Pandemia año II

Seis retos a los que enfrentarnos en los primeros seis meses de 2021

Vacunación masiva, inmunidad de grupo, mutaciones del virus y consecuencias físicas, síquicas y sociales, los desafíos

Sanitarios de Castellón se vacunan contra el Covid-19 en el Hospital de Campaña de la ciudad
Sanitarios de Castellón se vacunan contra el Covid-19 en el Hospital de Campaña de la ciudadDomenech CastellóAgencia EFE

Seguramente haya imaginado más de una vez cómo se acabara la pandemia. ¿Será por medio de una declaración de la OMS? ¿Tendrá un día concreto en el calendario, como el fin de las guerras, del que después celebraremos su aniversario? ¿Será un día normal, como otro cualquiera? Seguimos sin tener respuesta a muchas preguntas, y habrá otras tantas que aparecerán por el camino. Las tres vacunas aprobadas y el arranque (tímido, al menos en España) de la campaña de vacunación internacional más importante de la historia nos hacen augurar que estamos en el principio del fin. Un final que, en el imaginario de muchos, supone volver a algún tipo de normalidad pero, como escribía Ed Yong, periodista científico de «The Atlantic», en agosto, «es lo normal lo que nos ha llevado a esto». Por eso, parece que las respuestas sobre cuándo podremos dar por terminado este capítulo de la historia, parecen estar más en el pasado que en el presente. Si echamos la vista atrás, a las anteriores epidemias y pandemias que han tenido consecuencias parecidas la respuesta es frustrante, e inquietante, ya que muy pocas de las enfermedades que se han extendido por todo el planeta se han erradicado por completo (excepto la viruela). Y es que cada patógeno, ya sea de tipo vírico, infeccioso, parasitario o bacteriano, que llega a nuestro mundo, lo hace para quedarse. Sin embargo, la llegada de las vacunas marca siempre un antes y un después. Y nuestro después, ese momento en el que la Covid-19 pase de ser una amenaza de tipo pandémico a un patógeno tratable, parece que, siendo optimistas, no llegará hasta finales de 2021.

De este modo, ahora estaríamos en el «ecuador» de este trance, en el que los primeros seis meses van a ser cruciales. Y difíciles, porque llueve sobre mojado. No nos enfrentamos frescos a uno de los periodos más importantes en el control de la pandemia, sino con las heridas y cicatrices que han dejado los diez meses anteriores que hemos vivido. Un sistema sanitario exhausto, sin recursos, personal ni energía para encarar una campaña de vacunación muy complicada mientras lidia con las nuevas sacudidas del virus (y sus nuevas variantes), la atención a pacientes con síntomas persistentes o el aluvión de problemas de salud mental con los que la población general tendrá que vivir durante un tiempo prolongado.

Tampoco, porque el tiempo solamente se congela en las películas. Ojalá ocurriera que pudiéramos acariciar la idea de volver a un mundo como el que recordamos. Las vacunas no van a curar el trauma, ni las cicatrices profundas, y tampoco pueden hacer nada por tapar la brecha de las desigualdades, que ya se ha convertido en una grieta irreparable. Y, preocupados de recuperar el tiempo perdido, volveremos a dar la espalda a lo que nos ha llevado hasta aquí: el maltrato al que hemos sometido al planeta en el que vivimos. Tal y como señala el epidemiólogo de la Universidad de Minnesota, Mike Osterholm, en un reportaje de «The Atlantic», «estamos tratando de superar la pandemia con una vacuna, sin explorar realmente nuestra alma». Y ahora debemos enfrentarnos a desafíos enormes como el desarrollo y distribución de las vacunas, la mutabilidad del virus y las secuelas de toda tipo que se mantendrán en el tiempo.

El purgatorio de las vacunas

Con los antídotos de Pfizer y Moderna aprobados, el de Oxford en camino y las que verán la luz en 2021, el escollo de tener las suficientes dosis se puede dar por salvado. Ahora, lo que toca es dar el siguiente paso, la complicada tarea de vacunar, lo más rápido posible, al mayor número de población. «Las vacunas no salvan vidas, lo que salva vidas son las políticas que permiten que las vacunas lleguen al brazo de la persona de la necesita. Es fundamental crear los circuitos adecuados para que lleguen», afirma el presidente de la Asociación Española de Vacunación, Amos García Rojas. «Aunque no estamos en una carrera, sino en un ejercicio de responsabilidad que supone un gran desafío, lo que no se puede permitir es que existan desigualdades en los ritmos como las que están dándose».

