos, con los que comparte la suerte todas las Navidades. Ahora tiene 68 años y aún no se ha jubilado para no dejar en la estacada a los 20 trabajadores de una pequeña empresa de electricidad en Alcañiz (Teruel). “Yo sigo trabajando igual, aunque más tranquilo que antes. En ese sentido sí me ha hecho más feliz porque me ha quitado preocupaciones. Ya sabes que tienes un dinero ahí asegurado”, explica.
“Si me hubiera quedado con todos los décimos sí me habría podido comprar hasta un avión, pero es que ahora cualquier piso ya vale más de 300.000 euros”, cuenta a través del teléfono. Su mujer y él ya habían recorrido medio mundo antes del Gordo, así que su vida no cambió apenas. Es cierto que le tocaron “solo” 400.000 euros cuando tuvo en sus manos una serie que le habría convertido en un hombre rico de por vida. Solo uno de los amigos a los que dio suerte le invitó a cenar para agradecérselo. Este año ha vuelto a intercambiar billetes, como cada diciembre.
A Neringa Bertyute, de 45 años y origen lituano, la suerte le llegó también en 2017. Buscó un número con la fecha del nacimiento de su hija (7-11-98) y le llovieron 400.000 euros con los que compró una casa y un bar en Gavarda (Valencia). Atiende la llamada de LA RAZÓN desde el hospital, donde se encuentra ingresada “por una caída” y asegura que en el momento de resultar premiada sí se sintió “más feliz” pero que este año la Covid 19 amenaza con buscarle la ruina a su negocio. “Esta pandemia va a acabar con nosotros con todos los gastos que tenemos”, afirma.
Neringa fue la única de estos tres afortunados que compartió parte del dinero con una ONG, en su caso con Cruz Roja. Según una trabajadora de Loterías y Apuestas del Estado desde hace más de 30 años que pide conservar el anonimato, esta es la clave para que lo que ella llama el “karma de la lotería”. En sus tres décadas vividas muy cerca de los millonarios repentinos ha visto de todo, aunque el denominador común siempre ha sido el mismo: a quien comparte su suerte, le va mejor en la vida. Un día antes de que se celebre el sorteo, enumera varios casos que acabaron en tragedia precisamente porque los premiados no supieron asimilar lo inesperado: “Yo siempre les digo que depende de ellos que el karma sea bueno o malo. La única forma de asegurarse de que todo irá bien es que sean generosos”.
Recuerda especialmente la historia de dos amigas que tomaban café todos los días juntas y que cada año compartían un décimo. Se fiaban tanto la una de la otro que solo una de ellas se quedó con el billete. Después de que tocara el Gordo, no volvieron a compartir confidencias durante el desayuno. La traidora que se quedó con el premio se compró un coche, un abrigo de piel y, al cabo del tiempo, se divorció y sufrió un grave accidente de coche.
Y es que los golpes de suerte hay que saber gestionarlos o te pueden llevar por delante. La misma fuente asegura que es “mecanismo de compensación”, el hecho de devolver algo a la vida tras ganar la lotería, explica el hecho de que hayan sido muchas las veces que el primer premio ha caído en lugares devastados por desastres naturales u otras catástrofes. Otro de los problemas que surgen con una situación “para la que nadie nos ha preparado, porque estamos educados para ser pobres y tener que buscarnos la vida” es la pérdida rápida de las amistades.
Hubo un caso en una provincia manchega de un ganador de una quiniela que acabó pidiendo en la calle, totalmente arruinado y sin amigos. La experiencia de esta trabajadora en Loterías y Apuestas del Estado le ha enseñado que, muchas veces, el premio acaba invertido en salud, ya sea por una enfermedad grave o un accidente. La semana pasada, una mujer que había ganado más de 30 millones de euros en el Euromillón murió de Covid. Fue el mismo día que se cumplían diez años de aquel golpe de suerte. ¿Fue el karma de la lotería? Hoy volveremos a desear todos que el Gordo nos cambie la vida cuando eso es, precisamente, lo peor que nos puede pasar.