Eclipse de Sol
Eclipses, ¿sirven para algo?
Durante siglos han permitido a los astrónomos mirar a la cara al Sol sin quedarse ciegos.
Pues ya pasó. El eclipse de Sol más esperado recorrió Europa de sureste a noroeste y nos regaló unas horas de espectáculo. En algunos lugares de la Península Ibérica se perdió durante varios minutos casi el 80% de la radiación solar. No hubo consecuencias sobre el suministro de energía en el Viejo Continente. Algunas autoridades en la materia habían alertado de que el descenso de radiación podría poner en algún aprieto a la generación de energía solar. Afortunadamente, no se notó en las redes de conexión europeas. Primera lección: nuestro «mix» energético puede soportar estos periódicos e inevitables fenómenos.
El eclipse es probablemente el suceso cósmico más largamente estudiado, conocido y predicho. Sorprende que ,después de decenas de miles de ellos vividos, al ser humano le siga fascinando. Se producen dos eclipses de Sol al año puntualmente y algunos años, tres. Así que no debería asombrarnos su presencia. Sólo algunos de esos eclipses se ven desde lugares habitados del planeta, sólo muy de vez en cuando recorren continentes enteros tan poblados como Europa. Rara vez ocurre un eclipse total en una ciudad habitada. Y muy muy pocas veces coincide un eclipse parcial o total con un equinoccio y una noche de superluna... Así que habrá que pensar que ésa es la razón por la que lo sucedido esta semana causó tanto revuelo.
Pero ¿habrá servido para algo? Al menos, para los amantes de la ciencia, sí. Ayer ocurrió lo que tenía que ocurrir. Lo sorprendente es que sabemos que iba a ocurrir desde al menos dos siglos antes del nacimiento de Cristo. Podemos decir que el eclipse de ayer ha servido para confirmar que la capacidad predictiva de la ciencia sigue intacta.
Varios siglos antes de Cristo, los caldeos ya sabían que los eclipses de Sol se repetían con regularidad milimétrica. Observaron que la misma configuración de posiciones entre la Tierra, la Luna y el Sol volvía a suceder cada 223 lunas, más o menos 6.585,32 días o 18 años y 11 días. A ese periodo se le llama saros. Los tres astros juegan a una danza peculiar. Imaginemos que estamos en una pista de atletismo. La Tierra es un juez sentado en la línea de meta; la Luna, un atleta que corre por la primera pista muy deprisa y el Sol, otro que anda lentamente por la última. La Luna pasará por delante del juez muchas veces pero después de varias rotaciones en algún momento los tres protagonistas (Tierra, Luna y Sol) volverán a coincidir en la misma posición de meta. Con los eclipses pasa algo similar. Cada 18 años y 11 días, Tierra, Luna y Sol ocupan la misma posición y el ciclo de eclipses vuelve a repetirse.
Durante siglos, los eclipses se han esperado como agua de mayo porque eran la única ocasión que tenían los astrónomos de mirar a la cara al Sol sin quedarse ciegos. Muchos fenómenos que hoy conocemos sobre el astro rey se descubrieron durante un eclipse. Al ocultar buena parte de su radiación cegadora detrás de la Luna, los expertos podían contemplar la corona solar, las protuberancias de su capa externa, las llamaradas que habitualmente no se ven o las radiaciones que están cegadas por el núcleo de la estrella. Hoy tenemos telescopios que simulan el efecto de un eclipse para estudiar esos fenómenos, pero sigue siendo de gran belleza ver el comportamiento del Sol con el velo protector de la sombra lunar.
Los eclipses también sirvieron para demostrar que Einstein tenía razón en sus ideas. El gran físico intuyó que la gravedad de una estrella es capaz de modificar incluso la radiación emitida por otra detrás de ella. La teoría era atractiva, pero difícil de probar. Aunque los eclipses ofrecen una posibilidad de hacerlo. Si la gravedad del Sol es capaz de curvar la luz de las estrellas que tiene a «su espalda», la posición de estas estrellas llegará modificada a nuestros ojos. Sólo hay una forma de comprobarlo: medir la luz que llega de las estrellas en el trozo de cielo por el que pasa aparentemente el Sol. Pero eso es imposible: la luz solar es tan potente que ciega cualquier otra luz. Salvo en los días de eclipse total. En esos días sí es posible ver estrellas detrás del Sol y observar su posición. Al compararlas con la posición en el cielo nocturno se puede constatar que hay una sutil diferencia. Einstein tenía razón, la gravedad del Sol curva la luz de otras estrellas lejanas. Para que luego digan que los eclipses no sirven para nada.
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