Intimidad
Cómo sé si estoy invadiendo el espacio vital de otra persona
Es un mecanismo que pone en marcha nuestra mente instintivamente, y es una de las pautas más importantes para entender cómo se construyen nuestras interacciones sociales
Solo nos damos cuenta de la importancia del espacio personal cuando alguien lo irrespeta.
Esa “burbuja” o “segunda piel” invisible que nos rodea, no es únicamente aire... es nuestra intimidad. Es una armadura psicológica y emocional donde demarcamos el inicio de nuestro “territorio”.
En una entrevista con Nathional Geographic, Michael Graziano, autor del libro “The spaces between us” (”Los espacios entre nosotros”), explicaba que esta segunda piel está programada en nuestro ADN desde hace mucho tiempo: “El mecanismo del espacio personal, y la profunda incomodidad de que lo invadan, lleva ahí desde antes de que fuéramos humanos”.
Invisible, pero real
Según Graziano, “el cerebro calcula una zona de separación alrededor del cuerpo, que es muy flexible. Cambia de tamaño dependiendo del contexto y se calcula de una forma que es en gran parte inconsciente”. Además explicaba que el espacio vital “tiene una amplia gama de funciones. Pueden ser tan básicas como protegerte contra una amenaza física real, como un depredador”.
Es un proceso que pone en marcha nuestra mente sin que tengamos ningún control sobre ello, y es una de las pautas más importantes para entender cómo se construyen nuestras interacciones sociales... de hecho, este mecanismo involuntariamente rechaza automáticamente a alguien que no respeta estos límites.
De la misma forma que nuestro cerebro levanta esos muros de forma instintiva, también nos genera de forma involuntaria una sensación de incomodidad y agobio cuando una persona que no está autorizada por nuestro cerebro a cruzarlos, se acerca demasiado a nosotros.
Este espacio personal recibe varios nombres, como espacio vital, espacio peripersonal, (...) pero el más aceptado en la comunidad científica es el de ”distancia proxémica”, que fue establecido en 1968 por el antropólogo estadounidense Edward Hall.
En sus estudios, el antropólogo describía cómo el presidente Kennedy siempre estaba rodeado de un montón de gente, pero siempre había una “burbuja” a su alrededor de unos 9 metros. Aunque quizás no era una distancia marcada por el propio Kennedy, sino por todas las personas que se acercaban a él.
La geografía influye
Gracias a que Edward Hall trató de entender porqué sucedía aquello, tenemos una noción más clara de qué determina estas distancias proxémicas y cómo estas varían en función del contexto en el que nos encontremos.
Por ejemplo, las distancias proxémicas que se “estilan” en Japón, no son las mismas que se dan en España. Por eso, es frecuente que un japonés encuentre muy cálidos a los españoles (o muy sobones).
Este choque cultural puede dar lugar a malentendidos y, si no estamos prevenidos, podemos provocar una sensación molesta. Por ese motivo, siempre es mejor reconocer estas diferencias culturales y pecar de precavidos, para no tomarse demasiadas confianzas (aunque para nosotros no lo sean).
De acuerdo a los estudios de Hall, manejamos unas distancias proxémicas que van, desde el punto en el que una simple mirada se vuelve irritante, hasta aquel punto en el contacto más íntimo se convierte en una herramienta más en nuestra comunicación:
Distancia pública:
Este tipo de distancia proxémica es aquella en la que no existe un contacto sensorial directo con otro individuo. Como por ejemplo, cuando estamos escuchando un discurso en un auditorio.
Es la distancia de los contactos más superficiales. La distancia entre el emisor y los receptores suele ser grande (de 3,5 metros en adelante). Y de hecho, cuando se rompen ciertos protocolos, como cuando el orador nos mira directamente, automáticamente surge la incomodidad.
Distancia social
Es la distancia proxémica cotidiana, es decir, la que usamos para interactuar en nuestro día a día con desconocidos con los que no tenemos ninguna intimidad. Por ejemplo, al mantener una conversación trivial con un transeúnte cualquiera. Esta distancia social es de aproximadamente 1,20 metros.
Pasar de ese límite, hace que la situación se vuelva irritante.
Distancia personal
Permitimos cruzar esta barrera a aquellas personas con las que tenemos familiaridad y confianza. Un amigo, por ejemplo, no tiene problema para acercarse hasta los 45 cm. En este tipo de interacciones además bajamos el tono de voz y nos permitimos el contacto directo sin que suponga ninguna “agresión”.
Por ejemplo, al dar una palmadita en el hombro a un amigo.
Distancia íntima
Como su nombre indica, esta es la distancia proxémica mínima entre dos personas. Y está reservada para aquellas personas con las que tenemos relaciones más estrechas. Desde un amante, hasta un padre o un hermano. No a todo el mundo le permitimos quitarnos una pelusa de la chaqueta o apartarnos el pelo de la cara,... y si alguien con quien no tuviésemos confianza lo hiciese... nos sentiremos profundamente violentados.
✕
Accede a tu cuenta para comentar