Ricardo del Prado, bombero del Ayuntamiento de Madrid

Las cicatrices de la pandemia

Nos dijeron que saldríamos «más fuertes», pero nos engañaron. Esto no se ha acabado y las secuelas de tantos meses en estado de alerta psíquica, tampoco: estamos agotados, más envejecidos y tristes. Ya no nos proyectamos al futuro, nos basta con pasar el día

Dicen que las cuatro palabras más caras de la lengua inglesa son «This time is different» (esta vez es diferente). Que todas las expectativas que generan las crisis profundas, las teorías de que las cosas van a cambiar, que seremos mejores, más fuertes, más sabios, nunca se cumplen. Olvidamos pronto y volvemos a nuestras viejas costumbres en cuanto nos dan la oportunidad. Los aprendizajes son escasos y frágiles y las huellas de las grandes tragedias, profundas y duraderas. Como las que nos deja esta pandemia.

Los testimonios de los seis profesionales que ilustran este reportaje convergen en varios puntos. Doce meses de estado de alarma en España nos han dejado extenuados, insomnes, empobrecidos, con menos ilusiones y hasta físicamente más viejos. Las canas abundan y el rostro tiene grabada la huella del estrés y la ansiedad. Ninguno de ellos ha estado ingresado, ni ha sufrido la pérdida de una padre o una madre, pero el ambiente en el que llevan (en el que llevamos) imbuidos desde el 14 de marzo de 2020 no nos va a salir gratis a nadie.

Dice Carolina Marín, coordinadora de la plataforma divulgativa Psycast y profesora de Psicología en la Universidad Complutense de Madrid, que ella nota «una tristeza de fondo que va a hacer mella y un ánimo más decaído». La fatiga extrema, tanto física como mental, «nos ha producido un envejecimiento prematuro, lo observo en mí misma y en los demás». Es que la incertidumbre nos roba la posibilidad de hacer planes a largo plazo, una característica de los que son «más jóvenes y tienen la vida por delante». Ante tanta inestabilidad, Marín ha logrado «hacer de la rutina de antes, la ilusión de ahora». Otro de los efectos que nos deja la pandemia es, según esta doctora en Psicología, el replanteamiento vital. Ella ha visto que muchos contemplan, por ejemplo, una jubilación anticipada «porque nos hemos dado cuenta, más que nunca, de que la vida son dos días».

Javier Muñoz-Calero Calderón, cocinero del restaurante Ovillo
Javier Muñoz-Calero Calderón, cocinero del restaurante Ovillo©Gonzalo Pérez MataLa Razón

El horizonte está impregnado de una neblina que nos impide ver lejos y nos llena de ansiedad. Según el sociólogo de la Universidad de Navarra Alejandro Navas, «el ser humano puede soportar una situación adversa y muy dura si sabe cuándo llegará a su fin». Él cree que «aún es pronto para saberlo, pero lo que está claro es que esta pandemia va a dejar efectos duraderos y profundos en la sociedad». Aunque se teme que «no hemos aprendido mucho porque somos muy duros de mollera. Esto ya ha ocurrido en otros momentos de la historia y lo que sucede a continuación es un efecto rebote. Las personas buscan una compensación y un desfogue, un divertimento tras la situación de privación sufrida».

Ricardo del Prado, bombero jefe del grupo 441 del Ayuntamiento de la capital, asegura que han sido doce meses en los que «he madurado personal y profesionalmente más que en mis 42 años de vida». La dureza de lo visto y vivido, los muertos, el miedo, el sentimiento de hermandad con sus compañeros, le han dejado la sensación de haber hecho «el Camino de Santiago sin haber salido de Madrid». El trauma le ha llevado a buscar ayuda profesional, «había noches enteras que las pasaba en blanco», pero también le ha abierto los ojos a «lo que verdaderamente importa». Antes era «muy dejado, más materialista», y ahora no pasa una semana sin que llame a sus seres queridos.

Ricardo es ahora mucho más solitario: «Me gusta pasar más tiempo conmigo mismo, me he vuelto más introvertido, busco menos el contacto con la gente». Incluso el deporte, que le ha «salvado» estos meses, lo prefiere en soledad y se ha construido un gimnasio para poder entrenar en casa.

