Cumbre
Bendición púrpura a la reforma estructural de Francisco
El Papa cierra la cumbre de cardenales con críticas «muy minoritarias» a su nueva constitución
Absolución y bendición de los cardenales al Papa. Es el balance final del encierro de dos días de los doscientos purpurados a los que convocó Francisco para refrendar la reforma de la Iglesia que viene preparando desde hace nueve años, cuando desembarcó en Roma y que se recoge en la constitución apostólica «Praedicate Evangelium». Y es que, la nueva Carta Magna busca provocar un cambio en materia estructural y económica, pero sobre todo pastoral, no solo en la Curia romana sino en toda la Iglesia.
Esta revolución contenida contaba a priori con la resistencia de parte de los funcionarios eclesiásticos, pero también del ala conservadora del catolicismo. Sin embargo, unos y otros no parecieron manifestarse como una mayoría. Ni en el diálogo por grupos lingüísticos, pero tampoco en el debate abierto en la asamblea general, se escucharon voces especialmente discordantes al proyecto elaborado por el primer pontífice latinoamericano de la historia.
Así lo han manifestado los pocos que han roto su silencio en los recesos y aquellos que han dejado caer alguna que otra perla desde el anonimato. Así, el cardenal germano Walter Kasper describió a los opositores como «una minoría muy pequeña» dentro de las intervenciones que se dieron en el seno del colegio cardenalicio. «No se ha dado ningún conflicto, crisis o polémica, al contrario de lo que leemos en los periódicos, sino enriquecimiento mutuo», expuso este purpurado sobre las múltiples especulaciones surgidas en las jornadas previas.
Un extremo que confirman a este diario algunos de los españoles presentes en el encuentro. Lo cierto es que la tranquilidad con la que se ha vivido de puertas para adentro esta reunión desmontaba las tesis de quienes veían en este encuentro un precónclave o la antesala de una renuncia papal bajo el argumento de la debilidad física de Jorge Mario Bergoglio por su maltrecha rodilla.
El arzobispo de Viena, Christoph Schönborn, refrenda el espíritu reformador de Francisco que no da por amortizado: «Nos hemos escuchado en comunión.La Iglesia debe avanzar y responder a las situaciones nuevas». «En lo que a mí respecta, he insistido en la reforma económica y financiera, en la que se han dado grandes pasos. Es una buena señal», elogiaba a la salida una de las birretas con más crédito en Roma. También el cardenal de Nueva York, Timothy Dolan, consideraba «extraordinariamente edificante la cumbre», un elogio nada gratuito en un prelado que algunos no sitúan en la cercanía al Papa.
Así pues, a falta de votación, la ausencia de disenso y el aplauso final en el Aula Sinodal hablan de una aprobación por aclamación a la reforma y al pontificado. Aun con estos apoyos, Francisco quiso finalizar la cumbre revistiendo de autoridad su proyecto renovador. Para ello, se remitió a Pablo VI, responsable de aterrizar el Concilio Vaticano II en el que Francisco apoya sus cambios, recuperando su primera encíclica programática «Ecclesiam suam» en la que sentenciaba: «Es la hora en que la Iglesia debe profundizar en la conciencia de sí misma, de su propio origen, de su propia naturaleza, de su propia misión». Con estas palabras, el pontífice argentino se expresaba en la misa de clausura, o más bien de envío, de esta reunión extraordinaria. En la homilía, sometió a los cardenales a un examen de conciencia, dejando los papeles a un lado: «Quisiera preguntarles a cada uno. ¿Cómo va nuestra capacidad de sorprendernos? ¿La hemos perdido? ¿Somos capaces realmente de vivir en el estupor?».
Rapapolvo de vuelta
Para Bergoglio, el «estupor», entendido como «la fuerza de hacer vibrar nuestros corazones» y acoger las sorpresas de Dios, ha de convertirse en el motor de los cambios en aras de la evangelización frente al «riesgo de caer en la rutina». «Hermanos, este estupor es una vía de salvación», insistió frente al que presentó como «cáncer de la mundanidad», de «hacernos inocuos».
Antes de volver a sus países de origen o a sus puestos en la Curia, los cardenales no se libraron del rapapolvo papal. Con contundencia les advirtió de caer en «la tentación de sentirnos ‘a la altura’, para alimentar la falsa seguridad de la situación actual es en realidad distinta a la de aquellos comienzos». Incluso les llegó a recriminar que crean que «hoy la Iglesia es grande, es sólida, y nosotros estamos colocados en los grados eminentes de su jerarquía».
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