La inmunidad colectiva

Lograr que al menos un 70% del planeta esté vacunado es la condición que exige la inmunidad colectiva. Esto será un problema global añadido, probablemente el más difícil al que los gobiernos y todos los implicados en el proceso se tengan que enfrentar. Iniciativas como Covax, un ambicioso proyecto de la OMS, el gobierno francés y donantes y filántropos internacionales llevan la delantera para asegurar un acceso equitativo mundial a las vacunas. Si vamos de lo supranacional a lo local, la receta para lograrlo, pasa, en opinión de Manuel Franco, epidemiólogo y profesor de la Universidad de Alcalá y de la Josh Hopkins, «por un matrimonio entre la Salud Pública y la Atención Primaria que funcione a todas las escalas». Como ejemplo, el que vimos en las primeras jornadas de vacunación en España.

El virus «mueve ficha»

La inmunidad dura toda la vida para algunas enfermedades virales, como la varicela y el sarampión, pero desaparece mucho antes para otras. Existen cuatro coronavirus leves que causan resfriados comunes y el sistema inmunológico solo recuerda cómo tratarlos durante aproximadamente un año. Por el contrario, la inmunidad contra los coronavirus más letales, el MERS y el SARS, dura varios años. El SARS-CoV-2 probablemente se encuentre en punto intermedio. Hasta ahora, la mayoría de las infecciones parecen desencadenar una memoria inmunitaria que persiste durante al menos seis meses u ocho meses. Según Akiko Iwasaki, del departamento de Inmunología de la Universidad de Yale, «es de esperar que las vacunas de la Covid conduzcan a una inmunidad más duradera».

El SARS se adapta

Una vez asumido que el SARS-COV-2 nos acompañará mucho tiempo, el reto está en saber cómo se comportará a medida que las campañas de vacunación lo vayan acorralando. Aunque los nuevos linajes (Reino Unido y Sudáfrica) que lo hacen más trasmisible preocupan a la comunidad científica, se trata de una amenaza conocida. Todos los virus mutan para sobrevivir. La clave es redoblar las medidas que se sabe que han funcionado hasta ahora (mascarillas, lavado de manos, distancia social, entre otras), mientras se avanza en la vacunación. Poniéndonos en el escenario de que las mutaciones del virus pudieran escapar a las vacunas los especialistas afirman que habría que tratarlo como a la gripe, un enemigo endémico que requiere de una actualización constante para combatirlo.

Nueva normalidad (de verdad)

Si las campañas de vacunación se desarrollan como está previsto, es posible que el verano de 2021 sea muy distinto al de 2020. Quizá en ese momento podamos hablar de nueva normalidad, de verdad. Aunque seguiremos llevando mascarillas, manteniendo distancia y eligiendo los espacios exteriores frente a los interiores, lo que marcará la diferencia probablemente sea la sensación de que el mundo a nuestro alrededor es un poco más seguro. Una cena con amigos (pocos) en un restaurante, ir a un concierto rodeado de una «multitud» (concepto que ya no volverá a significar el mismo número de personas) o abrazar o besar a un ser querido sin tanto miedo. «Esas alegrías nos llenarán de esperanza, y tendrán un efecto curativo en nuestra psique, mayor de lo que se podría esperar antes de todo esto».

El legado y efectos del virus

Los llamados «portadores de larga duración» representan una proporción relativamente «pequeña» a nivel numérico entre las personas que han pasado la infección, al menos en España, pero su condición es una de las mayores incógnitas de la pandemia. Como muestra un estudio publicado en BMJ recientemente, realizado con cerca de 400 personas ingresadas por Covid-19 severo, el 53% permanecían exhaustas uno o dos meses después, un 34% tenía tos y, un 69%, fatiga. En Estados Unidos, por ejemplo, la Covid-19 persistente es un problema grave, sobre todo por la falta de atención médica a estos casos. Llevan meses padeciendo confusión mental, dolor y alteraciones del sistema nervioso autónomo. Y se están quedando sin recursos para afrontar largos periodos sin trabajar.