Opinión

Lo más fácil para el Gobierno, cerrar España

Imagen de archivo de una de las entradas a Oviedo (Asturias) por carretera
Imagen de archivo de una de las entradas a Oviedo (Asturias) por carreteraJL CereijidoAgencia EFE

Estamos en la controversia de actuaciones desde el Gobierno ante el puente de San José y la Semana Santa, por los movimientos de personas y su incidencia en los contagios de la Covid-19. Una vez más, dentro de las distintas opciones y preferencias que tienen las autonomías se opta por la más grave, a la vez que la más simple y que requiere menos análisis y menos preparación, que parece ser el cierre de las ciudades.

Sin embargo, estamos ante un escenario socioeconómico que supone una gran encrucijada para determinar el grado de recuperación del sector turístico, crucial en nuestra economía. Ese escenario debería exigir un esfuerzo de imaginación y d e planificación por parte de los responsables políticos que permitiera una apertura del sector compatible con una seguridad sanitaria que diera garantías a la población, tanto quienes se mueven, como los que se quedan en su lugar de residencia. Estamos ante una incidencia muy parecida entre todas las autonomías. Se hacen verdaderos discursos de ataques a aquellos que tienen una incidencia mínima por encima de la comunidad contigua, sin pensar que estos son datos multifactoriales. Tienen más casos quienes más los diagnostican y esto está en relación con el número de pruebas. Puede que hayamos tenido momentos de mayor disparidad, pero en la actualidad bajando la incidencia las autonomías están en parecida situación.

Pero el anterior dato no significa que quienes tienen una mayor incidencia tengan mayor grado de contagiosidad social, porque también depende del grado de resistencia a la enfermedad que lleva acumulada cada población. Muy baja en algunas regiones y poblaciones en particular, y muy elevada en otras porque el grado de enfermos que han sido infectados a lo largo de la epidemia es mayor en ellas. En definitiva , estamos ante un panorama nacional de elevada homogeneidad en cuanto a la incidencia y algo dispar en cuanto a la inmunidad adquirida. Mayor en las poblaciones más castigadas desde el principio hasta hoy. Y en ellas, la movilidad debería ser un poco más permisiva. Pero en general, las reglas a respetar son las mismas: distanciamiento interpersonal, mezcla limitada de personas no convivientes, selección de lugares abiertos y evitar las reuniones de un determinado número de personas. A definir para todo el territorio nacional. Y uso obligatorio de mascarilla. En resumen, en todos los rincones de España deberían regir las mismas normas. Y deberíamos tener la misma peligrosidad. Esto es verdad; pero no lo es menos que existe mayor afluencia de personas en determinados puntos del país que son los receptores de turistas. Es decir, la entrada en un supermercado por las personas habituales de una localidad permite pensar que tiene menos peligrosidad que si ese establecimiento incrementa los clientes cuatro veces más. Y, por el contrario, se diluye en las zonas de menor afluencia. ¿Para quién es más peligroso? Para los que se mueven un poco más y menos para quienes no se mueven.

¿Qué deberíamos tener todos los españoles? Un gran espíritu de solidaridad. Y, sobre todo, crear una idea de que hemos de trabajar todos para levantar la economía y procurar mostrar el lado más hospitalario de nuestra sociedad y dar al viajero lo mejor de cada zona, para salvar la actividad económica.

Nuestra sociedad, se ha convulsionado por restringir manifestaciones cuya racionalidad es la de agrupar personas para fortalecer vínculos ideológicos y que incrementan el riesgo de una forma muy elevada, sin conseguir el efecto beneficioso de movilizar la economía del país. Pero seamos posibilistas y demos lo mejor de cada uno en esta larga enfermedad.

Antonio Burgueño Carbonell es médico