«Operación sotana»

La dieta «no milagro» de Francisco que funciona

En solo seis meses el Papa ha bajado de forma notable su peso y el dolor de la ciática que padece al reducir el consumo de pasta y dulces

El Papa Francisco en octubre de 2020 y a finales de mayo de este año
El Papa Francisco en octubre de 2020 y a finales de mayo de este añoEFE/EPA/MAURIZIO BRAMBATTIVatican Media

Que las dietas milagro no existen lo sabe hasta al Papa de Roma. Literalmente. Sobre todo, por los kilos que ha perdido en estos seis últimos meses. Quienes han tenido la oportunidad de compartir con él alguna reunión en esta última semana lo confirman a LA RAZÓN: «Está visiblemente más delgado. Se le nota en el rostro, pero también ha ganado en agilidad». E, inversamente proporcional a esta soltura a pesar de sus dificultades de movilidad, los dolores en su espalda. El motivo de esta «operación sotana» –que no biquini– está en la ciática que venía arrastrando hace algo más de un año y que le obligó a suspender celebraciones litúrgicas de calado como el Te Deum del 31 de diciembre, la misa del Domingo de la Palabra de Dios, pero también encuentros con arraigo como la audiencia anual al cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede.

Los rumores de sacristía dejaron caer el pasado año la posibilidad de un contagio de coronavirus e, incluso, de alguna dolencia más grave. Nada más lejos de la realidad. Francisco padece una hernia de disco que le ha generado unos dolores más que fuertes. Hasta tal punto que sobre la mesa de su despacho de la residencia de Santa Marta se pudo llegar a plantear la posibilidad de una intervención. Tanto el equipo médico vaticano como el propio Pontífice buscaron la manera de descartar la operación.

Por un lado, porque se trataría de un ingreso hospitalario de cierto riesgo dada su avanzada edad, 84 años. Por otro, el postoperatorio y la consiguiente rehabilitación le dejaría fuera de juego unos tres meses, una baja que Jorge Mario Bergoglio no estaría dispuesto a asumir, consciente de que tiene entre manos no pocos frente abiertos en su gestión como pastor, entre ellos, la crisis de los abusos clericales, el plan de higiene financiera de la Curia y la firma de la nueva constitución apostólica que busca dar un giro a la añeja estructura vaticana. Además, el sucesor de Pedro desea retomar cuanto antes su agenda pastoral e internacional, como así puso de manifiesto con su viaje a Irak el pasado marzo.

Con este panorama, la única alternativa que quedaba era enfrentarse a la báscula. Y así lo ha hecho. Con una disciplina espartana –o jesuítica, según se mire–, mucho mayor a la que tuvo cuando en 2019 le recomendaron que rebajara su consumo de pasta, pizza y de dulce de leche. Ahora el Papa ha seguido prácticamente a rajatabla, con muy pocas concesiones, unas recomendaciones alimenticias que lejos de esconder «súper alimentos», batidos o suplementos varios, simplemente se ha limitado a fijar una alimentación más saludable. Dieta mediterránea y sin exceso en las cantidades: carnes y pescados a la plancha y con pocas salsa, frutas, verduras y aceite de oliva.

Así lo explican quienes están al frente del comedor de Santa Marta, donde el Pontífice baja todos los días a desayunar, almorzar y cenar con el resto de residentes y trabajadores de la casa y del Vaticano. Un autoservicio que, como guiño a su inquilino argentino, comenzó a incluir en su menú las empanadas de carne y el dulce de leche.

Sin excesos ni recetas gourmet –el menú cuesta menos de diez euros–, lo cierto es que las Hijas de la Caridad que lo regentan ofrecen una carta al uso, pero quizá con exceso de carbohidratos a la italiana y postres desbordados en azúcares. Un cóctel que se convierte en sobrepeso cuando se suma una vida excesivamente sedentaria.

«Cuando hablamos de dieta saludable nos referimos a patrones de alimentación o hábitos más que conductas puntuales. No hay milagros, sino una ingesta equilibrada de carbohidratos, proteínas y lípidos que se mantenga en el tiempo. Lo que hay que tener en cuenta es el balance energético, que tiene dos componentes: lo que nosotros ingerimos y lo que gastamos en calorías», expone la doctora María Achón, directora del grado en Nutrición Humana y Dietética de la Universidad CEU San Pablo. «En las personas mayores –sigue Anchón–, resulta relevante tener en cuenta la mochila de hábitos alimentarios que han ido adquiriendo a lo largo de su vida y que cuesta cambiar».

Lo cierto es que el primer Papa latinoamericano de la historia ganó bastante peso cuando hizo su mudanza de Argentina. En Buenos Aires, el entonces arzobispo de una de las grandes metrópolis del planeta cocinaba en su pequeño apartamento para él y sus invitados, aunque contaba con la ayuda de una cocinera para el día a día. Y no lo hacía mal. No solo porque estudiara química de los alimentos. «Le salen riquísimos los calamares rellenos y le fascina el risotto», ha llegado a asegurar su hermana María Elena. Dicen de él que no era ni mucho menos comilón. Más bien, frugal. «En cualquier caso, todo lo que digería, lo gastaba al instante», comentan sus colaboradores porteños. Y es que la agenda de Bergoglio era inagotable.

Madrugador, como lo es también ahora, dedicaba las primeras horas a la oración, al trabajo personal y a las reuniones de despacho. A partir de ahí, se pateaba los barrios, de las parroquias a los conventos, pasando por las villas miseria. Y siempre eludiendo el coche. En transporte público. Colectivo o subte. O lo que es lo mismo, autobús o metro. Es ahí donde radicaba el motivo de mantener su peso.

Sin embargo, toda esa actividad física se frenó en secó cuando el 13 de marzo de 2013 se convirtió en el líder global que es hoy. En lugar de salir al encuentro de los otros, las audiencias fueron a él. En lugar de caminar horas y horas, un escaso margen de movimiento por cuestión de seguridad.

«Solo para moverse dentro del Vaticano tiene que acompañarle un séquito mínimo de diez personas. Así que imagínate si quisiera hacer una escapada», dice alguien que le sigue de cerca. «A pesar de la dieta, no ha perdido el buen humor ni las ganas de seguir adelante con la reforma. Está intacto de energía y con una fuerza envidiable», desvela un purpurado que ha visto a Francisco en estos días y que confirma «su buen lustre».

«Cuando nos vamos haciendo mayores, el envejecimiento implica un deterioro de todas nuestras funciones, incluida la movilidad. Si a esto se unen las limitaciones personales del Santo Padre y esa ciática dolorosa, no estaría de más que tuviera una rutina básica de ejercicios para mantener cierta agilidad y la masa muscular», recomienda la doctora Achón, que si bien no se atreve a valorar si haber adelgazado le permitirá al Papa librarse de la operación, sí apunta que “está claro que esa reducción de peso siempre es más saludable y, en caso de intervención, conllevará menos complicaciones”.