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Adiós en su país

Argentina y el recuerdo imborrable del "padre Jorge"

Argentina dijo adiós al Papa con una misa frente a la catedral de Buenos Aires, una caravana de la alegría y un gran almuerzo popular para los más humildes y olvidados

Un hombre sostiene un dibujo durante un acto en honor al papa Francisco en Buenos Aires StringerEFE

Mientras el Papamóvil recorría Roma hasta llegar a la Basílica de Santa María la Mayor, a once mil kilómetros de allí, en Buenos Aires, los argentinos despedían en las mismas calles que solía recorrer un incansable «padre Jorge», el cura de pueblo que siempre estuvo del lado de los marginados. Ellos tenían una historia que contar, un recuerdo, una lección, una gracia, una parábola del Papa Francisco. Con la voz entrecortada, con las lágrimas contenidas, con una sonrisa o en silencio ya lo empezaron a extrañar. «Siempre nos iba a visitar a las parroquias de las villas, con sus zapatos gastados, con sus sotanas zurcidas, con su alegría para acercar a los más pobres a Dios. Ahora nos toca seguir su legado y mirar a los pobres», dice Ana, que llegó de una de las villas más pobres de Buenos Aires hasta el frontis de la catedral para escuchar la misa al aire libre y el homenaje del último adiós al «padre Jorge».

«Antes que a los chicos de la calle nos dieran un porro (droga), él, el Papa, venía hasta las villas y nos traía una pelota, una birome (bolígrafo), un libro para salvarnos», dice Julio de la Villa Moreno. Y recuerda que el Papa Francisco fundó junto a otros curas villeros los «Hogares de Cristo», que eran lugares que acogían a niños y adolescentes, víctimas de la droga, para ser rehabilitados. «A mí el Papa me cambió la vida, yo estaba perdido de chico y ahora dirijo un ''Hogar de Cristo'', donde hay 70 niños luchando para dejar las drogas», apunta Julio. «El Papa va a ser santo y estoy muy emocionada», dice Laura, sin poder contener las lágrimas. Ella viajó desde la provincia de Mendoza para estar lo más cerca posible de la ciudad donde Francisco vivió y ejerció su apostolado. «Yo le cocinaba al Papa fideos con pollo cuando era obispo, siempre humilde, siempre alegre, él siempre anduvo en el ''subte'', en colectivo. Mi esposo lo quería llevar hasta la estación y él no quería, se iba caminando», recuerda una mujer con una sonrisa en la cara, pero con la voz quebrada. Y es que las sonrisas y las lágrimas se mezclan en un rictus de despedida entrañable. Y también queda el sinsabor del «padre Jorge» que se fue y el Papa Francisco que no volvió más a esa patria que lo reclamaba, pero no siempre lo aclamaba, que lo debatía, pero no lo escuchaba, que lo tironeaba de un lado y del otro llamándolo peronista, o antiperonista, comunista y hasta hereje y otras frases más sórdidas que profirió sobre él, por ejemplo, Javier Milei.

El presidente argentino, junto a otros mandatarios, dignatarios y monarcas del mundo estuvieron en primera fila en el Vaticano, pero en las escalinatas de Santa María la Mayor, aguardaban primero los excluidos de siempre. Y entre esas 40 personas estaba también un argentino, con la camiseta de la selección y el número 10 con el nombre de Maradona.

«Como pueblo, queremos darle a Francisco un gran abrazo, y decirle gracias, perdón y te queremos mucho. Hágamosle el mejor regalo al Papa, comprometiéndonos a hacer un pacto de unión, darnos el abrazo que necesitamos y lograr la tan anhelada fraternidad entre los argentinos», dijo en su homilía el padre Jorge Ignacio García Cuerva, arzobispo de Buenos Aires y amigo del Papa Francisco. El arzobispo hizo alusión directa a «la grieta» histórica y política que divide a los argentinos en un día en el que decidió sacar la iglesia y la misa a las calles. Y ahí estaban la vicepresidenta de la República, algunos ministros, congresistas, sindicalistas, políticos de toda, clase, así como también los cartoneros, jubilados, los villeros, los sin techo y rehabilitados de las drogas. Un milagro del Papa Francisco al juntar a todos en su nombre. «No lo supimos valorar, entender y ahora estamos voraces para leerlo, escucharlo, buscar sus mensajes y sus encíclicas», dice una peregrina que permaneció en vigilia desde la noche frente a la catedral.

«El es nuestro. Para qué iba a venir, con todo el despelote que hay acá en Argentina, además él llevo a la Argentina para el mundo», dice otra. «Hoy sentimos orgullo, alegría y dolor, todo junto. Acá no se le valoró, pero que las puertas que abrió en el mundo, no se cierren más», apuntaba otro. «El Papa dejó la valla muy alta. Somos de una parroquia humilde de Córdoba, cuando fue elegido Papa saltamos y gritamos de alegría, hoy venimos a llorarlo con alegría», aseguraban. Testimonios todos desbordados de emoción.

«Al Papa Francisco lo lloran judios, católicos, musulmanes, ateos, agnósticos, lo lloran todos, de todas partes del mundo y de todas las religiones, porque fue un Papa para todos», dice emocionada una joven en la Plaza de Mayo. También habían llegado hasta ahí jóvenes con sus guitarras que entonaban canciones dedicadas a Jorge como «Rezamos por ti, Papa Francisco», que hace alusión a la frase del Papa: «Recen por mí».

Y una vez concluida la misa, la gente aguardaba en las calles lo que sería la caravana de la alegría «El camino de Francisco». Se trataba de un emotivo recorrido por lugares marginales donde la figura inquebrantable de Jorge Mario Bergoglio se hacía presente: las cárceles, los hospitales, las villas, «Hogares de Cristo», santuarios y comedores populares. Era recordar los pasos de Francisco por las periferias. El recorrido incluyó la cárcel de Muñiz, donde el padre Jorge solía acudir, la Plaza de la Constitución donde daba misas al aire libre, el Hospital Barda, el Hogar de Cristo Hurtado, la parroquia Virgen de Cascupé y también la casade la santa argentina «Mamá Antula», a quien el Papa Francisco canonizó.

En la Plaza de Mayo, en la ciudad de Buenos Aires, en el país del Papa, se escuchaba también de fondo, en medio de la muchedumbre, la voz inmortal del «padre Jorge» con su voz argentina: «Abrite, busca horizontes, abrite a cosas grandes, soñá que el mundo convos, con lo que vos hacés, puede ser distinto».