Alfredo Semprún
Amazonas, el pulmón del mundo peligra
La oleada de incendios forestales en Bolivia, Paraguay y Brasil, que alcanza este año enormes magnitudes, debe hacernos recapacitar sobre la destrucción sistemática de la Amazonía.
La oleada de incendios forestales en Bolivia, Paraguay y Brasil, que alcanza este año enormes magnitudes, debe hacernos recapacitar sobre la destrucción sistemática de la Amazonía.
Desde que en 2004, Brasil puso en marcha el plan nacional de prevención de la deforestación del Amazonas, el ritmo de tala de la selva se frenó, cierto, pero no desapareció del todo. Centenares de muertos, muchos de ellos militantes de organizaciones ambientalistas, dan testimonio de lo difícil de la lucha contra los madereros, ganaderos y plantadores de soja, también, a menor escala, buscadores de oro, siempre hambrientos de tierras en un país con graves desequilibrios económicos y sociales, que ve en la enorme extensión de tierras vírgenes un medio para proseguir el desarrollo.
Nada que no hayan hecho los hombres a lo largo de su historia. Sobre este fondo se proyectan posiciones irreconciliables entre los conservacionistas a ultranza y los que pretenden hacer de la Amazonía una fuente de riqueza para el país. Y no es cuestión de izquierda o derecha. Así, durante el Gobierno progresista de Dilma Rousseff se promulgó el nuevo código forestal que posibilitó la transformación de nuevas áreas selváticas y, en consecuencia, el incremento de las hectáreas taladas anualmente. Pero, cuando la crisis económica aprieta, es muy difícil que unos políticos abonados al populismo y a la venta de soluciones fáciles se sustraigan al espejismo amazónico.
Pasa ahora con Jair Bolsonaro, populista de derechas, que ha puesto en duda los datos del INPE (Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales) sobre la extensión de las talas, lo que obligó a su director, Ricardo Galvao, a presentar la dimisión. Épico fue el baño que recibió el presidente Bolsonaro por parte del científico, poco proclive a admitir demagogias con sus datos.
Con todo, lo peor de la nueva presidencia brasileña, como señalaba el periódico portugués «Público», es que está trasmitiendo a los sectores agroindustriales y a los simples forajidos medioambientales el mensaje de que, al final, las sanciones previstas en las leyes no serán aplicadas. Todos los gobiernos brasileños siempre han tenido en cuenta el riesgo para su soberanía que supondría una acción concertada internacional para proteger el gran pulmón verde del mundo. Pero, en Bolsonaro, el nacionalismo primario puede pesar más.
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