Embarazo

Adoptar un embrión, última oportunidad para ser padres

Mari Carmen y Miguel Ángel llevaban años intentando tener un hijo. Sin éxito. Tras el fracaso de la fecundación in-vitro con sus propios gametos les ofrecieron gestar el embrión congelado de una pareja que ya había cumplido su sueño.

Mari Carmen y Miguel Ángel, con su pequeña
Mari Carmen y Miguel Ángel, con su pequeñalarazon

Mari Carmen y Miguel Ángel llevaban años intentando tener un hijo. Sin éxito. Tras el fracaso de la fecundación in-vitro con sus propios gametos les ofrecieron gestar el embrión congelado de una pareja que ya había cumplido su sueño.

A Mari Carmen y Miguel Ángel el tiempo les apremiaba. Querían ser padres, pero la naturaleza no les estaba ayudando. Todo lo contrario, parecía como si su genética jugara en su contra. Se iban acercando a la edad crítica de los 40 y la desesperación les iba invadiendo. Se plantearon otras fórmulas para poder formar una familia. «Empezamos un tratamiento de fecundación in-vitro (FIV) con nuestro propio material, pero los resultados no eran buenos», recuerda ella. La doctora Andrade, del Instituto Marqués de Barcelona, les dio la mala noticia. A pesar de tomar una medicación hormonal muy fuerte, a Mari Carmen sólo le conseguían sacar entre seis y siete óvulos en cada extracción. A eso se sumaba que su semen «tenía un problema de calidad», puntualiza.

Con todo en contra, al final llegó una buena noticia y Mari Carmen consiguió quedarse embarazada, pero en la semana 23, casi cuando iba a alcanzar el tercer trimestre, los médicos detectaron una malformación en el feto y decidieron interrumpir la gestación. «Fue un golpe muy duro», reconoce ella. Fue entonces cuando otras vías se abrieron. Ya estaban barajando la idea de iniciar un proceso de adopción cuando su doctora les planteó una última vía: utilizar el embrión congelado de otra pareja que ya había cumplido su sueño de ser padres y que habían dejado en la clínica los embriones que no habían necesitado. «Jamás habíamos oído hablar de esta posibilidad y nos pareció muy interesante». Mientras que Mari Carmen lo dudó en un principio, «mi marido lo tuvo claro desde el primer minuto. Era lo mismo que adoptar un niño, pero incluyendo el proceso del embarazo que te hacía sentir que eres más madre y es mucho más rápido», reconoce la hoy feliz madre de Adriana, de cinco meses.

El uso de embriones de parejas que ya han terminado su ciclo es un programa que no todas las clínicas hacen, a pesar de que en España los centros tengan acumulados 364.765, según los últimos datos de la Sociedad Española de Fertilidad (SEF). Y es que, hoy en día, la norma que regula esta actividad sólo plantea dos posibilidades: donarlos a proyectos de investigación o a otra pareja que lo necesite. La ciencia, con el avance en el desarrollo de células madre, está cada vez menos interesada en el uso de embriones que también crea conflictos éticos por su manipulación. Por otro lado, el uso para otros pacientes tampoco es una técnica muy extendida por ese mismo dilema ético. Y es que, el hecho de que una pareja pueda toparse por la calle con un hijo ilegítimo crea muchas dudas entre los expertos en Medicina Reproductiva. De acuerdo con la ley vigente, del año 2006, ante estas situaciones, los centros cada dos años deben solicitar la renovación o modificación del consentimiento informado (a través de carta o burofax con acuse de recibo). Si les es imposible obtenerlo tras dos peticiones, los embriones quedan a disposición del centro que los puede utilizar conforme a su criterio manteniendo, por supuesto, la confidencialidad y el anonimato.