Raquel Heras también ha vivido un punto de inflexión. Enfermera y supervisora de producto sanitario en el Zendal, ha experimentado como nunca la «angustia, la tristeza, el dolor, el miedo a que pueda llegar una cuarta ola y todo vuelva a empezar». Tanto esfuerzo le ha dejado un «bajón» físico, una incapacidad de desconectar y una falta de ganas de hacer «otras cosas» que ella atribuye al estrés postraumático.

Los sanitarios de primera línea nunca serán los mismos. Literalmente. Un estudio realizado por Alba Hernández y Arantxa Santamaría, médico y bióloga, ha demostrado que el rostro les ha cambiado; ahora es más estrecho, los ojos aparecen más hundidos y los pómulos se han descolgado. Las arrugas también son significativamente más numerosas. Santamaría asegura que la comparativa de 27 profesionales antes y después de la crisis arroja unos resultados rotundos: «Los rasgos han cambiado, son más marcados, como heridas de guerra».

Diego García, profesor de inglés y educación física en el colegio J.H. Newman
Diego García, profesor de inglés y educación física en el colegio J.H. NewmanLuis DíazLa Razón

Las preocupaciones no han sido exclusivas del personal sanitario. Los pequeños empresarios de nuestro país han pasado noches en vela sufriendo por las restricciones que les bajaban la persiana o reducían drásticamente sus ingresos. Javier Muñoz-Calero Calderón lo sabe bien. Este cocinero curtido en mil fogones había abierto su último proyecto, el restaurante Ovillo, dos meses y trece días antes de que cayera el confinamiento en Madrid. Dice que fue un «golpe bajo» que no se esperaba y del que sale con más deuda y más canas. «Lo que sí agradezco a la pandemia es haber podido pasar mucho tiempo con mis hijos. Tantos desayunos, comidas, horas hablando... Ha sido intenso y precioso», explica este reconocido chef.

Las puertas de Ovillo han vuelto a abrir, ahora de lunes a domingo sin descanso para poder recuperar el tiempo perdido. «Yo despedí a todo el mundo para que pudieran cobrar su paro y ahora están de vuelta conmigo», señala. Ha acusado el cansancio, «estoy mucho más agotado, duermo peor, y eso que soy hiperactivo. Ahora, por mucho que quiera, la energía va más justa».

Igual que Javier, Mari Carmen Salas tuvo que pedir un préstamo ICO para mantener su tintorería en Barajas. Después de darle muchas vueltas, ha decidido traspasar el negocio tras una década. Está «muy enfadada» por cómo ha actuado el Gobierno y algo deprimida por lo que ella se ha dejado ella sin hacer: «No duermo nada. Me despierto 400 veces y si aún es pronto me tomo un Lexatín, que me sienta estupendamente». De esta, asegura, «salimos muchísimo más pobres. A mí me han buscado la ruina».

El jefe de Psiquiatría del Gregorio Marañón, Celso Arango, afirma que «ante algo como lo que hemos vivido, lo más normal es que haya síntomas de ansiedad, insomnio. Son respuestas fisiológicas ante hechos objetivos. Y los trastornos mentales previos se agudizan». En su opinión, son los adolescentes los que se llevan la peor parte. El suicidio en este sector de la población «ha aumentado en toda España».

Quienes mejor lo llevan son los niños. Así lo asegura Diego García, profesor de inglés y educación física del colegio JH Newman de San Blas. Los docentes están más exigidos en todos los sentidos, pero él se muestra optimista aunque «mucho más cansado». Algunas noches, cuando lee el cuento a sus hijos, Julia y Lucas tienen que despertarlo «porque me quedo dormido». Ya no hace planes, ¿para qué?: «Cuando hablo no me proyecto más allá del final de cada día. El momento en que mi cabeza toca la almohada».

Mari Carmen Salas traspasa su negocio de tintorería
Mari Carmen Salas traspasa su negocio de tintoreríaLuis DíazLa Razón