Brote de ébola
«A veces creemos que Miguel sigue en África»
Un año del primer contagio español de ébola. La familia del padre Pajares, fallecido por el virus, le recordará con una misa sencilla en su pueblo natal
La familia del padre Pajares, fallecido por el virus, le recordará con una misa sencilla en su pueblo natal
La tranquilidad de La Iglesuela, un pequeño pueblo toledano de apenas 448 habitantes, se quebró violentamente hace hoy un año. Desde más de 5.000 kilómetros llegaban noticias inquietantes. Concretamente desdesde Monrovia, capital de Liberia. Uno de los vecinos de la localidad, el misionero Miguel Pajares, de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios, comenzaba a mostrar síntomas que podían corresponder al virus del ébola, que entonces causaba estragos en el continente africano. Desgraciadamente, era algo más que probable: Miguel, de 75 años y superior del hospital católico San José, había pasado dos semanas cuidando al director del centro, Patrick Shamdze. No sabía que tenía ébola, porque la primera prueba, errónea, había dado negativo. El contagio se confirmó en pocas horas, y el Gobierno fletó un avión medicalizado que, junto a otra religiosa, la hermana Juliana Bonoha –compañera en el hospital y libre del virus–, le trajo de vuelta a España. Los esfuerzos del equipo médico del Hospital La Paz-Carlos III no pudieron evitar que, unos días después, el 12 de agosto, el religioso perdiera la vida. Fue un triste hito: Pajares pasó a ser el primer español que padecía el virus.
Aquellos días La Iglesuela se vio literalmente invadida por periodistas, ansiosos de ahondar en la vida de este misionero que, literalmente, dio su vida por ayudar a los demás. «Nos tuvieron mareados», dice su hermano Emilio en conversación telefónica con LA RAZÓN. «Sí, fueron un poco pesados, pero es vuestro oficio. Sois los que tenéis que contar lo que pasó», afirma por su parte otro de sus hermanos, Feliciano. Con todo, saben que la gente se volcó. Las muestras de solidaridad fueron constantes. «Al final, hay que dar las gracias a todos los que se preocuparon por lo que pasó».
Una misa conmemorará el aniversario de su muerte. Se celebrará en la parroquia de Nuestra Señora de la Oliva. Miguel falleció el 12 de agosto, pero el acto tendrá lugar el 15, coincidiendo con la fiesta de la Asunción de la Virgen. Una «misa normal», dice Feliciano, en pleno día festivo. Con todo, no pasa día sin que se acuerden de él. Y es que, como afirma su hermano, el alcalde de La Iglesuela hizo colgar un cuadro de Miguel en la Iglesia. «Cada vez que vamos a misa, le vemos», dice.
Si hay algo que recuerda la familia constantemente es la vocación inagotable del misionero. Con sólo 12 años, se marchó a Madrid para estudiar en el seminario, y con 30, ya ofició su primera misa. Los últimos siete años los había consagrado a Liberia, donde contribuyó a que el Hospital San José de Monrovia fuera una realidad. Dos veces al año regresaba a La Iglesuela, habitualmente acompañado de otros misioneros, y se ofrecía para oficiar misa. Pero notaba que, con tres cuartos de siglo sobre sus espaldas, el retiro llamaba a su puerta. De hecho, dos meses antes de contraer el virus, en su última visita al pueblo, anunció que a finales de agosto regresaría para siempre.
«Parece que todo aquello sucedió ayer», dice Feliciano. «Es algo que jamás podremos olvidar. Miguel era una persona dedicada a sus cuñados, hermanos, sobrinos, amigos... a todo el mundo, menos a él mismo», añade. De hecho, durante sus visitas le daban algún «toque». «Le decíamos: ‘‘Miguel, estás de acá para allá todo el rato... ya tienes muchos años’’. Y él siempre respondía: ‘‘Hago más falta allí que aquí’’. Desde luego, Miguel sabía más que nosotros. Era su misión». Emilio cree que, si de algo puede servir lo que sucedió, es para que «no le vuelva a suceder a nadie lo mismo. Que se acabe esta enfermedad y que salga una vacuna contra el ébola».
Tampoco han dejado de recordarle gracias al contacto que han mantenido con la hermana Paciencia Melgar, religiosa de las Misioneras de la Inmaculada Concepción, que también contrajo el virus en el hospital de Miguel, pero que sanó milagrosamente. Es muy amiga de una sobrina de Miguel. Y junto a ella también les ha visitado la hermana Juliana, que vivió junto a ella aquellos dramáticos días en Liberia, pero que finalmente evitó el contagio.
Emilio destaca los «buenos medios» con los que contó Miguel para intentar recuperarse. Con todo, hay algo que sí echa en falta cuando se le pregunta por su recuerdo de Miguel. No tuvieron la posibilidad de verle desde que llegó al hospital, porque, al confirmarse su muerte, su cadáver fue incinerado inmediatamente. «Como no le llegamos a ver, pensamos que todavía está en África, de misiones. Parece como si todavía estuviera vivo».
Un preciado recuerdo
- En la habitación que Pajares ocupaba cada vez que visitaba La Iglesuela, había un lugar destacado para una fotografía, la que porta su hermano Feliciano bajo estas líneas, en la que se le puede ver saludando a Juan Pablo II durante una de las visitas a España del Pontífice, canonizado el año pasado.
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