Marisa López-Teijón, directora del Instituto Marqués, fue la impulsora del programa de adopción de embriones hace más de diez años, pero el «boom» lo están experimentando ahora. «Era una pena que acumuláramos tantos embriones y que no pudiéramos darles salida. Todos ellos, además, con una capacidad de transferencia altísima». Ante esta tesitura, desde el centro envían las cartas correspondientes a las parejas que han completado su proceso, pero «la mayoría no nos responde, así que, tras cuatro años, consideramos esos embriones como niños abandonados» y los incluyen dentro del programa. Mientras en 2014 habían conseguido que 775 niños nacieran por «adopción», este año ya han superado el millar. «En un mes nosotros conseguimos lo mismo que todo Estados Unidos en un año entero», añade. Al centro llegan casos de 33 países. Y es que la mayoría de los nacidos por este programa son de fuera de España. Y para las parejas que lo son, el centro garantiza que el embrión sea de un matrimonio de otra comunidad autónoma.

En lo que se refiere a las tasas de éxito, «superan el 50 por ciento», afirma López-Teijón. Eso sí, «sólo podemos asegurar que sean de la misma raza y de una zona alejada de donde ellos viven». Nada de selección de sexo, como tampoco ocurre durante un proceso in-vitro normal.

Las parejas que se acercan a esta posibilidad lo hacen con la idea de la adopción rondándoles la cabeza, como era el caso de Mari Carmen y Miguel Ángel. Y es que si hace una década se superaban las 5.000 adopciones internacionales, ahora esos datos suenan a utopía, ya que se han reducido en más de la mitad y los tiempos también se han alargado mucho más. Entre 2005 y 2010, la media de espera era de unos dos años, mientras que en la actualidad los procesos rondan los ocho años. Un tiempo insoportable para familias que ya llevan años intentando formar una familia. «Un pariente ya había pasado por uno de estos procedimientos y sabemos lo duro y costoso que fue», sostiene Mari Carmen. El precio es otro de los motivos que sedujo a esta pareja y no sólo por su diferencia con un proceso de adopción internacional –la nacional ni se la plantearon porque puede superar la década de espera–, sino porque el coste es mucho menor que los procesos de fertilidad. «La adopción de un embrión cuesta 3.200 euros porque el proceso de in-vitro ya está hecho», explica la doctora, en cambio el proceso completo puede alcanzar los 10.000.

La pareja se decidió y dos semanas después de la transferencia, en el centro les dieron la buena noticia: iban a ser padres. El embarazo «no lo disfrutamos porque estábamos demasiado preocupados por que todo saliera bien». Y así fue. Adriana nació en mayo. Sana.

¿Cuando sea mayor le contaréis sus orígenes? «Claro». Tampoco dudan. «No podemos decirle quienes son sus padres biológicos porque no se sabe, pero sí le diremos de qué manera ha nacido. Creemos que es importante que lo sepa».

Por la calle, los vecinos les paran: «Se parece a los dos. Tiene la boca de su madre y los ojos y la nariz del padre». Ellos sonríen.

¿De quién son los embriones en un divorcio?

Puede sonar extraño, pero lo cierto es que en los últimos años las clínicas de fertilidad no sólo reciben llamadas de pacientes interesados en sus técnicas, los abogados matrimonialistas también están empezando a llamar a su puerta. Velando por los intereses de sus clientes, buscan una solución para procesos de separación o divorcio en los que los dos cónyuges quieren quedarse con los embriones que permanecen congelados en las clínicas. ¿Qué hacer ante esta situación?

De acuerdo con el jurista, Ignacio de Luis, el problema no está tanto en la decisión de a quién pertenecen porque «no es un bien mueble. Es una vida en estado embrionario que no se puede repartir. No puede inventariarse como si fuera un objeto más». Es más, ni siquiera se puede plantear como «un bien semoviente, como se califican a perros o gatos y para los que se suelen establecer custodias», en el caso de estos embriones congelados que guardan las clínicas, «se debe actuar antes de que la mujer se lo implante», sostiene el letrado. Es decir, «el varón debe revocar el consentimiento que dio en su momento a la clínica cuando iniciaron el proceso». Es más, como explica De Luis, si la ex mujer decide transferirse el embrión y él no ha revocado el consentimiento, «él se convierte el padre del bebé a todos sus efectos».