Día Internacional de la Mujer
Carlota Monedero: «La que cuida de sus hijos no es un florero»
LA RAZÓN habla cinco jóvenes que tienen un prometedor porvenir por delante. ¿Qué cambios y retos creen que les tocará vivir a su generación?
Carlota Monedero (19), la mejor nota de la Selectividad
«La que cuida de sus hijos no es un florero»
Carlota Monedero tiene 19 años y es una chica de 10. De los casi 28.000 alumnos que se presentaron el curso pasado a la EvAU o antigua Selectividad, ella sacó la mejor nota. Ahora estudia un doble grado de Biotecnología y Farmacia en la Universidad Francisco de Vitoria. ¿Para eso hace falta tener una mente privilegiada? «No, la clave está en trabajar todos los días un poco, porque hay tiempo para todo y en éso las chicas somos más maduras, tenemos más sentido de la responsabilidad, por eso sacamos mejores notas». Carlota quiere llegar «lo más lejos que pueda» pero por encima de todo quiere desarrollarse como persona. «Si una mujer decide que lo que quiere es dejar su carrera profesional para cuidar a sus hijos es muy respetable. Hay que acabar con la mentalidad tóxica de aquellos que piensan que esas son mujeres florero. Mi madre abandonó su carrera por sus hijos y le doy las gracias por ello cada día, pero también es igual de respetable aquella que decide acudir a una cuidadora que la ayude para poder compaginar su labor de madre con su carrera profesional». Carlota confía en que en el futuro las cosas cambien. «La mujer no lo tiene fácil porque a veces tiene que elegir entre su carrera o los hijos».
Sara Fernández (22), estudiante y voluntaria
«No he oído un comentario machista, debo tener suerte»
Sara va cada día a la academia, es lo que tiene estudiar Ingeniería de Caminos. «Voy con una compañera. El otro día, me giré y le dije a mi amiga: ''¿Has visto que somos las únicas dos niñas?''». Estas diferencias cada día la sorprenden menos. Es más, insiste en que «nunca he oído un comentario machista. Debo tener suerte con mis amigos», dice con una sonrisa que nunca pierde. Ni hace dos años cuando le detectaron un linfoma. «Fue duro, tuve que dejar los estudios. Mi madre lo pasó muy mal», recuerda. Y es que, durante ese tiempo, dejó Madrid para volver a casa, a Río Tinto, en Huelva. A dejarse mimar. Y así, volvió con más energías y con una idea clara: ayudar a los demás. Durante un tiempo colaboró como voluntaria en la Fundación Garrigou y este viernes «voy con un amigo al Hospital Niño Jesús para hacer un taller de camisetas con niños con cáncer».
Los piropos le incomodan, pero «paso de ellos». Eso sí, ha vivido situaciones incómodas: «Una vez me empezaron a perseguir y, de los nervios, me puse a llorar». Ella, como su madre, es una todoterreno y tiene muy claro que «el futuro es de las mujeres, todo cae sobre nosotras. Aspiro a tener un buen puesto de trabajo y niños. Sé que terminará por normalizarse».
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