Crimen de Asunta

Basterra, al fiscal: «Cuando te pille...»

Le amenazó cuando se lo cruzó por los juzgados

Basterra, custodiado por la Guardia Civil
Basterra, custodiado por la Guardia Civillarazon

Alfonso Basterra vive enfadado con el mundo. Habla poco en prisión sobre la razón que le ha llevado allí, pero sus compañeros perciben su disgusto. Cree que se está cometiendo una injusticia con él, que debería levantarse cada mañana en su cama porque nada tiene que ver con la muerte de su hija. Esa rabia, esa ira, contrasta con su comportamiento sosegado en los primeros momentos. En el tanatorio, encogido, ocultaba el rostro entre las manos mientras lloraba desconsolado. Una vez detenido, demostró contención en la celda. Hablaba con Rosario en tono calmado, elogió la investigación de la Guardia Civil y se mostró convencido de que los agentes encontrarían al verdadero culpable. A muchos les sorprendió que no enloqueciera si era inocente.

Salió de calabozos para sentarse delante del juez Vázquez Taín. El magistrado comenzó a acribillarle a preguntas, tantas, que unas se superponían sobre otras y Alfonso Basterra no las respondía a todas. Algunas importantes se quedaron pendientes. Cuando se escucha entero, se llega a la conclusión de que el testimonio del padre de Asunta deja dudas: «Yo dormía siempre con el teléfono en la mesilla y activado por si algún día pasaba algo o necesitaban cualquier cosa, o la niña se ponía enferma. Le dije: "Tengo mi teléfono activado las 24 horas, llámame siempre que a ti te falte, que necesites algo..."», explicó Alfonso.

Y nada había que objetar. Todo apunta a un comportamiento normal, pero esta predisposición desentona con el relato que hizo del incidente en el que un intruso trató de asesinar a Asunta: «Fui a desayunar a su casa. Yo llegué allí sobre las nueve, me abre Charo muy nerviosa, tenía un pequeño golpe en el pómulo y me dice: "¿sabes lo que ha pasado?"Me lo cuenta y la niña estaba muy nerviosa, incluso la llevó a dormir a la habitación de Charo y allí estaba dormida... y luego pues nada. Mi hija me dijo, "Papá, vino un hombre, me quiso asesinar y tal"y estuvo dos días muy nerviosa, la pobre...». El juez le preguntó qué hizo ante semejante situación y la respuesta no le convenció: «Lo hablé con Charo: ¿qué hacemos, Charo? Me dice: "No le he podido reconocer, no hay robo... entonces... –me dice– me parece, desde mi punto de vista, me parece una tontería presentar la denuncia". Bueno y así quedó la cosa. Luego la niña pues ya...».

La actitud plantea serias dudas sobre el comportamiento de ambos. ¿Quién en su sano juicio no denuncia el intento de asesinato de una hija? Desde un punto de vista estrictamente jurídico no es algo en lo que se pueda sustentar una condena, pero desde un punto de vista moral da que pensar y deja el regusto amargo de la sospecha.

Se supone que, el día de su muerte, a Asunta le dieron gran cantidad de Orfidal machacado, pero que no era la primera vez. Vázquez Taín quiso saber quién le dio los polvos blancos. Los polvos se los tomó, pero qué polvos y quién se los dio no fue algo que dijera. Aquel día, Basterra titubeaba. Su discurso no era fluido y el magistrado lo envió a prisión.

Desde entonces se ha negado a colaborar. El 28 de noviembre acudió al juzgado y allí se cruzó dos veces con el fiscal del caso. Según reveló el programa «La Diana», en Antena 3, a pesar de estar custodiado por un par de agentes se encaró con él y con mirada desafiante, le dijo: «Cerdo asqueroso, no te da vergüenza, debía estar pudriéndote tú en la cárcel. Cuando te pille te voy a dar unas hostias. ¡Serás malvado! ¡Decir que envenené a mi hija!».

«Los polvos blancos le sentaron mal»

El tema de los «polvos blancos» que presuntamente suministraron a Asunta sigue siendo un punto sin aclarar. «Tenemos mucha amistad con la pediatra, que es la que ha visto a la niña y le dio una medicación», dijo Basterra, que añadió que debían «ser los famosos polvos blancos» y que Asunta les dijo que «le habían sentado mal».