Menores
Así ha cambiado la violencia en los menores: bajan las agresiones a padres y crecen las autolesiones
En el centro Recurra de Brea de Tajo tratan a un centenar de menores con problemas de conducta derivados de problemas familiares, abusos y bullying
Solo tiene 14 años pero cuando relata todo lo que ha vivido parece que fuera un joven veinteañero. Carlos (nombre ficticio) empezó muy pronto a todo. Hace dos años que comenzó a juntarse en su pueblo con unos chavales mayores que él y empezó a fumar tabaco. Luego llegaron los porros en la playa de Las Salinas y las primeras broncas con su padre cuando se enteró en qué andaba metido pero él, como echándole un pulso, subió la apuesta. Llegaron los 13, la cocaína y su primer ingreso en el área de Psiquiatría de Menores del Hospital de Oviedo. «Me dieron medicación para calmar mis ataques de ira pero no traté el motivo que me llevaba a ponerme así. Por eso no me sirvió de mucho», explica.
Lejos de calmarse, entró en el mundo de los hurtos. Desde dar un golpe a los sillones de masaje de los centros comerciales para expulsar todas las monedas (conseguían unos 100 euros diarios) hasta robar en un comercio de chinos o vender pastillas. «Mi vida antes era el fútbol pero di el estirón muy pronto y me creía el más gallo», reconoce. El confinamiento solo agravó las discusiones familiares, sobre todo con su padre. Volvió a ingresar en psiquiatría pero finalmente decidieron tratar el problema de raíz y Carlos entró en el centro de menores Recurra-Ginso, de apoyo a familias en conflicto. La semana pasada hace 8 meses que ingresó y ya le quedan pocos días para salir. El camino no ha sido fácil pero ha merecido la pena.
«El primer día que entré me miré al espejo de ahí, de la habitación 1, y me dije: “La has pifiado, así que ahora espabílate”». Con su psicóloga, «la mejor persona del mundo», dice que ha aprendido «que la droga es una mierda y que sin estudios no llegas a ningún sitio».
Él ya tiene claro lo que quiere hacer: ir a una academia especializada en peluquería para montar una barbería, como su padre. Ya ha realizado algunas salidas del centro, siempre progresivas, y se ha puesto en situaciones de «peligro» saliendo de fiesta con sus amigos. Unas situaciones que ha superado con éxito, al igual que estar encerrado casi un año sin teléfono móvil, algo inimaginable para cualquier chico de su edad. «Lo mejor de todo son los profesionales que hay aquí y el apoyo del grupo», concluye.
Un tratamiento abordado de forma integral
La fuerza del grupo; es decir, los chicos y chicas que están en la misma situación que él, es precisamente la piedra angular de este programa que ya lleva funcionando 11 años. Lo reconoce Alberto Buale, director de este centro situado en Brea de Tajo (Madrid), que confirma que el grupo es, en realidad, «el terapeuta más importante». «Entran en un contexto de iguales que es muy beneficioso. Son el resto de chavales quienes les explican cómo funciona esto nada más llegar y es el “juicio” negativo o positivo que puede hacerles el resto del grupo lo que les hace muchas veces abandonar ciertas conductas. Es muy importante para ellos ese sentido de pertenencia».
Porque partimos de que todo el que pisa este complejo educacional lo hace engañado. «Sus padres les traen sin saber a dónde vienen ni mucho menos que vienen para quedarse. La primera reacción siempre es el enfado, sentirse traicionados, pero es que, de lo contrario, no se montarían en el coche. Luego se les pasa», explica.
11 meses de estancia
La estancia media en Recurra-Ginso es de 11 meses y no salen en vacaciones de Navidad ni en verano. Actualmente están cubiertas 95 de las 96 plazas con las que cuenta y, si bien es de financiación privada, algunos usuarios reciben ayuda de diferentes gobiernos autonómicos que les costean el programa. El éxito del tratamiento es, según Buale, la intervención integral con profesionales de diferentes ámbitos. Les distribuyen en grupos de 12-14 chavales con un psicólogo y un trabajador social para un tratamiento individualizado. Lo de menos este año, es que aprueben todas, aunque siguen con sus estudios. “Muchas veces los padres quieren resultados perfectos de todo en poco tiempo y no se dan cuenta de que el problema ahora no es que suspendan”, dice Buale.
