Opinión
El gran apagón
Y de pronto, aún con el recuerdo vivo de los días más oscuros de la pandemia, donde el desconcierto era una aterradora constante, Austria pone sobre la mesa la posibilidad de un apocalíptico apagón, que colapsaría el sistema energético del país y arrastraría a naciones vecinas. «Cuando veas las barbas de tu vecino cortar, pon las tuyas a remojar». Aunque sean vecinos de media distancia. Sobre todo, porque mucho más cerca, en nuestra propia geografía, aparece la duda de si, en plena crisis del suministro de gas, podría existir la posibilidad de perder la luz a nivel global. Los expertos no se muestran inquietos y nos aseguran que el riesgo no es real; pero, claro, han sido tantos los expertos de la crisis de la covid que se equivocaron en sus predicciones, que imaginamos esta nueva situación de caos y sus vaticinios no nos tranquilizan.
Sobre todo, porque añaden tras el «no hay peligro» que, en el caso de llegar a tal circunstancia, reactivar el servicio podría llevar incluso semanas. ¡Semanas sin luz! ¿Se imaginan?
Los más previsores –o pesimistas– advierten que conviene ir llenando las despensas y hacer acopio de víveres, velas y mantas. Y los optimistas se ríen de ellos e incluso acusan a los agoreros de lanzar un mensaje «sensacionalista e irresponsable».
Pero la sombra de la duda se cierne sobre nosotros, que no sabemos qué hacer, ni cómo prepararnos para esta fatalidad que podría estar avecinándose y que nos dejaría totalmente desconectados los unos de los otros y en un mundo de tinieblas, donde los hombres y mujeres del siglo XXI, seres de luz y tecnología, no sabríamos ni cómo comportarnos. Hay mucho nerviosismo internacional respecto a este escenario. De producirse, será una nueva prueba para la humanidad.
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