20 nuevos obispos
Francisco precocina el cónclave más plural y pobre
El Papa crea veinte purpurados de mayoría extraeuropea, a los que ha encargado «alimentar a los migrantes y los que no tienen un hogar»
Francisco ha rubricado hoy en la basílica de San Pedro que no le tiembla el pulso en su plan de reconfigurar la Iglesia para que sea más universal y social, alejado de cualquier barniz doctrinal. Lo ha expresado de forma evidente durante su homilía, pero, sobre todo, en el listado y desfile de quienes ha creado como nuevos purpurados, que configuran el Colegio Cardenalicio más universal de la Iglesia, pero también el más plural en cuanto a perfiles que se escapan de la gestión del despacho para ser obispos de calle.
«Un cardenal ama a la Iglesia, siempre con el mismo fuego espiritual, ya sea tratando las grandes cuestiones, como ocupándose de las más pequeñas; ya sea encontrándose con los grandes de este mundo, como con los pequeños, que son grandes delante de Dios», ha aseverado durante su alocución ante los 196 purpurados que le han escuchado a media tarde, incluido el cardenal Angelo Becciu, en pleno juicio por malversación y desposeído de sus funciones púrpuras, al que Francisco invitó personalmente a asistir en una restitución simbólica del que fuera su número tres en la Curia.
«El Señor quiere comunicarnos su valentía apostólica, su celo por la salvación de cada ser humano, sin excluir a nadie», ha expuesto dentro de su apuesta pastoral por una evangelización alejada de moralismo en una Iglesia que busca ser «fraterna, amigable y caritativa».
Son veinte en total elegidos personalmente por Jorge Mario Bergoglio, en una designación que no consulta ni con sus más fieles consejeros, pero tampoco con los interesados. En principio, escogió a 21 –16 de ellos menores de 80 años y, por tanto, electores–, pero el obispo emérito de Gante, el salesiano Lucas Van Looy, renunció al reconocimiento al considerar él mismo que no había estado a la altura en la lucha antiabusos, a pesar de su reconocimiento internacional en su labor en la pastoral con jóvenes.
Además, el ganés Richard Kuuia Baawobr fue baja en el último momento –pero no pierde su rango– porque al llegar a Roma tuvo que ser intervenido de urgencia.
Entre los nuevos príncipes de la Iglesia –término que el pontífice argentino evita como libro de estilo–, se encuentra también el candidato más joven al papado: el misionero italiano, Giorgio Marengo, que con 48 años está destinado como máximo responsable de la Iglesia en Mongolia, donde apenas hay 1.400 católicos.
Además, hay otros cinco asiáticos, cuatro americanos, cuatro europeos y dos africanos. Entre los curiales a los que promocionan se encuentran los «ministros» del Culto Divino y del Clero, el británico Arthur Roche y el surcoreano Lazzaro You Heung-sik. Y especialmente significativo es la designación del obispo de San Diego, Robert McElroy, que logra la birreta por su mirada conciliadora en lo político en una diócesis que nunca antes tuvo un cardenal, adelantándose, entre otros, al presidente del Episcopado norteamericano y arzobispo de Los Ángeles, José Horacio Gómez.
El rumor del cónclave
Con esta declaración de intenciones manifiesta, hay quien considera desde hace semanas que este consistorio es la antesala de un inminente cónclave fruto de la maltrecha rodilla que le lleva a depender de la silla de ruedas más de lo que quisiera. Los rumores de renuncia que este verano se han acrecentado no fueron tan fuertes como los de 2020, cuando la operación de colon a la que fue sometido sí revestía gravedad. Lo cierto es que ver postrado a un papa un día tras otro ha dado alas a quienes buscan un final apresurado de un pontificado. Sin embargo, la lista de nuevos purpurados no hace sino confirmar el minucioso trabajo de renovación que Jorge Mario Bergoglio viene tallando desde que convocó su primer consistorio en febrero de 2014, en el que ya apuntaba maneras.
Hoy por hoy, entre los 226 cardenales, pero especialmente, entre 132 electores hay menos italianos que nunca –solo un 16%, frente al 25% de sus predecesores más inmediatos–, priorizando los que se encuentran en los que este Papa denomina países de «periferia». Además, en este tiempo, Francisco ha desterrado, por ejemplo, la vinculación del cardenalato a una diócesis de renombre histórico–véase Toledo– y tiñendo de púrpura nuevos países, como ayer ocurrió con Paraguay.
Usando jerga gastronómica, el Papa ha encomendado un encargo directo a los neocardenales, pero también a los que tienen las hechuras ya trabajadas: «El secreto del fuego de Dios, que desciende del cielo, iluminando de un extremo al otro, y que cocina lentamente el alimento de las familias pobres, de los migrantes, o de quienes no tienen un hogar». Es más, para que quedara claro esa llamada a cuidar de «los detalles», de estar mano a mano con el pueblo, a la vez que resuelven las tareas institucionales, les presentó dos modelos recientes a clonar. Por un lado, el cardenal Casaroli, que fue el mago de la diplomacia vaticana durante la Guerra Fría que nunca faltaba a su cita con los jóvenes en las cárceles romanas. Por otro, el cardenal Van Thuân, vietnamita en prisión durante más de una década por su condición católica que «estaba animado por el fuego del amor de Cristo para cuidar el alma del carcelero que vigilaba la puerta de su celda».
Cumbre de análisis
Con estos referentes ha arrancado una cumbre extraordinaria de cuatro días que el Papa ha convocado no solo para acoger a los nuevos miembros del ‘club’, sino para rendir cuentas nueve años después de su llegada a la sede de Pedro. Entre el lunes y el martes presentará a los cardenales la nueva constitución apostólica «Praedicate Evangelium», que certifica las reformas económicas y antiabusos basadas en la máxima de la tolerancia cero contra cualquier tipo de corrupción y cuyos artículos ya están aplicándose desde hace tiempo.
Además, repasarán la nueva estructuración de la Curia vaticana, en una operación de adelgazamiento y transparencia que Francisco espera que los purpurados apliquen de inmediato en sus países de origen.
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