Pero hasta llegar aquí las familias han pasado ya por un proceso duro. Primero, el de reconocer que el problema se les va de las manos, luego empiezan a pedir ayuda sin conocer la red de profesionales que puede atenderles.
«Nos llegan muchas propuestas pero derivamos a otros servicios si vemos que, por ejemplo, se trata de un problema de alimentación o proponemos para consultas ambulatorias si es abordable desde ahí. Los padres están perdidos y es lógico». Para los casos más complicados, se propone el ingreso en Brea.
Sin móvil, tabaco, consola ni amigos
«Los comienzos son duros porque están sin móvil, sin tabaco y sin contacto con amigos ni familia. Solo ésta última se va incorporando de forma progresiva a lo largo del programa porque también se trabaja con ellos». Es una de las claves del tratamiento: abordar el problema familiar, no solo tratar al menor ya que, en multitud de ocasiones, hay dificultades de convivencia derivadas de relaciones filoparentales mal tratadas.
«A los chavales les sorprende cuando ven que también tratamos a los padres y trabajamos los vínculos porque piensan, “ah, vale, no soy solo yo el que hacía mal las cosas”. Ellos todavía son muy permeables y relativamente sencillos de corregir. A los adultos creo que nos cuesta mucho más», dice Buale.
Víctimas de acoso
Los chicos que han ingresado en este centro son menores que han sido, según el director, víctimas de acoso escolar aunque también hay casos de abuso sexual (un 30%) y esos episodios los han intentado «tapar» mediante el consumo de estupefacientes a edades muy tempranas, que derivan en dificultades en la convivencia familiar. «Al final están mal a nivel personal, familiar y académico. El problema acaba afectando a todo», explica el director del centro, que ha notado muy claramente la conciencia que empieza a haber en la sociedad sobre la importancia de la salud mental.
Tanto es así que la oleada de casos derivados de este tipo de problemática se han disparado en los últimos meses marcando un punto de inflexión en la tendencia de ingresos. Si antes el grueso de sus menores entraban por un tema de violencia filoparental, donde un 60% eran chicos; ahora se han multiplicado los casos derivados de salud mental, que pueden incluir autolisis. En estos casos, el 60% son chicas.
1.020 menores
Señala estas cifras el fundador del centro, el psicólogo forense Javier Urra, que estuvo 32 años en la Fiscalía del Menor de la Comunidad de Madrid y fue Defensor del Menor en la región. Antes, trabajó en un centro de menores en Cuenca y ya allí se dio cuenta de la importancia de hacer algo con los menores conflictivos. «Vi a una mujer con la nariz rota por su hijo porque no le dio la camisa que le pedía. Pensé: “Esta madre tiene un problema pero también lo tiene la futura mujer de la este chico”. La violencia no se puede dejar pasar nunca», sostiene.
Fue la asociación para la gestión de la integración social GINSO quien le propuso hacer un programa de este tipo y así crearon el centro de Brea de Tajo. Por aquí ya han pasado 1.020 menores (55% chicos) con diferentes problemáticas aunque Urra insiste en las causas de este cambio de tendencia de la violencia contra los padres a los problemas de salud mental en los menores. «En España hay 11 psiquiatras por cada 100.000 personas, por debajo de la media de la Europa (18) y de la OCD (24)». Y, lo que es más preocupante: bajan las edades, aunque la media de sus internos en el centro de Brea de Tajo está de 15 a 17 años.
El caso de Marta
Marta (nombre ficticio) está a punto de cumplir 17 años y muestra, orgullosa, el reconocimiento con el que le han premiado los terapeutas por su buen comportamiento: lo que llaman la «suite», la habitación más grande del centro.
Llegó aquí por una convivencia insostenible con su madre tras haberse adentrado ella en el mundo de las drogas. Pasó de consumir a vender de todo para poder seguir consumiendo: MDMA, cristal «y medicamentos con receta para colocarse como diazepam y rivotril». Como todos, llegó engañada al centro de Brea. «Me sentí traicionada pero ahora lo agradezco porque si no vengo aquí no me quito de las drogas».
Marta dice que ha aprendido a que cuando se note muy enfadada «cuando no le cuadra algo» la clave es «darte tu tiempo, salir fuera... He llegado a acuerdos con mi madre y ahora nos llevamos muy bien». Su psicóloga también es su talismán: «Me ha abierto mucho los ojos», asegura.
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